Por Adolfo Preciado
Enviado por poland6525 • 18 de Diciembre de 2017 • 4.457 Palabras (18 Páginas) • 469 Visitas
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"Los grandes conversadores suelen tener un discurso abundante, pero no siempre. Los hombres y mujeres honrados como tales, favorecían una gran conversación por sus brillantes palabras, por ser grandes escuchas y por facilitar un rico intercambio de ideas", esto de acuerdo a Jon Spayde (Utne Reader).
Así es, conversar no es abrumar, como a un oponente, a nuestro interlocutor. Ni interrumpirlo antes de que termine un comentario y, mucho menos, descalificar sus ideas. La conversación es indudablemente la manera más noble y civilizada de compartir la existencia. Esto lo dice magistralmente Homero en la Ilíada cuando Príamo apela a Aquiles para que le regrese el cadáver de su hijo y poder honrarlo. Aquiles le dice: “Ven, sentémonos, comamos juntos y hablemos; te entregaré el cuerpo de tu hijo”. Comer juntos y hablar; conmovedor gesto de humanidad entre vencedor y vencido.
Un personaje que fue considerada por años una conversadora admirable fue Gertrude Stein siempre junto a la inseparable Alice B. Toklas. Por casi cuarenta años, en su hogar del 27 Rue de Fleurs de París, revivió la cultura del Salon, lugar de reunión vespertino para una interminable lista de notables. Escritores, expatriados de Norte América, pintores, músicos y científicos que esperaban afanosamente la ansiada invitación. Hemingway, Josephine Baker, Paul Valèry, Picasso, Stokowsky, Gershwin, Schiaparrelli, Helena Rubinstein... La lista es interminable.
El estilo de la Stein era peculiar: el interlocutor en turno, seleccionado de entre los presentes, era discretamente conducido al lugar apropiado donde podía conversar con la musa. Ella conducía la charla y escuchaba con tal atención y delicadeza, que invariablemente el afortunado quedaba encantado.
Pero todo tiene un fin. Cuando Gertrude lo decidía, el descastado recibía un cortés, pero firme, telefonazo donde la Toklas le decía que Lovey ya no estaría en condiciones de verlo. No apelación.
Por supuesto que tenemos nuestros propios grandes conversadores. Juan José Arreola podía ser deslumbrante, avasallador. Pero aún en un breve encuentro casual, con su mirada clara y directa, y con dos o tres apuntes certeros, precisos, pero amables, dejaba a su interlocutor encantado.
Otro notable es Alfonso Reyes; nuestro Clásico, como lo define Adolfo Castañón en el Arbitrario de literatura mexicana: "Esa basura trivial y dispersa, anecdótica y dicharachera, es de la misma sustancia de la que se respira al hablar de otros grandes conversadores: Montaigne, Madame de Sevigné, Sainte-Beuve y quizás Herman Wilson".
Seguramente en nuestra cultura, como en todas, hay una profusión de excelentes conversadores. No sé ustedes, pero a mí me hubiera encantado charlar con J. Rubén Romero y Agustín Yáñez. Y de otras tierras y tiempos, con Dickens, Virginia Woolf, Bernard Shaw, Einstein y Agatha Christie así como con Lillian Hellman. También con García Lorca, Neruda y el gran humorista español Álvaro Delaiglesia.
Bueno, dirán ustedes con razón, pero es que todos esos son pesos pesados, personajes del empíreo...Pues sí, es cierto, son los señalados por el destino. Y se supondría que sus conversaciones son las únicas que valen la pena. Si hasta Truman Capote, a quien por lo visto nada le era ajeno dijo: "Una conversación es un diálogo, no un monólogo. Es por eso que hay tan pocas buenas conversaciones. Dos conversadores inteligentes raras veces se reúnen."
Y, entonces, ¿la gleba, los mortales comunes, estamos excluidos? Pues ¡no señor! Consideremos lo siguiente: En otras épocas, digamos la primera mitad del siglo pasado, era común que una señora, ama de casa, sin más pretensiones que atender a su viejo y críos, diría un día, sin más, ni más: "Creo que iré a visitar a mi comadre fulana". Dicha visita no requería de una razón o pretexto. Tampoco era necesaria una invitación ni un aviso a la futura visitada, cosa impensable en estos días. Y la visita se producía, y se prolongaba por horas, y ambas comadres, y los hijos, se la pasaban tan contentos. Las comadres pasaban todo el tiempo platicando. ¿De qué? De lo que les daba la gana; de todo y de nada. Ah, las visitas, ¿es que son también un arte olvidado?
El que la charla no incluya conceptos elevados ni grandes verdades, no importa, su efecto benéfico, tonificador y reconfortante es igual. Tan valiosa es la conversación entre dos filósofos, como entre dos bosquimanos de las profundidades Africanas. En muchas culturas indígenas la conversación se torna sagrada y se dignifica con actos rituales, incluyendo pasar un "bastón parlante", para que el que lo sostiene no pueda ser interrumpido. Benjamin Franklin comparaba el decoro de los consejos Iroquíes con los del Parlamento.
En los indígenas de Hawai, el ho' oponopono es una potente modalidad de conversación para resolver conflictos. El conductor exige de los adversarios no sólo los hechos, sino también sus emociones. Cuando todo se ha analizado, los oponentes se piden perdón uno al otro y la disputa se da por resuelta y queda permanentemente en el pasado.
Entonces demos más tiempo a la conversación; no sea que la premonición de Jorge Edwards, se haga realidad: “Siempre he sentido una fascinación profundafrente a los grandes conversadores. A veces sospecho que es una especie en extinción. Me temo, con angustia, que los conversadores serán reemplazados por los charlatanes”
Una grandeza caída. Entrevista a Octavio Paz Centenario del nacimiento de Octavio Paz (1914-2014)
Octavio Paz
El 31 de marzo de 1914 —hace cien años— nació el poeta y ensayista, Octavio Paz.
Rendimos homenaje y conmemoramos el centenario del escritor con la entrevista sobre sus impresiones del Centro Histórico de la ciudad de México, que se publicó en el primer número de la nueva época de nuestra revista.
Artes de México (AdM): La ciudad moderna ocupa un lugar importante en su obra. Es incluso uno de los rasgos que definen a su poesía, que la sitúan en la palpitación de la historia. Pero, ¿cuáles imágenes de la ciudad conserva en la memoria? ¿Hay una impresión de la ciudad que usted piense que fue la primera que tuvo? ¿Cuál es la imagen de la ciudad de México que pudo tener un niño nacido en 1914?Octavio Paz (OP): La ciudad de México siempre me pareció gris. Esa era la primera impresión de un niño: una ciudad gris y rojiza. Luego tomé conciencia de que lo rojizo se debía al tezontle de los edificios.
AdM: En el poema “1930: vistas fijas” habla
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