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María de Jorge Isaacs. MARÍA, UNA JOYA DE LA LITERATURA

Enviado por   •  14 de Mayo de 2018  •  2.299 Palabras (10 Páginas)  •  674 Visitas

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El realismo en María sirve para hacer una demanda de las injusticias en la sociedad. Aunque los personajes principales son de un carácter más bien noble, hay referencias a personajes secundarios que se muestran agresivos. En una parte importante de la novela, se deja ver la realidad de la esclavitud. Efraín ha crecido viendo a los sirvientes, y en especial ha conocido la historia de una negra que sufrió directamente el trato injusto. El relato de Nay y Sinar, que el protagonista se encarga de dar a conocer tal como a él le fue enseñado, es una muestra del realismo mezclado con la ficción. “Nay supo en seguida por Gabriela, al referirle ésta que estaba vendida, que esa pequeña porción de oro, pesada por los blancos a su vista, era el precio en que la estimaban, y sonrió amargamente al pensar que la cambiaban por un puñado de tíbar.” (Isaacs, pág. 147)

Se ha considerado que esos fragmentos de historia pertenecen a un cuento intercalado, que bien podría funcionar por sí solo, ya que al leerlo pareciera que uno sale de la época en que se desarrolla toda la novela. Pero de cierta forma, todo ese pasado de Feliciana, o Nay, sirve para protestar en contra de la esclavitud, y sensibilizar a los lectores acerca de que las personas como ella, tuvieron sueños también. De hecho, la relación entre Nay y Sinar resulta muy romántica. La añoranza de la vieja esclava es comprensible, pues nunca recuperó a su esposo, el cual la amaba demasiado.

El rayo que rasga las nubes y cayendo sobre la copa del moabab lo despedaza, como tu planta deshace una de sus flores secas; las estrellas que como el oro y perlas que bordan tus mantos de calín, dejándote aprisionar entre mis brazos; el sol que bruñó tu tez de azabache y da luz a tus ojos, el sol ante el cual el fuego de nuestros sacrificios es menos que el brillo de una luciérnaga; todas son obras de un solo Dios. El no quiere que ame a otra mujer que a ti; él manda que te ame como a mí mismo; El quiere que yo ría si ríes, que llore yo si lloras, y que en cambio de tus caricias te defienda como a mi propia vida; que si mueres llore yo sobre tu tumba hasta que vaya a juntarme contigo más allá de las estrellas, donde me esperarás. (Isaacs, pág. 140)

Aunque el título de la novela hace referencia a la heroína, no es ella la protagonista absoluta, sino más bien es Efraín quien se lleva toda la historia. Este personaje es quien cuenta todo, y del único de quien se puede saber realmente los pensamientos y sentimientos. Sobre lo que los demás personajes hacen o sienten, solo se sabe una parte, o sea, lo que Efraín alcanza a mirar o a percibir. Podemos considerarlo un héroe, pero no como uno típico de la literatura romántica, ya que este se presenta a sí mismo con virtudes y defectos; sí tiene rasgos románticos, pero no en exageración. Bien se ha dicho que Efraín es una proyección del propio autor, pues Isaacs vivía en condiciones similares, tenía un carácter parecido, además gustaba de hacer poesía.

Un aspecto discreto en la novela, pero que sin duda está presente, es el vago erotismo, que aunque en ocasiones no se percibe con la primera lectura, a través de todo el libro hay descripciones que reflejan esa tendencia, incluso cuando se describe a la naturaleza, pues en algunos momentos se hace una especie de analogía entre ella y la figura femenina. “La constante voluptuosidad, la sensualidad alerta, aparecen en forma de continuos relámpagos de pudor: ya ante una nunca, un brazo torneado, unos pies descalzos.” (Reyes, pág. 273) Efraín abiertamente alaba los encantos femeninos de las hijas de José, así como de otras mujeres en la novela. Sin embargo, su atracción principal es sin duda María; puede reconocer la belleza de otras, pero su deleite es contemplar a quien ama de verdad.

Esto decía, sin mirarme de lleno, y entre alegre y vergonzosa, pero dejándome ver, al sonreír su boca de medio lado, aquellos dientes de blancura inverosímil, compañeros inseparables de húmedos y amorosos labios; sus mejillas mostraban aquel sonrosado que en las mestizas de cierta tez escapa por su belleza a toda comparación. Al ir y venir de los desnudos y mórbidos brazos sobre la piedra en que apoyaba la cintura, mostraba ésta toda su flexibilidad, le temblaba la suelta cabellera sobre los hombros, y se estiraban los pliegues de su camisa blanca y bordada. (Isaacs, pág. 168)

María, a diferencia de Efraín, es un personaje idealizado, propio de la tradición literaria. Su representación es casi angelical, es dulce y sumisa. Ella durante todo su noviazgo, procura que las cosas vayan bien, evita las discusiones y siempre muestra respeto hacia Efraín. Es inocente, tierna, maternal y religiosa. Todas sus características apuntan para que fuera la mujer perfecta, un ama de casa impecable. “Cuando a tal sublimidad de alma se agregan los encantos físicos de María, se ve que Efraín tiene razón al considerarla la más bella de las criaturas de Dios.” (McGrady, pág. 207)

Al final de la historia, lo que más conmoción nos causa como lectores, es mirar llegar la muerte de María, esa tragedia irremediable que está prevista desde las primeras líneas. El dolor de Efraín es inexplicable, y su lamento se debe a no haber podido estar junto a María. Sin duda esta novela combina los elementos románticos, costumbristas y realistas para cautivar a cualquiera.

Soñé que María era ya mi esposa –este castísimo delirio había sido y debía continuar siendo el único deleite de mi alma–. Vestía un traje blanco y vaporoso, y llevaba un delantal azul como si hubiera sido formado de un jirón de cielo; aquel delantal que tantas veces la ayudé a llenar de flores, y que ella sabía atar tan linda y descuidadamente a su cintura inquieta, aquel en que había encontrado envueltos sus cabellos; entreabrió cuidadosamente la puerta de mi cuarto, y procurando no hacer ni el más leve ruido con sus ropajes, se arrodilló sobre la alfombra al pie del sofá; después de mirarme medio sonreída, cual si temiera que mi sueño fuese fingido, tocó mi frente con sus labios suaves como un terciopelo del Páez; menos temerosa ya de mi engaño, dejóme aspirar un momento su aliento tibio y fragante; pero entonces esperé inútilmente que oprimiera mis labios con los suyos; sentóse en la alfombra, y mientras leía alguna de las páginas dispersas en ella, tenía sobre la mejilla una de mis manos que pendía sobre los almohadones; sintiendo ella animada esa mano volvió hacia mí su mirada llena de amor, sonriendo como sólo ella podía sonreír; atraje sobre mi pecho su cabeza y reclinada así buscaba mis ojos mientras la orlaba yo la frente con sus trenzas sedosas o aspiraba con gran deleite su perfume… (Isaacs, pág. 220)

BIBLIOGRAFÍA

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