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Obra: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada

Enviado por   •  2 de Octubre de 2018  •  4.363 Palabras (18 Páginas)  •  896 Visitas

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Abuela (enfadada, contando billetes): Nos vamos, no queda hombre que no haya pagado por ti, Eréndira.

Eréndira: ¿A dónde iremos, abuela?

Abuela: A otro pueblo, hay un camionero interesado en tus servicios, haré un trato con él para que nos lleve.

Abuela hace el trato con el camionero, Eréndira le paga con sus servicios al carguero del camión.

Camionero: Este es el pueblo más cercano, señora.

Abuela: Con estas calles miserables y solitarias, no le creo.

Camionero: Es territorio de misiones.

Abuela: A mí no me interesa la caridad, sino el contrabando.

Eréndira encuentra un collar de perlas en una bolsa de arroz.

Camionero: No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen.

El carguero al ver que Eréndira sacó el collar, se lo quita y lo vuelve a poner en la bolsa.

Abuela: ¡Cómo no, dígamelo a mí!

Camionero (burlándose): Búsquelos y verá. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ve.

Abuela: Nos quedamos aquí. ¡Eréndira!

Eréndira baja a la abuela del camión y la sienta, mientras espera que bajen toda la carga. Cuando está todo listo, el camionero se acerca a la abuela.

Camionero: Cincuenta pesos

Abuela: Su esclavo se pagó por la derecha.

Carguero afirma. A lo que el chofer vuelve a su camión.

Carguero: Eréndira se va conmigo, si usted no ordena otra cosa. Es con buenas intenciones.

Eréndira (asustada): ¡Yo no he dicho nada!

Carguero: Lo digo yo que fui el de la idea

La abuela lo examina de pies a cabeza.

Abuela: Por mí no hay inconveniente. Si me pagas lo que perdí por su descuido. Son ochocientos setenta y dos mil trescientos quince pesos, menos cuatrocientos veinte que ya me ha pagado, o sea ochocientos setenta y un mil ochocientos noventa y cinco.

Carguero: Créame que le daría ese montón de plata si lo tuviera. La niña los vale.

Abuela: Pues vuelve cuando lo tengas, hijo. Pero ahora vete, que si volvemos a sacar las cuentas todavía me estás debiendo diez pesos.

El carguero se sube al camión y le dice adiós a Cándida.

Abuela: A dormir, mañana trabajarás.

Eréndira: Sí, abuela.

Al día siguiente, la abuela maquilla a Eréndira para su labor.

Abuela: Te ves horrorosa, pero así es mejor; los hombres son muy brutos en asuntos de mujeres.

Escuchan a unas mulas acercarse

Abuela: Ponte en posición, vamos a empezar.

El hombre del correo llega y observa a Eréndira..

Abuela: ¿Te gusta?

Correo: En ayunas no está mal

Abuela: Cincuenta pesos

Correo: ¡Hombre, lo tendrá de oro! Eso es lo que me cuesta la comida de un mes.

Abuela: No seas estreñido. El correo aéreo tiene mejor sueldo que un cura.

Correo: Yo soy el correo nacional. El correo aéreo es ése que anda en un camioncito.

Abuela: De todos modos el amor es tan importante como la comida.

Correo: Pero no alimenta.

Abuela: ¿Cuánto tienes?

El hombre le muestra todo lo que hay en su billetera, la abuela lo toma.

Abuela: Te lo rebajo, pero con una condición: haces correr la voz por todas partes.

Correo: Hasta el otro lado del mundo. Para eso sirvo.

Abuela: Trato hecho.

El hombre entra al cubículo, la abuela cierra las cortinas. Al terminar el hombre se va y corre la voz. En menos de lo que canta un gallo, se llenó de clientes y un fotógrafo, que sólo está presente en escena.

Abuela (contando el dinero): Si las cosas siguen así, me habrás pagado la deuda dentro de ocho años, siete meses y once días. Claro que todo eso es sin contar el sueldo y la comida de los indios, y otros gastos menores.

Eréndira: Tengo vidrio molido en los huesos.

Abuela: Trata de dormir.

Eréndira: Sí, abuela

En otra parte del escenario, aparece Ulises y su padre, en un camión.

Padre: ¿Qué diablos venderán ahí?

Ulises: Una mujer. Se llama Eréndira.

Padre: ¿Cómo lo sabes?

Ulises: Todo el mundo lo sabe en el desierto.

Su padre baja del vehículo, a lo que Ulises robó dinero de éste. El padre volvió y marcharon. Al llegar a casa, Ulises escapa rumbo a Eréndira. Al llegar hay fiesta, unos militares borrachos, el fotógrafo retratando el momento, mientras la abuela controlaba el negocio. Ulises se coloca en la fila.

Abuela (al soldado siguiente): No hijo, tú no entras ni por todo el oro del moro. Eres pavoso.

Soldado: ¿Qué es eso?

Abuela: Que contagias la mala sombra. No hay más que verte la cara. (Lo aparta) Entra tú, dragoneante. Y no te demores, que la patria te necesita.

El soldado entra, pero sale de inmediato.

Soldado2:

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