Adquisicion filosofia etapa 3
Enviado por Mikki • 4 de Septiembre de 2018 • 1.352 Palabras (6 Páginas) • 488 Visitas
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Y por mucho que lo estudien los mejores ingenios, no creo que puedan dar ninguna razón suficiente para desvanecer esta duda sin suponer previamente la existencia de Dios. Porque en, primer lugar, la regla que antes he adoptado -de que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente- no es segura sino porque Dios es o existe y porque es un Ser perfecto, del cual proviene cuánto hay de nosotros.
Las Meditaciones Metafísicas
El libro redactado en latín, iba dedicado a los señores decanos y doctors de la sabia Facultad de Teología de París. No quiso Descartes publicarlo sin antes conocer la opinion de los mas celebres filosofos de la época, entre ellos Hobbles, Gassendi, Arnauld. Título completo es Meditaciones metafísicas en las que se demuestran la existencia de Dios y la inmortalidad del alma.
El principal objetivo de las Meditaciones Metafísicas de Descartes consiste en el estudio y demostración de la existencia de Dios y del alma, ya que “muchos impíos si no quieren creer que Dios existe y que el alma humana se distingue del cuerpo no es por otro motivo que porque, según dicen, esas dos cosas no han podido hasta la fecha ser demostradas por nadie”. Para ello utilizará el Sistema filosófico cartesiano que fue introducido en su obra “Discurso del método” consiste en descomponer todo en naturalezas simples, de forma que el conocimiento se efectue por intuición directa del espiritu.
En las dos primeras meditaciones, Descartes adopta la regla de la "duda metódica", ya explicada en el Discurso del método. El hombre es una sustancia pensante, inmaterial, y este conocimiento es una idea clara y distinta inalterable, independiente de lo sensible; de hecho, los cuerpos mismos no son en realidad conocidos con los sentidos ni con la imaginación, sino sólo con el pensamiento, la inteligencia.
A la certidumbre de la existencia real de los objetos exteriores fuera del Yo sólo se llega mediante la demostración de la existencia de Dios, porque las ideas de los cuerpos exteriores y las de las matemáticas no nos garantizan la existencia de los objetos, sino sólo del Yo que los piensa; es menester, pues, invocar el argumento de la veracidad de Dios, que produce en nosotros esas ideas.
Pero ante todo es preciso indagar si hay un Dios, y si es veraz. La premisa necesaria para la investigación es que la perfección objetiva de las ideas debe tener su causa en una realidad de no menor perfección formal. A la idea que poseemos del Ser perfectísimo debemos asignar una causa de igual perfección, esto es, Dios; la existencia del hombre no puede depender sino de la misma causa perfectísima que ha puesto en su pensamiento la idea de Dios y de las infinitas perfecciones que le faltan. La idea de Dios es innata; y no podríamos tenerla si Dios no existiese verdaderamente (Meditación tercera).
Dios no puede engañar, porque el engaño procede de alguna privación. En nosotros el error es puramente negativo; es decir, no procede de un mal que esté en nosotros, sino de un defecto de la voluntad, que, por encima del intelecto, puede dar su asentimiento a lo que no es claramente conocido. No siendo, por con siguiente, una privación querida por Dios, sino un acto libre de nuestra voluntad, el error siempre puede ser evitado (Meditación cuarta).
La tercera prueba de la existencia de Dios es el argumento ontológico. A la esencia de Dios, que es el ser provisto de todas las perfecciones, no puede faltarle la existencia, que es una perfección; luego Dios existe. En el concepto de los demás objetos, en cambio, no está comprendida la existencia como propiedad necesaria (Meditación quinta).
En la sexta y última meditación, Descartes pasa al problema de la existencia de las cosas naturales. Alcanzada la certidumbre de la existencia del espíritu como realmente distinto de toda posible realidad corpórea, se puede examinar de dónde derivan todas las impresiones y facultades. La sensación, en la que estamos pasivos, nos atestigua la existencia de nuestro cuerpo y de lo que percibimos fuera de nosotros. Nuestra naturaleza resulta, pues, de la unión del alma con el cuerpo. De ello proceden las inclinaciones y tendencias que nos enseñan lo que es dañoso para el cuerpo. Los errores de los sentidos, que a veces nos hacen desear cosas dañosas, dependen de nuestro juicio apresurado y del funcionamiento de nuestros nervios, que transmiten sensaciones particulares locales.
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