FILOSOFIA Revista el Monitor “Cuidar Enseñando”
Enviado por Ledesma • 10 de Noviembre de 2018 • 1.747 Palabras (7 Páginas) • 374 Visitas
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Falsa antinomia entre enseñanza y asistencia
La antinomia suele ser una descalificación manifiesta de la idea de asistencia.
El artificio que sostiene es: quien asiste no enseña. Enseñar es un verbo de mayor jerarquía que asistir. Entonces no se trata de antinomia alguna, es solo una pérdida de prestigio cuando se equipara la función del educador con la de un mucamo.
En la pedagogía de Kant, se define la acción educativa como cuidado.
En la antinomia sobresale dos usos conocidos: el progresista y el gremial, que denuncia la superposición de tareas, enseñar y asistir.
Modos de concebir al otro
La complejidad del ser humanos pasa por un largo proceso de dependencia del otro, genera la paradoja que parasitismo biológico que ejerce no sea condición de humanización, para que se genere es el parasitismo biológico y amoroso del adulto sobre el niño el que da las condiciones reales de humanización.
Las leyes que rigen este proceso no son simples, concebida la educación como el modo privilegiado con el cual cada sociedad implementa la producción de subjetividad, es insoslayable que el lugar del otro humano sea accesorio para la transmisión de información, sino el caldero mismo donde se generan las premisas que definen los modos de instituirlas.
Las diversas épocas históricas otorgan no solo los contenidos sino también las vías de esta reproducción.
Afortunadamente, las razones que llevan a los cuidados precoces no están definidas por premisas utilitarias sino morales. No solo se alimenta al niño para que no muera sino porque el adulto se identifica con el sufrimiento que el hambre le produce.
Los motivos morales y el placer son condiciones mismas de la humanización y el niño no ha reproducido un cuerpo biológico, sino provisto de representaciones que el otro brinda, representaciones que si bien no están presentes en el nacimiento, encuentran en esta anticipación las posibilidades de una instalación.
Debajo de la enseñanza, se perfilan modos de concebir al otro, no solo en su valor presente sino en el proyecto al cual se destina.
Tanto padres como educadores transmiten entonces, múltiples maneras, su forma de concebir en el cual ellos mismos están incluidos, y en la transmisión fermenta algo mucho más importante que la impartición de los útiles necesarios para “hacer” en el proceso de inclusión al cual el niño está destinado.
Necesidades de época: Cuidar – Educar- Enseñar
La pregunta por la relación entre el cuidado del otro y la educación nos ubica desde la escuela en dos campos de problemas; uno relativo a la atención de cada singularidad en el vínculo cotidiano con los alumnos; y el otro relativo a una dimensión política, en tanto compromete aquello que es de un orden social en casa época. Podemos pensar que si el tema se hace cada vez más visible en los espacios de formación, en las publicaciones, en las discusiones entre colegas, estamos ante algún “desperfecto” que merece ser leído a modo se síntoma. Dos cuestiones propias de esta época hacen necesario volver a hacer visible esta fase de cuidado que la educación involucre:
- Que en estos tiempos la exposición a la contingencia traumática y al desamparo se hallan más facilitados.
- Que se hallan aminorados los recursos simbólicos con que cuentan los sujetos para afrontarlos.
En estos tiempos, los intercambios que producen en la escuela en la escena de enseñanza encuentran su potencial en la capacidad de ligar en los cuidados aquello que no estaba. Es en esta ligazón donde se construye el sujeto como tal, y en el mismo movimiento se anuncia también el objeto, el mundo cognoscible. “El niño aprende confiando en el adulto”, afirma el filósofo Wittgenstein. En esta confianza alimentada por los cuidados va la producción de los recursos simbólicos, que en nuestra ficción fueron los gestos aprendidos, las cartas escritas y el control de los impuestos que dieron lugar a nuevos juegos con los niños.
Sin embargo, solo bajo ciertas condiciones la enseñanza da la posibilidad de una morada para el sujeto, un anclaje para la subjetividad, contrapunto con la velocidad y voracidad del consumo de la época. Sin pretender convertirlo en una suerte de “misión imposible” la persistencia en ofrecer sin dejar su función y dar tiempo al otro, no dejarse engañar frente la postura autosuficiente del niño o del joven y advertir su estado de necesidad, estar atentos para hacerle un lugar a un deseo particular también fuera de la relación y hacerlo sentir necesario para otro.
A esto debemos agregar que los contenidos de la educación atiendan tanto a las herencias como a lo nuevo de la época. Que construyan una agenda que incluya el cuidado de la memoria, del planeta y de la ciencia en una perspectiva ética, así como el problema de la distribución igualitaria de la riqueza. Son ellos los que median en los intercambios, ofician de distancia y de acercamiento y le dan sentido a la relación de enseñanza.
Educar en esta época requiere no desentendernos ni ubicar por fuera de la relación de enseñanza el arte de cuidar, tanto en los gestos como en la instalación de los contenidos de la cultura que medie entre cada docente y cada alumnos y alumna. Esa es la forma que tiene la escuela de ubicar siempre por delante el cuidado del sujeto, evitando así contraer un posible “marasmo escolar”.
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