DE ARQUIMEDES A EINSTEIN: Las caras ocultas de la invención científica
Enviado por Eric • 27 de Diciembre de 2018 • 4.339 Palabras (18 Páginas) • 664 Visitas
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ha matizado un poco su posición. Pero esta especie de sospecha no deja de tener un sentido preciso: no es raro que la administración de “pruebas” experimentales resulte sumamente delicada. Por otra parte, el mismo Darwin sabía a que atenerse: de ningún modo consideraba su teoría como “probada”, sino que se contentaba con decir que hacía inteligibles un gran número de “hechos” (que es algo muy diferente).
Una de las paradojas a las que se llega, es que los mismos “hechos” pueden sufrir diferentes evaluaciones. Según el gran ideal de la Objetividad: los científicos deben abstenerse de manifestar sus preferencias personales, perjuicios filosóficos, de privilegiar tal o cual teoría sin justificación “racional”, etc. Este estado es irrealizable.
Según las versiones simplificadoras que a menudo se ofrecen al público, el Método Experimental permitiría obtener siempre de la Naturaleza respuestas claras de “si” o “no” bien definidos. Los científicos no tendrían más que aceptar pasivamente los mensajes de la experiencia. La desgracia consiste en que estos mensajes, en las zonas todavía mal conocidas, son múltiples e incluso contradictorios. El investigador debe entonces ejercer sus sentidos críticos; todo sucede como sí el panorama experimenta pudiese ser percibido bajo distintos ángulos e iluminaciones diferentes. Una persona puede sacra determinado “hecho” a un primer plano y otra puede dejarlo en penumbra.
Los científicos, con paciencia y repetidos esfuerzos, acaban por escribir y explicar cada vez mejor determinados fenómenos. Tal vez no lleguen a la Verdad absoluta (lo que, por otra parte, pondría fin a la investigación científica), pero resuelven, con mayor o menor exactitud, un gran número de problemas. Aunque este saber sea siempre parcial y susceptible de modificarse o cuestionarse, resultaría vano impugnar radical y globalmente la fecundidad del trabajo de los investigadores. Cualesquiera que sean los fallos, e incluso los errores, la institución científica tiene un funcionamiento positivo y un rendimiento aceptable. No se trata, por consiguiente, de negar los méritos y los logros de “la ciencia” y sus servidores, sino de adoptar cierta actitud crítica ante la imagen que con frecuencia se ofrece. A pesar de los trabajos notables realizados por gran número de historiadores de la ciencia, siempre están en boga numerosos “mitos”. Mitos que presentan el “Método Experimental” como el único que garantiza casi automáticamente el valor de los resultados obtenidos o, peor aún, que hacen creer en la inmaculada concepción de las teorías, como si los hombres de ciencia no tuviesen creencias filosóficas, perjuicios, pasiones, fantasmas, etc.
La objetividad constituye un ideal y, estamos lejos de alcanzarla. Se ha puesto en marcha todo un dispositivo retórico para evitar toda confusión con la imaginación de los artistas y de los filósofos. Incluso la exposición más simplista del Método Experimental debe reconocer, al menos implícitamente, que hay dos fases: una que corresponde al invento de la hipótesis; otra, a su confirmación. La segunda fase, es la que marca el triunfo (o presunto triunfo) del Hecho y de la Objetividad.
Para hablar como algunos especialistas de la antropología cultural, todo sucede como si la ciencia fuese una actividad sagrada y protegida por estrictos tabúes. De cara al conocimiento profano, debe aparecer como el resultado de una búsqueda que muchas veces ha sido descrita explícitamente como religiosa. Basta consultar los textos para encontrar tantos ejemplos como se quiera; donde se marca que: “Entre la vocación científica y la vocación religiosa hay más de un punto en común” (físico Leprince-Ringuet).
Toda una larga tradición invita a los profanos a venerar la ciencia como una actividad superior; y todavía hoy, aunque el estilo haya podido evolucionar hacia la sobriedad. Desde el punto de vista epistemológico, estos elogios de la Ciencia Pura no dejan de tener sus consecuencias, ya que implican que el Sabio, a fin de cuentas, es el feliz poseedor de “trucos” casi milagrosos.
Si reflexionamos, es bastante evidente que la concepción “mística” de la ciencia no es más que la transposición engalanada de la concepción empirista. En los dos casos, se sobrestima la percepción de los “hechos”: los hombres de ciencia “descubren” una verdad preexistente.
Según la presentación mística, el Sabio es un vidente; según la presentación empirista, sencillamente es un observador paciente y atento. No obstante, hay acuerdo en el siguiente postulado: el verdadero científico no tiene necesidad de inventar, el verdadero científico no es subjetivo. Siempre se acaba llegando a la misma conclusión: el hombre de ciencia se comporta con si no tuviese un “perfil psicológico” singular: como si no tuviese una afectividad, pasiones, cultura, convicciones personales heredadas de su ambiente, y su educación; como sin no tuviese historia ni, por supuesto, inconsciente.
En una palabra, tanto para los que se hallan en poder de ese purismo cognoscitivo como para Pascale, “el yo es odioso”. Los hombres de ciencia poseen un excepcional super ego al que deben su “vocación”. La analogía con la Gracia divina es patente. Los empíricos vulgares dicen sencillamente que los científicos son capaces de discernir sus teorías leyendo entre líneas a través de los “hechos”. Pero sigue funcionando la misma mitología de la Mirada Objetiva: el investigador es un ser ideal que radiografía, por decirlo así, la Naturaleza en un estado total de neutralidad”.
Una tesis, en particular, merece ser sometida a la crítica: aquella que deja entender que los hombres de ciencia estudian los fenómenos de forma neutral, rechazando todo presupuesto filosófico y dejando su espíritu en una especie de vació teórico. Resulta más realista realizar, como lo hacía el mismo Charles Darwin, que toda observación exige un marco teórico. Esta preparación teórica es una necesidad. Para poder interrogar a la naturaleza, hay que definir preguntas, recurrir a diversas nociones que permitan los análisis, la creación de modelos, las formulaciones y (entre otras cosas) las investigaciones “basadas en hechos”, es decir, observaciones y experimentaciones. El que es un verdadero investigador no puede saber si los conceptos que emplea son siempre los adecuados; si los instrumentos que emplea son suficientemente eficaces; si resistirán todas las hipótesis auxiliares a las que debe recurrir, etc. Por lo tanto, existen riesgos. Ninguna Instancia Metodológica Suprema puede ofrecer una garantía de éxito. Pero esta situación incómoda es precisamente la de la investigación. Y se puede calificar de normal, mientras que a los ojos de los empíricos
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