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El rol de la desconfianza en el pensamiento de Tomas Hobbes y John Locke y su incidencia en el mundo moral y político del siglo XXI

Enviado por   •  13 de Diciembre de 2017  •  4.988 Palabras (20 Páginas)  •  543 Visitas

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la satisfacción egoísta de sentirse fuerte.

Estos individuos egoístas son iguales en cuanto a las facultades del cuerpo y del espíritu con relación a la capacidad natural para satisfacer sus necesidades de subsistencia. Pero como en el estado de naturaleza en tanto pre social no hay un orden civil que establezca la justicia y regule la propiedad ni una ley natural (ius naturale) que indique lo bueno o lo malo para normar las conductas como sostenía la escolástica, la libertad de los individuos carece de límites pues sólo conocen las reglas que las pasiones individuales guiadas por el egoísmo le sugieren para la auto conservación, lo que implica que es legítima la apropiación con el uso de la fuerza, el fraude o la mentira. “El derecho de naturaleza es la libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder como quiera para la conservación de su propia naturaleza, es decir, para la conservación de su propia vida.” (XIV: 139). Pero como los bienes son escasos, las vinculaciones humanas concretadas en el reconocimiento de los otros individuos sobre el común deseo de los objetos, se tornan competitivas, y si dos hombres persiguen lo mismo se convertirán en enemigos, y, por lo tanto, no hay posibilidad de confiar en los demás porque cada uno tratará de aniquilar o dominar al otro para conseguirlo.

El acento en la realización individual incentivó la competencia, todos competirán por dominar y acumular bienes con la misma carencia de límites morales, y como la competencia desplaza la solidaridad por la lucha, los demás se convierten en ‘otros peligrosos’ en los que no se puede confiar. No se puede confiar en el ‘otro’ porque es un competidor en la búsqueda de objetos y, de la misma manera que él mismo, apelará a cualquier método para conseguirlos. Esto convierte al hombre en la bestia más salvaje, en “un lobo para el hombre”, al que se teme más que a los animales.

La conclusión lógica de su análisis antropológico que presupone que el egoísmo radical caracteriza a la naturaleza humana y que el temor a una muerte violenta por la natural competencia, impregna la sociedad, es que la desconfianza permanente es la relación natural entre todos los hombres. La desconfianza se agudiza por los deseos de poder, riqueza, conocimiento y honores que Hobbes considera naturales “Señalo, en primer lugar, como inclinación de la humanidad entera un perpetuo e incesante afán de poder que cesa solamente con la muerte. (XI: 125) Las riquezas, el conocimiento y el honor no son sino diferentes especies de poder” (VIII: 109.) Así la desconfianza se agranda con su propia lógica en la medida en que cada individuo tratará de incrementar su poder actuando para ser temido y respetado por los demás. Quien logre consumar sus apetitos y aumentar constantemente su poder, o sea la capacidad de acumular bienes y honores de forma tal que se asegure la más amplia sobrevivencia, se considera un hombre feliz. “Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombre que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle.” (XIII: 134) Si la felicidad es la acumulación individual de bienes, la conclusión necesaria, y a la que llega Hobbes, es la guerra de todos contra todos, contexto donde no hay posibilidad de confiar en los demás.

Hobbes pretende fundamentar definiciones universales y necesarias pero, en verdad, sus afirmaciones no corresponden al ‘hombre en estado puro’ sino que se sustentan en la concepción de la realidad y del hombre iniciada en el Renacimiento europeo que, impregnada de los valores cuantitativos /economicistas del capitalismo que se estaba imponiendo en la época, sostuvo el individualismo, el deseo de poder y riqueza como objetivo moral y subrayó la otredad como competidor o enemigo. Su concepción antropológica del individuo egoísta que sólo se vincula por la competencia de bienes porque su único objetico es la acumulación y dominación para asegurar su supervivencia, claramente se refiere al Homo Economicus. La concepción del hombre que avala su afirmación de una desconfianza ontológica y por lo tanto universal no puede generalizarse ni considerarse objetiva porque es comprobable que tanto en uno mismo como en los demás conviven los móviles egoístas con la solidaridad por los otros. Las deducciones de Hobbes no son ilógicas pero no son universales; sólo pueden alcanzar un alto grado de comprobación en una sociedad capitalista, y, sobre todo, en los grupos sociales donde el deseo de riqueza y poder sean sus valores axiales.

Como ontológicamente todos los hombres desconfían de todos los otros hombres, están incapacitados para cualquier tipo de amistad e impedidos de establecer por sí mismos una sociedad de relaciones armónicas y pacíficas. Sin embargo, como además de las pasiones el ser humano tiene una razón calculadora, comprenderá que si no logra limitar las ambiciones de poder de todos, no podrá evadir la muerte violenta. Para evitar el auto exterminio y sobre la base de un cálculo prudencial, los individuos firmarán un contrato donde todos renuncian a su derecho de autogobierno, o sea a la libertad individual, para someterse a un poder común, a un órgano artificial que es el Estado para que establezca las normas y leyes que todos sus súbditos deberán respetar. A fin de evitar la incertidumbre que provoca la desconfianza establecerán un Estado absoluto y fuerte, que concentre la totalidad del poder, que sea capaz de infundir más miedo que el que naturalmente sentían con relación a los demás, a fin de que todos se atengan a la ley. Recién a partir de esta transferencia de derechos hecha por el conjunto para asegurar que nadie ejerza su poder sobre los otros, aparece la Sociedad Civil. Para desterrar el temor se debe garantizar que todos los contratantes lo acaten y esta seguridad sólo es factible si el Estado monopoliza la violencia y la represión de forma que pueda castigar al incumplidor. “Las leyes no tienen poder para proteger, si no existe una espada para que esas leyes se cumplan.” (XXI; 181) Debe ser un Estado Soberano, un poder absoluto y coercitivo, poder superior a cualquier otro donde la sociedad tenga una sola voluntad y una única voz: la del monarca que los rige y unifica. Su propuesta política, entonces, es un Estado Totalitario, un Estado monstruoso en su poder al que llama Leviatán. Sin embargo, también es el resultado lógico de la búsqueda racional de los hombres de asegurar la auto conservación en un estado de desconfianza generalizada que sólo puede generar una guerra de todos contra todos. Pero esta organización

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