HORACIO QUIROJA-EL HOMBRE MUERTO
Enviado por Sara • 17 de Octubre de 2018 • 1.664 Palabras (7 Páginas) • 483 Visitas
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Hace dos minutos se muere.
El hombre, muy, fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media… el muchacho de todos los días acaba de pasar sobre el puente.
¡Pero es posible que haya resbalado!... el mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre ya mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo manejar un mache te de monte. Está solamente muy, fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre.
¿La prueba…? Pero esa gramilla que entra ahora por la cornisura de su boca la plantó él mismo, en panes de tierra distantes un metro uno de otro ¡Y éste es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas de alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él esta echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.
… muy fatigado, pero descansa sólo. Deben de haber pasado ya varios minutos… y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye, siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapía! ¡Piapía! ¿No es eso…? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye perfectamente la voz d su hijo…
¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido. … Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, al mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llego, y que antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos.
Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tajamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja; el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre gramilla, descansando porque estaba muy cansado…
Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado de alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal, como desearía. Ante las voces que ya están próximas --- ¡Piapía!----, vuelve un largo, largo las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido. Que ya ha descansado.
DATOS BIOGARÁFICOS DEL AUTOR
Horacio Quiroga: nació en Salta (Uruguay) el 31 de diciembre de 1878. Cuando apenas contaba con tres años de edad quedó huérfano de padre. Su infancia transcurrió en tierra natal y en las sierras cordobesas de Argentina. A los cinco años asistió a la escuela de Hiram y posteriormente al Instituto Politécnico donde recibió clases de francés y latín. Cuando el joven Horacio cumplía trece años su madre se casó nuevamente y la familia se dirigió a Montevideo donde transcurrió su juventud, hasta que su padrastro llevado por una profunda depresión, se suicidó. El año de 1879 fue un año de gran producción, literaria para el joven escritor, también incursiono en el periodismo donde escribió sus trabajos con el seudónimo de Guillermo Eynhardt.
Mientras se dedicaba a la docencia y la creación literaria, en 1906 conoció a la joven Ana María Cires con quien se casó y con la cual tuvo dos hijos. Al poco tiempo su esposa murió víctima de una sobre dosis de droga. La muerte de Ana María lo sumió en una profunda depresión que lo llevo a la ruina moral y económica. Durante el periodo comprendido entre 1916 y 1925, se hizo más patente su consagración como escrito. Público cinco libros, entre ellos Anaconda, uno de los que más popularidad le dio. En 1922 su libro cuentos de la selva fue traducido al francés y al inglés. 1987, a conocer mediante su médico que padecía cáncer, se suicidó al amanecer del 18 de marzo del mismo año en la ciudad de Buenos Aires.
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