Esos no son de aquí por Rafael Hernández
Enviado por Mikki • 4 de Junio de 2018 • 1.717 Palabras (7 Páginas) • 545 Visitas
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En su ensayo, la Prof. Magali García Ramis; expone más de una razón por la cual ella considera que el chango (Mozambique de Puerto Rio), debe ser declarado como Pájaro Nacional de Puerto Rico. Haciendo alusión a sus enumeradas “razones de peso”, expreso a continuación mi desacuerdo.
En primer lugar, se describe el chango como “pájaro sumamente sociable” con un tono despectivo en mi opinión al describir que “llegan sin invitación alguna”. Que es el verdadero “ave-riguao”. Se mete a todos sitios, es sato,” presentao”, pide comida y se reproduce sin pensar en las consecuencias, etc.Siempre he pensado que los puertorriqueños, somos patrocinadores de una cultura irresponsable y ya sea por la globalización o la política, vamos en detrimento. Pero si de vender la imagen de Mi Patria al mundo se refiere; las “cualidades” del Chango Mozambique, son las que menos que quiero resaltar. Ante el mundo, Mi Isla, ES LA ISLA DEL ENCANTO! İ La ISLA CON HERMOSOS BOSQUES Y ENVIDIABLES PLAYAS! İEL PARAISO TROPICAL! Su gente sigue haciéndole honor a la figura del cordero con su humildad y servicialismo.
Partiendo de la premisa, de lo que significa Nacional tenemos que tener en cuenta que el ave que escojamos nos representará como pueblo y esa será la portada ante el extranjero, es el resumen que le mostraremos al mundo de lo que es un nacido en PUERTO RICO. Magali, describe y al mismo tiempo hace una comparación irónica de lo que somos como ente. No niego que las actitudes expresadas en el ensayo coinciden con nuestras actitudes en varios aspectos; pero de comparación no se trata.
En una calle de Estocolmo, un haitiano tal vez piense que el jamaiquino que está a la vista, en la misma acera por donde él anda extraviado, es uno de los suyos. Cuando lo oiga hablar en inglés quizá sienta la decepción del sediento que, en el desierto, acaba de ver un oasis donde no lo había.Si al frente de los dos está una mesa de fritangas que no es ni jamaiquina ni haitiana sino venezolana, uno y otro – y por supuesto también el señor de Venezuela que vende las frituras – se sentirán en familia.
Lo que nos divide en el Caribe, según el poeta dominicano Pedro Mir, es la lengua. Lo que nos une, según la escritora puertorriqueña Magali García Ramis, es la manteca. Empanadas repletas de carne grasosa y vísceras de res que chorrean aceite, encuentra uno en Kingston y en Cartagena, en La Habana y en Portobello. En el Caribe inglés y en el español, en el holandés y en el francés. A las diez de la mañana o a las seis de la tarde, muchísimas de nuestras calles se convierten en comederos comunales. Y descomunales.
Hay otras cosas comunes, desde luego. En nuestro territorio principió la colonización de América. El mar en el que nuestros antepasados buscaban la armonía con el Universo, nos fue arrebatado por las grandes potencias, que no lo usaron como fuente de belleza sino como teatro de guerra. También nos une el predominio de la luz sobre la penumbra y un cierto garbo de danza que convierte el acto de caminar en la antesala de la fiesta. Luego está el tambor, que nos pone alas en los pies y nos hace pensar, como Giradoux, que el cuerpo no debe ser la primera sepultura del esqueleto. Nadie quiere matar ni matarse cuando suena el tambor, ya sea en un bolero cubano o en un reggae de Jamaica. Tal vez por eso, pese a afrontar los más agudos problemas sociales, el Caribe es la región del mundo que presenta el menor índice de suicidios.
Entre todas las cosas que nos unen, nada tan sabroso como una fritanga que extiende ante nuestros ojos su variedad de colores y texturas. Pienso, por ejemplo, en una Reina Pepiada caraqueña, en un mofongo de San Pedro de Macorís o en una butifarra de Soledad. Se trata de un placer que, en principio, es óptico y después visceral. No importa que, como dicen algunos, esta adicción a la grasa sea la opción que elegimos en el Caribe para, de todos modos, suicidarnos. Para perder lentamente en la mesa la vida que nos había devuelto el baile.El hombre del Caribe rechaza de plano todo lo que le priva del placer. Comer coliflores es mucho más sano que comer papas rellenas, de acuerdo, pero también es mucho más triste. De la misma manera podrían imponernos la música de cámara, con el argumento de que, a diferencia del salvaje tambor, es apacible y se puede escuchar sin necesidad de despeinarse y sin sudar. ¡Qué nos mate lo sabroso, nunca lo insípido!Si nos quitaran la manteca, no habría manera de que el pobre haitiano extraviado en Suecia pudiera hermanarse con el jamaiquino que también anda perdido y con el venezolano de la acera de enfrente, para sentir de una vez por todas que no hay aburrimiento que dure cien años ni hombre del Caribe que lo resista.
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