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Reguero de tallos en el andén

Enviado por   •  22 de Febrero de 2018  •  1.681 Palabras (7 Páginas)  •  218 Visitas

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CARLOS ALBERTO GONZALEZ CRISTANCHO, allí estaba, en letras doradas sobre una cinta color malva y una corona de flores. Al instante escuché la voz de mi mamá que estaba detrás de mí.

-¡Ya está saliendo, ahí lo sacan!

Cuando estaban sacando el cajón de la iglesia, una avalancha de manos, como en un concierto de rock transportó el cajón hasta el carro que tenía adherido su nombre. Apuesto a que Carlos Alberto no tenía ni idea que lo quisiera tanta gente. Quise varias cosas, quise estar muerta, en el más emotivo de los sentidos –pensando que al menos unos tres pares de manos dolientes sostendrían victorioso mi cuerpo inerte como lo hacían ellos con él-. Quise haberle conocido, quise ser uno de esos ‘socios’, quise ser un ‘parcero’. Al otro lado de la escala social hay gente que muere sola y en silencio, sus velorios, sus entierros, sus muertes no son así de concurridas. ‘Concurrido’, fue justamente la palabra que usó una señora que iba pasando y que también fue testigo del hecho.

-Yo no había visto un velorio tan concurrido desde hacía tiempos.

Cinco buses de Capillas de La Fe llenos, llenos como un Transmilenio en hora pico, salieron rumbo al entierro del parcero. Tuve la intención de colarme en alguno de esos buses. Intenté acercarme a alguna de las personas que estaban allí, pero me pareció irrespetuoso y hasta peligroso para mí meterme allí. Así que, solo los dejé ir.

Pese a la dificultad de inmiscuirme en el entierro de Carlos Alberto, y a la pérdida que significaba no poder estar allí, resolví preguntar a la gente de la capilla por información.

-Son peligrosos niña, eso mejor no meterse.

Al salir de la capilla noté que en frente de la iglesia, donde hacía un momento se colmaba el espacio de personas y de tristeza, y de borrachera. Ahora había un hombre con unas flores, un reguero de tallos en el andén y pétalos como constelaciones en el suelo. –Quizá él sepa algo- pensé.

-Buenas vecino, ¿Sumercé sabe de casualidad quien era el muchacho que acabaron de sacar de la iglesia?

-No, yo acabo de llegar. Ni idea.

-¿Y entonces las flores?

-Del día de la madre, tengo astromelias, vea, y las rositas.- Flores, flores para los muertos y para los vivos. Flores frente a la iglesia, frente a la iglesia un asadero, y allí, nosotros.

Ese día me fui convencida de que era una inútil, y una cobarde. Que había visto pasar frente a mis ojos una oportunidad, y que como todas, la había dejado escapar a pasos de bebé. Ese día, como cada día, me resigné.

Pero luego, ese mismo día había comprobado solo una vez más algo que he pensado desde hace un tiempo; la muerte aunque señalada, odiada y temida, tiene la capacidad de inmortalizar. Suele hacerlo con el amor. Y es que el amor verdadero –no he tenido la fortuna de conocer la excepción- es el que no es, y la forma de eternizarlo es mediante la muerte. La muerte da vida al amor. Por eso los amores trágicos de las historias de libros son los más evocadores, porque no son, o no llegan a ser. Su efervescencia queda congelada en el tiempo cuando los alcanza intrépida la muerte. Todo lo que es tiene a morir, sucumbe, perece, caduca, es. Por eso aquí no hay muerto malo, porque sea lo que sea, una vez muerto ha dejado de ser.

Pero ser también es vivir, y así, se empieza a morir desde el instante mismo en que se empieza a vivir; muere el cuerpo con cada inhalación. Se respira para vivir. Muere el tiempo en cada tic tac, muere una mujer cuando acaba de estallar en un orgasmo -petite mort-. Morimos de a pocos en un trancón que nos angustia la vida y que parece no tener fin, morimos cuando en medio del trancón nuestra mirada huérfana cae por el precipicio hacia el piso. Muere la memoria y con ella la vida de alguien con demencia o Alzheimer, que porque ‘recordar es vivir’.

El instante en que la zorra ha matado un conejo,

La vida se hace muerte en ese instante,

La muerte se hace vida en el cuerpo de la zorra,

La muerte es un instante,

La vida… es un instante.

Un instante es un momento,

Un momento es un lugar.

La muerte es un momento en la vida,

Y la vida es un instante de muerte.

Esto último, este es mi reguero de tallos en el andén y pétalos como constelaciones en el suelo.

Milena Posada Mila

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