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El rey viejo

Enviado por   •  11 de Julio de 2018  •  4.852 Palabras (20 Páginas)  •  367 Visitas

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México es un país en el que todo se vende, dentro de una revolución que tenía más bien a la consolidación de la burguesía que a la justicia social, en donde sólo impera la voluntad del gobernante en turno, no es la eficiencia o la honestidad las cusas de asenso alguno, sino la adulación y el servilismo más despreciable.

Las escenas ocurridas en momentos de Francisco Villa o Emiliano Zapata le dieron a México pertenencia al pasado. En ese momento los que dirigían eran los dueños de un país de dos millones de kilómetros cuadrados con minas, campos petroleros, cultivos de maíz, de trigo, de henequén, bosques de maderas preciosas, enormes litorales y ciudades tendidas en los valles o dispersados en los flancos de las montañas. En sus antecedentes se tenía el eslabón de una larga cadena de gobernantes a quienes importa tanto el provecho de su país como su bienestar personal. Los que estaban gobernando no tuvieron la resolución de quebrantarla y creyeron cumplir con su deber haciendo solamente lo que hacían.

Los momentos iban de mal en peor, ahora compraban a las mujeres para poder estar con ellas, al presidente la daba igual lo que hacían o si lo dejaban de hacer, parecía no importarle.

El señor Presidente tenía en mente el concepto de que él mexicano lo traiciona todo, tras testimonios como “Todas las veces que pienso en el futuro me va mal. El futuro siempre trae mala suerte. Hoy estamos aquí, mañana en otro lugar, no hay nada que nos haga tener esperanzas” le dieron a pensar que nuestro país es un país donde nadie trabaja para el mañana, un país sin esperanzas.

La adhesión al gobierno resultaba buena cuando puede ser una posición recomendable en una nación civilizada, pero en ningún casi cuando sólo se toma en cuenta la traición y el acuerdo. Ahora gobernar con legalidad rodeado de traidores resultaba un error político y los errores políticos en México se pagaban con la vida.

El convoy se levantaba en un cerro fortificado por el enemigo, y a su izquierda espesos matorrales que protegían a una fuerza emboscada de caballería. El general Mugía estaba a caballo rodeado de jinetes y seguido de sus hombres se enfrentó a la conquista del cerro para ser rechazado minutos después por una lluvia de balas; al mismo tiempo dos disparos de cañón anunciaron el ataque de la caballería emboscada; el escuadrón de infantería, desplegado en una línea recta, rechazó la carga.

Derrotada la caballería del enemigo las preocupaciones eran los montones de cadáveres que faltaban por enterrar, los muchachos se lamentaban de no haber participado en la batalla para llenarse de orgullo y gloria. El héroe había sin duda Murguía, había logrado perseguir al general Mireles y arrojar al enemigo de sus bastiones. Él representaba a la barbarie, la antigua furia que lo mismo se empeñaba en aniquilar que en ser aniquilada, presentaba seguridad en sí mismo y contenía un aire soberbio ante los momentos de peligro.

El ambiente se volvía más denso, las amenazas pesaban sobre las fuerzas del gobierno. Una docena de bombas ocultas en la vía y mensajes interpretados por telegrafistas revelaron la existencia de tropas enemigas a la retaguardia del convoy. A treinta kilómetros se ven humos de trenes militares enviados desde la Cuidad de México. Ya se habían abandonado algunos trenes llenos de muebles con el fin de aprovechar el agua y combustible que había en las locomotoras.

El general Pablo González mandó una carta al presidente para darle la oportunidad de salir del convoy y salvar su vida a cuesta de la de los demás; sin en cambio el presidente es un hombre al que no le agrada la simple idea de tratar con los rebeldes, usar salvoconductos, ni mucho menos pedir misericordia en tiempos difíciles. El Viejo trata de salvar a su pueblo de la tiranía y del espadón.

Ocurrió otro sorprendente ataque; para ese entonces ya habían dejado por el camino casi la mitad de los trenes al enemigo y mutilados. Llevan soldados enganchados por la fuerza en el ejército. Ya era demasiado tarde para la causa de la legalidad que representaban; de cualquier modo no hubieran podido continuar con su camino. Los puentes incendiados humean y los durmientes yacen desordenados en los terraplenes, postes de telégrafos derribados a hachazos. Los caballos corrían a lo más que podían, los soldados gritaban, disparaban y disparaban a las carabinas, pero su artillería combatió por seis horas entre nubes de polvo.

Hasta ese entonces ya habían combatido con una considerable parte de los enemigos de Veracruz. El Regimiento de Infantería se pasó a las fuerzas del enemigo en Veracruz en sus propias narices de los integrantes del convoy. Guadalupe Sánchez, hace apenas unos días se había aparecido como un aliado de la tropa; ahora era considerado culpable de que las fuerzas de Veracruz atacaran.

Ya no se podía confiar en nadie, se temían de nuevas deserciones por parte de sus propios aliados, unida al temor de tener algún ataque nocturno; los soldados se revolvían en el suelo, gruñendo y heridos se quejaban en voz alta.

Para Millán hacer la guerra equivalía a realizar una buena labor en el campo, había joven, y en su figura se advertía una rara mezcla de dulzura y severidad; pero después de todo había muerto en la lucha al igual que miles de soldados que ahora solo podían ser enterrados en el olvido; no era posible reconocer alguna de sus historias, sus relaciones familiares o tan siquiera alguno de sus nombres.

La desgracia iba en aumento. Se acordó abandonar los trenes, cargar el tesoro y las municiones en bestias de carga y carros que pudieran conseguirse y, fragmentar los batallones en grupos. Los soldados abandonaban las trincheras y se dirigían a recoger sus equipajes; los civiles se arremolinaban llenos de miedo al pie de los trenes y hacían al mayor esfuerzo posible para tratar de sacar sus pertenencias. Las fuerzas de Veracruz se habían adueñado de los montes, estaban enredados entre dos fuegos; dos únicos cañones y una ametralladora rompieron el fuego. Por un momento Enrique también sintió la ligereza sensación de sumarse a la masa que huía, pero una fuerza que salió de él al ver al Viejo presidente lo obligó a quedarse.

Apareció el secretario de guerra quien le suplicó al Presidente de la República que se marchara para evitar cualquier intento de asesinato; el pánico era general pero la serenidad de este se oponía a huir, a morir y a lo más importante, a entregarse al enemigo. Murguía se acercó al Tren Dorado con el fin de ofrecer su caballo como medio de transporte para el Presidente hasta que accedió.

A poca distancia de la última batalla que habían tenido

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