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Algunos puntos fundamentales sobre los valores

Enviado por   •  27 de Febrero de 2018  •  3.459 Palabras (14 Páginas)  •  455 Visitas

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Pero no hay que afirmar que los valores son objetos ideales, es decir, conceptos o entes mentales. La belleza de una persona es un valor real y concreto, que existe en ella y siempre la acompaña. En cambio, nuestro pensamiento abstracto o concepto sobre su belleza es un ente mental, es decir, que existe en la mente de quien la conoce.

Los valores no son meros seres mentales, sino que existen en la concreción del ser real. Por eso podemos captarlos intuitivamente por medio de nuestra sensibilidad, ya que nos producen sentimientos y emociones, y por nuestra voluntad, que se siente atraída.

El ser humano descubre en el mundo no sólo seres, sino cualidades de esos entes. Su inteligencia racional es capaz de formarse conceptos de lo que conoce; su voluntad libre se siente atraída por las cualidades que capta en las cosas y en las personas. A esas cualidades les llamamos valores, término empleado en filosofía sólo recientemente. Desde los antiguos filósofos griegos hasta el siglo XIX, se empleaba el término “bien” para designar el atractivo de un objeto conocido.

En resumen, el valor designa algo nuevo, distinto e irreductible a otras categorías del ser. Se trata de la cualidad que acompaña a los objetos apreciados. Las cosas tienen cualidades objetivas que forman parte de su ser y los convierten en “bienes”. Pero para que esas cualidades sean consideradas como “valores”, tienen que ser apreciadas por un sujeto. En los valores hay necesariamente un aspecto objetivo y una referencia subjetiva al ser humano, pues no hay valor sin capacidad estimativa.

¿Es correcto hablar de conocimiento de los valores?

Conocer significa aprehender mentalmente un objeto. Esta aprehensión no suele ser un acto simple, sino que se da en una serie de pasos, mediante los cuales el cognoscente se aproxima de diversos modos al objeto por conocer. Lo relaciona y compara con otros objetos conocidos, e infiere conclusiones. La conciencia cognoscente se mueve en torno al objeto de modo discursivo y logra su conocimiento de modo mediato, es decir, a través de esas varias operaciones.

Además de este conocimiento discursivo y mediato, ¿hay otro intuitivo e inmediato?

Por conocimiento intuitivo se entiende el conocer al ver mentalmente. La conciencia aprehende el objeto sin intermediarios. Así conocemos lo dado en la experiencia sensorial externa e interna: los colores y las formas de las cosas; el bienestar o el dolor propios. Se da también una intuición intelectual cuando aprehendemos inmediatamente los primeros principios del entendimiento, como el de identidad y contradicción (el ser es; ser y no-ser se excluyen). Se habla de que estos principios son evidentes (que se ven).

Ahora bien, la esencia espiritual del ser humano muestra tres fuerzas fundamentales: el pensamiento, el sentimiento y la voluntad, es decir, tres direcciones de la vida písquica humana. Así, hablamos de tres tipos de intuición: racional, emocional y volitiva, cuyos órganos de conocimiento son, respectivamente, la razón, el sentimiento y la voluntad.

Si partimos de la naturaleza del objeto, llegamos a lo mismo, ya que todo objeto presenta esencia (aprehendida por la razón), existencia (captada por el sentimiento) y valor (apreciado por la voluntad).

“Podemos hablar de una intuición de la esencia, una intuición de la existencia y una intuición del valor. La primer coincide con la racional, la segunda con la volitiva, la tercera con la emocional”.[1]

¿Cómo captamos los valores?

Debido a que los valores son cualidades de las cosas, atraen a nuestra sensibilidad y a nuestra voluntad. De por sí, un paisaje bello capta nuestra atención y nos causa emoción; una persona justa y honesta causa nuestra admiración; un instrumento novedoso y útil despierta nuestro interés.

No conocemos los valores mediante la abstracción de datos sensibles y la formación de conceptos, como lo hacemos con los entes. Los valores son básicamente experimentados como tales por la sensibilidad y la voluntad. Los captamos por intuición tanto sensorial como intelectual; se trata de un conocimiento directo de los sentidos y del entendimiento.

Ahora bien, cuando reflexionamos sobre los valores que hemos captado de modo intuitivo, nos formamos conceptos de esa experiencia. Nuestro intelecto se forma conceptos y la reflexión los considera como objetos de su pensar. Todo esto se refleja en el lenguaje. Así, no es lo mismo hablar de honradez que de sinceridad, de benevolencia que de belleza.

Sin embargo, el lenguaje abstracto sobre los valores no es preciso, pues no puede comunicar con exactitud la experiencia valoral. La admiración que nos puede suscitar un juez justo e imparcial no la podemos concretar con precisión en palabras; entonces empleamos figuras y decimos: “Es una roca firme; es una balanza exacta”. De allí la importancia del empleo de la analogía para poder expresarlos mejor.

La expresión analógica de los valores

Analogía (del griego ana logón = según proporción) es la relación de semejanza entre dos o más términos, conceptos o cosas, generalmente empleada para dar a conocer algo nuevo mediante el recurso a lo ya conocido. Las analogías o metáforas pueden ser cortas o largas; lo importante es que transporten el pensamiento con agilidad y prontitud de lo conocido a lo desconocido.

Los pitagóricos emplearon ya las proporciones matemáticas, cuya formulación básica va de este modo: si una cantidad es igual a otra y ésta a una tercera, la primera resulta igual a la tercera. Luego se empleó también de modo cualitativo. Platón escribió: “Lo que es el sol en el mundo visible es el bien en el mundo invisible”[2]. Aristóteles fundamenta el uso de la analogía en su teoría sobre la analogía del ser: “El ser se entiende de muchas maneras, pero estos diferentes sentidos se refieren a una sola cosa, a una misma naturaleza, no habiendo entre ellos sólo comunidad de nombre… De igual forma el ser tiene muchas significaciones, pero todas se refieren a un principio único”[3].

Hay que obviar el peligro de quedarse en el referente (o símbolo) sin llegar a lo referenciado (o simbolizado). No toda analogía requiere un constante paralelismo. Cuando varios de sus elementos se refieren a otros tantos de lo simbolizado, se llama alegoría; cuando se emplea una historieta con un sentido global, parábola; cuando toma a los animales como protagonistas, fábula; en los demás casos suele llamársele metáfora.

Para expresar los valores, el lenguaje

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