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Etica y Moral Leonardo Boff.

Enviado por   •  2 de Marzo de 2018  •  14.508 Palabras (59 Páginas)  •  393 Visitas

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ÉTICA:

LA ENFERMEDAD Y SUS REMEDIOS

- NUESTRO PECADO DE ORIGEN

Analistas procedentes de la biología, de las ciencias de la Tierra y de la nueva cosmología nos advierten que el tiempo actual se asemeja mucho a las épocas de ruptura en el proceso de evolución, épocas de extinciones en masa. No porque pese sobre nosotros alguna amenaza cósmica, sino por causa de la actividad humana, que es altamente depredadora de todos los ecosistemas. ¡! Hemos llegado a un punto en que la biosfera está a merced de nuestra decisión. Si queremos seguir viviendo, tenemos que quererlo de verdad y garantizar las condiciones adecuadas.

1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer Cálculos optimistas establecen el año 2030 como fecha-límite para esta decisión. A partir de ese momento la sostenibilidad del sistema Tierra no estará ya garantizada, y entraremos en una crisis cuyo resultado es imponderable. La Carta de la Tierra, documento producido por la nueva conciencia ecológica y de ética mundial, y asumido por la UNESCO ¡!, advierte en su introducción: «Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables. La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgamos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida».

1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños? ¿Por qué hemos llegado a este punto crucial? La respuesta más inmediata se fija en las revoluciones iniciadas en el neolítico ¿?, hace diez mil años: la revolución agrícola, seguida de la industrial y completada por la del conocimiento y la comunicación de los tiempos actuales. Estas revoluciones modificaron la faz de la Tierra para bien y para mal. Por un lado, aportaron inmensas comodidades y prolongaron considerablemente la expectativa de vida. Por otro, depredaron el sistema Tierra por el monocultivo tecnológico y material y por la deshumanización de las relaciones entre las personas y los pueblos. La segunda respuesta, más elaborada, trata de saber qué sueño perseguía el ser humano con esas revoluciones, especialmente con el inmenso progreso técnico-científico y cultural. Era el sueño de la prosperidad material que había que conseguir por el poder- dominación sobre la naturaleza y sus recursos, sobre la mujer, sobre los pueblos y sus riquezas, y sobre la explotación de la fuerza de trabajo de las personas. ¿? Esta prosperidad, hay que reconocerlo, ha traído incontables beneficios en todos los campos del bienestar material.

Pero como ha sido predominantemente material y no ha estado acompañada por un desarrollo ético y espiritual, ha acarreado un espantoso vacío existencial, ha provocado una devastadora destrucción del sentido cordial de las cosas y ha ocasionado una inmensa devastación de la naturaleza. Ese sueño de prosperidad ilimitada ocupa el imaginario colectivo de la humanidad y da forma a la agenda central de cualquier gobierno. ¡Ay de la política económica y técnico-científica que no presente anualmente índices positivos de crecimiento! Pero ese sueño se está transformando en una pesadilla, pues está llevando a los países, a la humanidad y a la Tierra a un impasse fatal: los recursos son limitados, las ganancias no pueden ser generalizadas para todos, porque entonces tendríamos que disponer de otras tres Tierras con los recursos de la nuestra, y la capacidad de aguante y regeneración del Planeta se encuentra en estado crítico. ¡! Tenemos que cambiar de rumbo o nos enfrentaremos a lo imponderable. Pero esas respuestas, aun siendo objetivas, no van suficientemente a la raíz de la cuestión. Hay una causa última: la quiebra de la religación del ser humano consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con el sentido trascendente de la vida. ¡! ¿Acaso no es el ser humano, esencialmente, un nudo de relaciones en todas las direcciones? ¿Por qué se rompió la red de relaciones? Para dar una respuesta que tenga sentido tenemos que entender previamente dos fuerzas fundamentales que actúan siempre juntas y que construyen concretamente al ser humano y a cualquier otro ser del universo: la fuerza de autoafirmación y la fuerza de integración. Por la fuerza de auto-afirmación, cada uno consigue hacer valer y garantizar su supervivencia y su posibilidad de seguir coevolucionando. Por la fuerza de integración se refuerzan las relaciones inclusivas, se garantiza la cooperación de todos con todos y, de este modo, se asegura mejor el futuro. Ninguna de esas dos fuerzas es suficiente sin la otra. Las dos tienen que actuar sinergéticamente, reforzándose y completándose mutuamente. Cualquier ruptura del equilibrio es fatal. Si el ser humano se auto-afirma sin integrarse, se aísla y se enemista con los demás, y entonces vive amenazado o tiene que usar cada vez más fuerza para defender- se. Si se integra en el todo sin auto-afirmarse, pierde la identidad y acaba desapareciendo, asimilado en el todo.

La sabia lógica de la naturaleza hace que las dos fuerzas de autoafirmación y de integración funcionen siempre en un sutil equilibrio y en una medida justa para que los seres no destruyan la armonía del todo y, al mismo tiempo, conserven su singularidad. Pero el ser humano rompió esta justa medida: exacerbó la autoafirmación en detrimento de la integración; descubrió la fuerza de su inteligencia y su creatividad; y usó esta fuerza para ponerse por encima de los demás. En lugar de estar junto a los demás seres, se puso sobre ellos y contra ellos. ¿? En ese momento comenzó el auto-exilio del ser humano, y después se fue alejando lentamente de la Casa Común, de la Tierra, y de los demás compañeros y compañeras en la aventura terrenal. Rompió los lazos de coexistencia con ellos. Perdió la memoria sagrada de la unicidad de la vida en su inmensa diversidad. Despreció el tejido de las interdependencias, de la comunión con los vivos y con la Fuente originaria de todo ser. Se colocó en un pedestal solitario desde el cual pretende dominar la tierra y los cielos. Este es nuestro pecado de origen que subyace en la crisis ética de nuestra civilización: nuestra auto-concentración, nuestra ruptura fatal.

Esta postura de arrogancia produjo la mayor tragedia de la historia de la vida. Sus consecuencias llegan hasta nuestros días, y de una forma peligrosa, pues engendró el principio de autodestrucción de la especie y de su hábitat natural. Los griegos pensaban que esa actitud arrogante (que ellos llamaban hybris) provocaba la fulminación de los dioses, pues veían en ella la mayor perversión de la naturaleza.

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