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Globalización, Neoliberalismo y Modernidad

Enviado por   •  9 de Octubre de 2018  •  8.008 Palabras (33 Páginas)  •  331 Visitas

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(Fabelo, 2012)

Globalización

La globalización del mundo expresa un nuevo ciclo de expansión del capitalismo, como forma de producción y proceso civilizador de alcance mundial. Un proceso de amplias proporciones, que abarca naciones y nacionalidades, regímenes políticos y proyectos nacionales, grupos y clases sociales, economías y sociedades, culturas y civilizaciones. Señala la emergencia de la sociedad global como una totalidad incluyente, compleja y contradictoria.

Una realidad poco conocida aún, que desafía prácticas e ideas, situaciones consolidadas e interpretaciones sedimentadas, formas de pensamiento y vuelos de la imaginación. (Ianni, 1999).

Estamos viviendo un nuevo ataque de universalización del capitalismo como método de producción y proceso civilizador. El desarrollo del modo capitalista de producción, de manera extensiva e intensiva, adquiere otro impulso apoyado en nuevas tecnologías, la creación de nuevos productos, la recreación de la división internacional del trabajo y la mundialización de los mercados.

Es necesario un ordenamiento del proceso en términos de su naturaleza y secuencia, para no confundir la retórica de la globalización con los escenarios de riesgo que ésta presenta, los cuales tienden a manifestarse como expresiones emergentes, fugaces e interactivas, que hacen pensar que estamos incluidos en ella, cuando apenas somos tangencialmente partícipes en sólo uno de sus síntomas: la velocidad del cambio de la sociedad, por la cual -afirma Alvin Toffler- "Creamos y consumimos ideas e imágenes a un ritmo cada vez mayor. El conocimiento, al igual que la gente, los lugares, las cosas y las formas de organización, se está tornando desechable". (Aronson, 2007).

La ciudad que conocimos

No es casual que la ciudad esté en el centro de la mayoría de los análisis de la globalización. Es en ella donde las tendencias que estudiamos se encuentran en su estado más nítido, más contrastado. Y esto ha sido así desde los inicios de los estudios sociales, promediando el siglo XIX, preocupados por comprender y explicar lo que veían como el tema central de la época, es decir, las múltiples problemáticas derivadas de un Estado y una sociedad cada vez más complejos

La ciudad fue el marco en el que, desde la baja Edad Media, se desarrollado los campos económico, político y cultural. Se tornó más densa y efervescente a medida que la Revolución Industrial, a fines del siglo XVIII, fue incrementando la especialización de cada una de sus partes, y con éstas, de los individuos que las habitaban. Por eso mismo, también se la podía (y puede aún hoy) definir como un espacio de lucha de existencia de recursos escasos, de los que distintos grupos se disputan la obtención y/o el monopolio. Sin embargo, la ciudad cuya imagen nos fuimos formando se ha transformado drásticamente. Al hablar de ciudad, solemos pensar en un territorio bastante densamente poblado, que concentra actividades financieras, industriales, comerciales, portuarias y habitacionales, y poblado por un conjunto de personas susceptibles de ser divididas en grupos a partir de una variedad de criterios distintos, como el nivel de ingresos, las ramas de actividad, etc.

Pero algo también nos mueve o deberíamos volver a utilizar el tiempo pasado, nos movía a pensarla como un ámbito que a partir de diferencias configura una totalidad. Un todo formado por partes interdependientes que, sumadas, constituyen finalmente una entidad particular: la ciudad. También en lo referido a sus habitantes se ve esta suma de partes diferenciadas que da como resultado algo más que la mera suma de esas partes.

Todos sus habitantes desempeñan funciones diversas y entre todos conforman una especie de ballet, no siempre armonioso, pero con una rítmica común. En el pasado, estos habitantes de la ciudad construían su subjetividad de manera compartida en tanto se experimentaban unos a otros en un marco concreto que, si bien no ocultaba las diferencias entre ellos, ponía de manifiesto lo los unía. Una multitud de espacios públicos como las escuelas de gestión estatal, las plazas y los paseos públicos, las riberas del río, las calles comerciales, permitían que se encontraran y reconocieran pobres y ricos, analfabetos y letrados, asalariados, cuentapropistas y empresarios.

Si bien cada grupo disponía sus espacios públicos y barrios que ocupaban mayoritariamente, también existía un gran número de instancias de interacción que daba como resultado un tipo de construcción de subjetividad. Cada sujeto podía reconocer qué lugar ocupaba en la sociedad y qué aporte hacía para el mantenimiento de ésta.

Esa interacción no era sencilla ni fluida, más bien encendía a cada paso diferencias de opinión, de intereses, no siempre gestionados con facilidad por las instituciones creadas a tal efecto, como los sindicatos, los gremios y los departamentos gubernamentales. Si bien en el momento de la lucha por los recursos escasos cada grupo tendía a sobredimensionar su importancia social (por ejemplo: los obreros al plantear la importancia superlativa de la fuerza de trabajo y los empresarios al sobreestimar la centralidad del capital), también está claro que se reconocían como componentes inseparables de una totalidad. (Aronson, 2007).

La ciudad de hoy y sus cambios

Pues bien, la ciudad de hoy no es la que fue durante el corto siglo XX, así como tampoco la sociedad es la misma. La explosión de las tecnologías de la información y la comunicación trajo aparejados cambios sustanciales en el para qué de las ciudades. La posibilidad de comunicarse en tiempo real y a bajo costo con cualquier parte del planeta y, por ende, la de articular sistemas productivos, educativos y de torna de decisiones entre lugares muy distantes geográficamente entre sí parece ser la sentencia de ciudades.

Desde hace un par de décadas, muchos pronostican su desaparición, al menos en la forma en que las conoce. A partir del aprovechamiento creciente de esas tecnologías, ven un futuro en el que la utopía tecnológica toma la forma de una de en una inmensa e interminable suburbanización, recorrida a altísima velocidad por personas e información, que tornarían superada la congestión y la consiguiente falta de confort que la ciudad implica. La rapidez y el bajo costo de los transportes y las comunicaciones parecen inutilizar la ventaja primordial que tenían las ciudades desde su aparición: la concentración de personas y actividades, en tiempos en los que la máxima velocidad para un mensaje era el galope de un

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