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El hombre como lúdico y agónico

Enviado por   •  13 de Septiembre de 2017  •  1.695 Palabras (7 Páginas)  •  490 Visitas

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tantos indicadores sorprendentes este hecho básico y raigal: todos los hombres incluyéndonos a nosotros mismos estamos existiendo. La existencia humana ha sido existido, constituida, es decir yo mismo he sido dado.

Es ontológico por qué es constitutivo, estructural, incondicional. Sin importar si el hombre es o casi no es. Cada cual, en la medida que es, se encuentra constituido como original. Esta donación ontologica, constitutiva, conlleva, en consecuencia, una primera actitud existencial, esto quiere decir que nos tenemos que aceptar tal y como somos. La aceptación de uno mismo es una necesidad inicial insustituible. Aceptarse supone ya de comienzo una vivencia reconfortante, pero también un replanteo de múltiples instancias, circunstancias y urgencias concretas de transformación. Lo mismo que la expresión generadora, como verdadera opción de amor responsable. Todo esto significa que yo mismo no puedo explicarme ni demostrarme, sino más bien tenemos que aceptarnos.

El primer año de vida, es uno de los más decisivos y determinante por la carga de impresiones y vivencias, de descubrimiento y asimilación que conlleva.

La aceptación de sí mismo es también fundamental para el logro de una creciente y consecuente identidad personal personal, tan angustiosamente experienciada en nuestros días como consciencia de drásticas rupturas culturales o de pérdidas de valores fundamentales. Vivir como merecimiento al llamado de ser y como fidelidad al don de ser sí mismo. Este ser que recibe y que soy yo, es, en cuanto persona, autosuficiente, irreductible, abismal. El hombre ya desde sus inicios esta trascendiendo. Desde este ser referenciado, originado y trascendido se establecen unas vías de acceso, unas relaciones radicales.

Esta gratuidad del don originario y trascendido, supone o conlleva una actitud existencial, el reconocimiento de esta relegación religante hacia el totalmente otro. Nunca es descartable, sin embargo, la posibilidad de explicar esta realidad de ser hombre por una emergencia impersonal, de azares o fuerzas ciegas de la naturaleza. Para expresar esta captación relaciónal, religante, totalizadora e inefable, misteriosa y exigente, el hombre religioso ha recurrido al mito. Ese comienzo se ubica en el tiempo primordial, en el tiempo sin tiempo cronológico de la acción creadora de los dioses.

La fuerza de esta captación inicial es tal y la vivencia de esta convicción es tan relevante, que en el mito puede expresarse incluso como nostalgia esta verdad.

El mito implica una traducción en símbolos de esos orígenes explicativos y constitutivos. La presencia del misterio, por su misma condición de trascendencia, es inobjetiva, inexpresable en términos de mediación mundana y empírica.

En el paraíso bíblico, en concreto, el llamado a la plenitud esta cifrado en la situación axial del árbol d la vida. Recibir el aliento en las narices, ser soplado en el rostro, es ser constituido y consistido como tal, por la acción creadora y vivificadora de dios. Olfatear su paso, alentar su huella, serán hurgamiento e imperativo de la propia vida. Aunque los símbolos del mito sean múltiples según los diversos ámbitos y culturas, lo cierto es que manifiestan la profunda realidad religante y originaria del hombre.

Este reconocimiento de la religacion exige también un conocimiento creciente y cada vez más exhaustivo y profundo de los términos implicados en la relación. De hecho todas las respuestas de la humanidad manifiestan la misma búsqueda, idéntica inquietud, aunque las metáforas o los símbolos respondan a concretas manifestaciones de situación y lenguaje.

Tan radical e ineludible como ese hecho de ser gratuito lo es también este otro igualmente constitutivo, ontico. Ser que por ser histórico y temporal, se le vive escapando.

El hombre aunque condicionado por su estructura radical, al no estar clausurado es un ser abierto, está siempre, en su mismo ser, llamado a ser vocacionado en ejercicio, convocado a actuar.

Ligado a la esperanza está el deseo en cuanto tendencia genuina del ser humano por lograr vitalmente sus estructuras. La esperanza supone también ilusión en cuanto toda tarea de futuro está abierta a horizontes imponderables, referida a ámbitos posibles. Él ilusionada no es meramente un iluso ni un ilusionista, sino un admirable vidente de pluridimensiones en la compleja y enmarañada trama de lo real, siempre fragmentaria en su manifestación. En esa misma medida es dramática, ya que acecha la desilusión, aunque nunca excesiva en traumas, porque si bien pueden no cumplirse pequeñas ilusiones, nunca puede diluirse la básica capacidad de estar o vivir ilusionado como modo propio del proyecto existencial.

De la esperanza nace también la utopía como consecuencia de su aspiración, de su impulso decidido hacia el futuro, siempre posible y siempre perfectible cuando no mejor. Y porque utopía es la negación de las limitaciones u opresiones presentes, en intención y aspiración, mejoramiento solidario, alternativa transformadora. La utopía abre el proyecto humano a prospectabas comunitarias y sociales y urge a una creciente capacidad crítica, inconformista, súperadora.

El ser humano, en cuanto proyecto existencial, por ser inteligente y racional, es también un ser que pregunta, que se pregunta, un ser inquisitivo.

De la esperanza nace también la utopía como consecuencia de su aspiración, de su impulso decidido hacia el futuro siempre posible y siempre perfectible cuando no

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