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A aquel leyendo esto - Pastiche Autopista del Sur

Enviado por   •  24 de Octubre de 2018  •  1.334 Palabras (6 Páginas)  •  372 Visitas

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Logro ver una línea de autos larguísima a unos veinte metros y empiezo a frenar. Al mirar a mi derecha la del Daulphine captura mi atención, tuvo que frenar tan fuertemente que su auto quedo levemente volteado a la derecha y marcas de llantas quedaron en el asfalto. Sin embargo, esta está diagonal a mí, no a mi lado. Percibo que los autos que estaban aproximadamente a cinco autos al frente tenían sus motores apagados, me pregunto cuanto tiempo llevarán atascados. Miro el reloj y veo que son las tres y quince minutos de la tarde.

Avanzamos quince metros como máximo y a lo lejos escucho a la del Daulphine decir que eran las cuatro de la tarde. Estoy empeorando, puedo sentirlo por los retorcijones que tengo en el estómago. Sé que no habrá mucho tiempo antes de que tome otra píldora, otra más que se va y no vuelve. Pero no es que se me acaben las píldoras lo que me preocupa, sino que me tome demasiadas a la vez. Cuando aún estaba en el hospital, la píldora solo la tomaba dos veces al día. No es hasta ahora que me doy cuenta la muy estúpida jugada que acabo de hacer. Si iba a escapar del hospital pude haberme suicidado de una vez y ya, no hay forma de que sobreviva solo y sin saber cómo medicarme.

La rutina nos consume, enciende el auto, avanza 10 metros, apaga el auto. Parece que una vez llevamos más de cinco horas siguiendo esta rutina todo se vuelve más rápido. Cada vez que miro al reloj son horas totalmente diferentes, son las dos de la mañana, ahora las tres y cincuenta, y todo pasa mecánicamente. Una vez despierto del trance cuando oigo algo en mi ventana y la abro, es un tipo ofreciéndome algo. No me importa nada y no escucho que me dice, simplemente rechacé la oferta perezosamente y cerré la ventana. Sería bueno encontrar algo que hacer, tal vez si empiezo un diario… no sé. Puedo ver por el rabillo del ojo a unos locos jóvenes gritando y saltando con emoción, me pregunto cómo pueden siquiera tener energía.

A la izquierda veo a la del Daulphine fuera de su auto hablando con otras personas. Diviso al hombre que vino antes a mi ventana escuchando atentamente algo, sin embargo, aparto mi vista violentamente cuando siento otro retorcijón. Como un poco de las galletas de las tres, una tradición que la enfermera de la tarde tiene de hacer una vez termino mi almuerzo los viernes. Oh prefiero la atención especial de la de la tarde a esta exasperante situación. Otra píldora, la saco de la guantera y la meto en mi boca. Puedo sentir el agradecimiento de mi garganta por tomar agua.

Los del Simca por fin duermen, y aprovecho para escribir la carta que le enviaré a Ivette una vez llegue a París, mis últimas palabras para ella. No merece nada de parte mía, pero estoy en mi derecho de reclamarle una vez más que me jodió la vida. Por ella enfermé y por ella moriré. Solo lo sé, ya estoy seguro de que no saldré de acá, que nunca llegaré a París. Tal vez no vale la pena seguir esperando en este frio día a que algo utópicamente esperanzador aparezca y nos mantenga en buen camino. Prefiero ser realista, ningún taco dura más de doce horas. Llevamos acá días, semanas, meses, ya ni sé. Entonces, aquel que lea esta corta historia tenga en cuenta que solo fue mi último relato forzado, y que hubiese deseado llegar a París y haber encontrado mi parque donde sentarme. Pero acabo de tomarme una pequeña gran sobredosis de píldoras porque no veo otro escape diferente. A aquel leyendo esta historia, asegúrese de que Ivette reciba su carta, y que le duela tanto como a mí.

1000 palabras.

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