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RECOPILACION DE DOCUMENTOS PARA APOYAR EL ESTUDIO DE LA ASIGNATURA.

Enviado por   •  25 de Marzo de 2018  •  69.192 Palabras (277 Páginas)  •  348 Visitas

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La expresión «justicia, no caridad» también se utiliza para indicar dos ideas adicionales importantes. En primer lugar, solemos concebir la caridad en gran parte como respuesta de individuos, mientras que la idea de justicia no engloba simplemente lo que los individuos se hacen unos a otros sino también las estructuras y relaciones generales que existen, o deben existir, en una sociedad. Por ejemplo, muchas personas aceptarían como parte de la «justicia social» que una sociedad debe estar organizada de tal modo que garantice la satisfacción de las necesidades básicas de todos sus miembros, con una fiscalidad progresiva para financiarla. Si se acepta esto para sociedades individuales, ¿por qué no aceptarlo para el mundo en su conjunto? Así pues, las instituciones y acuerdos internacionales deberían reflejar esta meta. «Una distribución equitativa de los recursos mundiales» exige al menos que todos tengan bastante para satisfacer las necesidades básicas.

Pero para muchas personas, una distribución equitativa de los recursos mundiales supone mucho más que esto. Exige el cambio de muchas de las cosas que se hacen en el mundo del comercio y de la actividad económica internacional, por su carácter injusto. Puede considerarse injusto lo que se hace con -y en- los países en desarrollo a causa de la explotación de los recursos y del trabajo barato. Así pues, la exigencia de justicia no es simplemente una exigencia progresiva de organizar el mundo al objeto de atender las necesidades básicas. Además, es la exigencia de poner fin a la injusticia activa, así como de compensar por lo que se ha hecho. Por supuesto la mayoría de «nosotros» no estamos implicados directamente en todo esto; pero todos formamos parte y somos beneficiarios del sistema que hace esto.

Este tipo de apelación a la justicia depende de una interpretación más controvertida de lo que están haciendo los gobiernos, bancos y compañías multinacionales. Si bien comparto considerablemente esta apelación, pienso que es importante no basar demasiado en ella el argumento moral en favor de la ayuda. Ello tendría por consecuencia aceptar que las personas muy pobres de un país al que no estamos explotando no serían merecedoras de nuestro interés. La asistencia tiene una orientación sustancialmente progresiva. El aliviar el sufrimiento, satisfacer las necesidades básicas, instituir los derechos fundamentales y aplicar el principio de justicia social son todos ellos aspectos complementarios del bien que podemos hacer. El poner fin o rectificar las injusticias que han hecho otros «por nosotros» sólo es una parte de ese bien.

4. ¿Qué es el desarrollo?

Como indiqué anteriormente nuestro verdadero centro de interés es la «asistencia al desarrollo». Pero ¿qué es el «desarrollo»? Muchas personas se desconciertan ante este término precisamente porque sugiere la idea de crecimiento económico. El concebir el desarrollo en términos de crecimiento económico plantea al menos tres tipos de dificultades. En primer lugar, el crecimiento como tal puede no beneficiar a los muy pobres, y en realidad puede ir unido a procesos que en realidad empeoran las cosas para los pobres. El uso empresarial de la tierra o de nuevas técnicas agrícolas puede excluir del proceso económico a los campesinos pobres. En segundo lugar existe el peligro de que el crecimiento refleje modelos occidentales inapropiados de los cambios que deberían tener lugar, y que su aplicación sea parte de una economía mundial esencialmente controlada por Occidente. En tercer lugar, incluso si el modelo de crecimiento que se defiende está concebido para dar prioridad al «crecimiento de los pobres», puede cuestionarse el supuesto de que es necesario el crecimiento «general» para que se produzca este último. En cualquier caso tiene que situarse en el contexto de limitaciones ambientales como el control de la polución y de la degradación del suelo.

Se ha afirmado que una parte, quizás considerable, de la ayuda que se ofrece va dirigida al desarrollo económico general en los países pobres y no en particular a la reducción de la pobreza absoluta. Obviamente la ayuda oficial está limitada por el hecho de que es una transferencia bilateral de gobierno a gobierno, o bien una transferencia multilateral de gobierno a organismo de las Naciones Unidas y a gobierno. Tiene que respetar en cierta medida los deseos de un gobierno receptor que en sí mismo puede no tener la reducción de la pobreza como objetivo prioritario de su programa de desarrollo. Por otra parte esto no es aplicable a toda ayuda gubernamental, ni en general a la ayuda al desarrollo financiada por organizaciones de voluntariado expresamente interesadas por las personas muy pobres (para un examen muy completo y sincero, véase R. Riddell, Foreign aid reconsidered, 1987).

Los cínicos que afirman que donarían generosamente o apoyarían la ayuda gubernamental pero no lo hacen porque esta ayuda no funciona, deben reconocer que si bien una parte de esta ayuda realmente no funciona, otra sí, especialmente la de las organizaciones de voluntariado. Si uno se compromete con el objetivo de reducir la pobreza, aplicará los medios necesarios, y si ello supone seleccionar entre los organismos a apoyar, o bien defender el cambio de prioridades de la política de ayuda gubernamental, lo hará. Lo que no hará será simplemente despreocuparse. El hecho de que en ocasiones fracase la ayuda o asistencia, bien porque los objetivos eran incorrectos o porque las cosas no funcionaron, rara vez es razón para no apoyarla, a menos que existan otras razones más profundas que expliquen nuestra abstención a prestar apoyo.

Así pues, es preciso distinguir lo que puede denominarse desarrollo real» de las nociones convencionales del desarrollo. En términos generales podemos concebir el desarrollo como un proceso de cambio socioeconómico que debe tener lugar. Esto dice muy poco hasta que se concreta lo que debe suceder, pero muestra que la definición del desarrollo, es en su raíz, un asunto valorativo y que implica nuestro sistema de valores.

Si uno considera que a lo que debería aspirar un país es a la extensión general de la prosperidad económica y material, o a la distribución justa de este crecimiento, optará por los modelos de «crecimiento» convencional, o de «crecimiento con equidad». Si consideramos que son importantes otras cosas, como los procesos que permiten alcanzar un cada vez mayor bienestar «no materialista», o procesos que satisfacen las necesidades básicas de los pobres, o procesos que no dañan el medio natural, defenderemos los modelos correspondientes (Dower, 1988). Como la ayuda constituye un «medio» para el «fin» del desarrollo, lo que primero hemos

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