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Humanismo, técnica y tecnología tercera y última parte

Enviado por   •  2 de Abril de 2018  •  20.051 Palabras (81 Páginas)  •  393 Visitas

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Sea, pues, que E. Ciorán (1911-1995) quiera hoy ratificar la spengleriana idea de la decadencia de hombre, o que J. Landa (1953) nos proponga la decadencia del concepto mismo de decadencia[6] , es preciso aclarar más lo que sucede, para vislumbrar siquiera lo que nos puede llegar a pasar. Como único recurso digno, a nuestra propia altura, para el reconocimiento de lo que nos podría reservar un futuro (quizá más incierto que nunca) muy próximo, estamos seguros de que la meditación filosófica de la técnica y la tecnología, en defensa de la lucidez, no debe ser atajada en nombre de ningún optimismo ni pesimismo extremos, de algún cinismo desvergonzado o apocamiento apocalíptico. La investigación tiene que continuar —aunque sea a contracorriente—, ya que de lo que logremos aclarar del sentido del humanismo, la técnica y la tecnología puede depender hoy algo decisivo para nuestro propio destino.

II

Las ideas recientes

La tercera y última parte de nuestro ensayo (esperamos que con la tenacidad necesaria para no desprenderse de la inquietud que tiene puesta la mirada en la relación entre lo que somos y lo que hacemos con nosotros mismos bajo el nombre de técnica y tecnología) continúa con una relectura de José Ortega y Gasset (1883-1955), quien mantiene la idea de que mientras seamos un proyecto de ser, que requiere de las condiciones del mundo para realizarse, la técnica es esencial tanto para aprovechar las facilidades como para vencer las dificultades que el propio mundo nos opone; por un lado, facilitando, y por el otro, dificultando dicha realización de nosotros mismos. Luego, en un tratamiento más complejo del mismo asunto, trataremos de entender la tesis de Martín Heidegger (1889-1976), según la cual el peligro no es la técnica (pues “no hay ningún demonio de la técnica”), sino el misterio de su esencia, en cuanto ésta es “un destino del desocultar”. Y finalmente, en los términos de Eduardo Nicol (1907-1990), veremos que la técnica, por proceder de la necesidad y no de la libertad, no es una vocación humana, y que el peligro (coincidiendo en este punto con Heidegger) no está en la técnica o en la tecnología, sino en el cambio de los fundamentos vitales de la ciencia, que provoca que a ella se le exija ahora que opere, en lugar de buscar y descubrir la verdad. Por otro lado, a la tecnología se le aplaude que opere, pero se le exige que proceda como la ciencia, aceptando que sus fines y sus medios son distintos a los de la investigación científica[7] .

Pero si la ciencia no es verdadero saber de la realidad, ¿acaso puede ofrecer utilidad alguna? ¿Y si se concentra sólo en las utilidades, le queda aún fuerza vocacional para la búsqueda desinteresada de la verdad? En un tiempo hubo quien pensaba que el materialismo marxista era verdadero porque servía al proletariado (y que era ingenuo pensar que sirviera al proletariado porque fuese verdadero). ¿Ahora hay quien sin recato intelectual de ningún género pueda asegurar que los conocimientos de la técnica y la tecnología son útiles, mientras favorezcan la eficiencia en lo que se quiere alcanzar, aunque ellos no sean verdaderos? ¿Podemos hablar con rigor de conocimientos científicos en relación con la investigación y los procesos de la tecnología? En situaciones como éstas, no podemos evitar pensar que en el asunto, como se dice, “hay gato encerrado”. En todo caso, por caminos insospechados, el mundo abstracto de la física queda “misteriosamente” conectado con el mundo cotidiano de la tecnología. Al parecer, el mundo “abstracto” de la ciencia parece alejarse demasiado de la cosa real, mientras que el mundo “concreto” de la técnica se acerca a ella en exceso. En ese acercamiento y ese alejamiento (no suficientemente explicado o aclarado) se pone en juego nuestra relación real con la realidad, y de este modo, o bien se conjura el peligro, o bien se lo provoca. Y así, de un modo espontáneo, se abre el camino para formular una interrogación llena de desasosiego o desazón desde cualquier punto de vista: ¿qué es lo que todavía está en nuestras manos?

III

La visión técnica del mundo

José Ortega y Gasset escribió un ensayo no muy comentado con el título de “Ensimismamiento y alteración”. En él piensa este filósofo español que los hombres suelen estar siempre absorbidos por las impresiones externas, incapaces de concentrarse en sí mismos, mientras que el más primitivo, “instantáneo y tosco” ensimismamiento, es lo que separa radicalmente la vida humana de la vida animal[8][9] . Según el maestro de la Escuela de Madrid, el ser humano cíclicamente vive en el mundo alterado por lo de afuera; luego cae en un ensimismamiento (vita contemplativa de los romanos, theoretikós bíos, de los griegos), y finalmente vuelve a sumergirse en el mundo, para actuar (vita activa, praxis). De este modo se produce una interdependencia: “No vivimos para pensar, sino al revés, pensamos para lograr pervivir”[10] . Y como puede notarse, esta decisión (teórica y vital) no puede tomarse con la facilidad que presenta su formulación. Y para notarlo, podemos establecer una analogía con algo de menor importe vital, discutido por la psicología del comienzo del siglo XX: ¿temblamos porque tenemos miedo, o tenemos miedo porque temblamos? ¿Pensamos porque estamos vivos, o estamos vivios porque pensamos? Por lo general, en estas formulaciones se pone en juego una relación de causa y efecto no del todo bien entendida.

En este punto, nuestro juicio nos aconseja ver en este pasaje de Ortega la convicción, ya iniciada más o menos claramente en Descartes y Bacon (por distintas vías, y con diferente talento), al comienzo de la Edad Moderna[11] , de que con la luz del conocimiento, esencialmente el de la ciencia experimental, se alcanzará por fin un gran bienestar para la humanidad mediante la verdadera utilidad del saber. Dicho sea de paso, el bienestar que se puede alcanzar en esta vida, no tiene tanto que ver sólo con las comodidades y las facilidades para la subsistencia, sino también y especialmente con la felicidad (socráticamente: vivir bien, y no tanto evitar la muerte[12] ), que es cosa de existencia, y que no se puede conseguir fácilmente, porque la vida es difícil[13] .

Pero ¿cuál es esta verdadera utilidad de la ciencia? Ésta es la cuestión. Porque la ciencia, desde que nace en Grecia es algo inútil (aunque presta el más grande de los servicios al proporcionar, primero, un tribunal supremo de apelación para la verdad, y luego, al producir, no cosas, sino hombres en el incremento de su propio ser[14] ). Hay, desde luego, otra idea de

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