Filosofia del lengujae

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2.- En qué sentido afirma Barthes en la Lección inaugural que “la lengua, como ejecución de todo lenguaje, es fascista”. Y de qué modo, para él, “las fuerzas de libertad que se hallan en la literatura” abren una vía de resistencia a dicha violencia del lenguaje.

“La lengua como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir”. Desde que es proferida, así fuese en la más profunda intimidad del sujeto, la lengua ingresa al servicio de un poder, en ella, ineludiblemente si dibujan dos rubricas: la autoridad de la aserción, la gregariedad de la repetición[3]. Para Barthes, la lengua es fascista, esto debido a que obliga a enunciarse, y por lo tanto, triunfa el ego para comunicar cualquier cosa. Siempre es necesario partir desde ese “yo” para enunciar. En el texto Lección inaugural se establece que desde que es proferida la lengua, ingresa al “reinicio del poder”, ya que posee en su constitución dos características fundamentales: una referida a la aseveración de lo creado o dicho. Otra característica está direccionada a la condición que se da posterior a lo aseverado, lo que es validado por una norma lingüística, Barthes lo menciona de esta forma: “precariedad de la repetición”, la validez de lo aseverado se traduce en lo que se entiende en sociedad como signo, dentro de la lengua y agrega, además el autor que “en cada signo se manifiesta esta logística”[4], y que se manifieste en cada signo esta logística, es, por extensión una alienación al sujeto que asevera, enuncia, ya que, en Barthes toda clasificación es opresiva y participar de la norma semántica del signo es pertenecer a una clasificación en la lengua determinada. Es fascista en este sentido, en dar la incapacidad de poder decir, dada la condición obligatoria que posee la lengua, es decir, estamos obligados a decir por la lengua.

La resistencia está en la lectura y en su extensión mayor, en la literatura; El lector puede hacer del texto su propio lugar. La literatura es el momento en el cual ésta situación de alienación es posible de detener. En palabras de autor: sólo nos resta, si se puede así decirlo, hacer trampas en la lengua.

“Obcecarse y desplazarse pertenecen en suma y simultáneamente a un método de juego. Así no hay que sorprenderse si, en el horizonte imposible de la anarquía del lenguaje – allí donde la lengua intenta escapar a su propio poder, a su propio servilismo-, se encuentra algo que guarda relación con el teatro.”[5]

Ya que la representación de la lengua en referencia con lo real siempre posee una relación lineal, única y estructurada, a diferencia de lo que sucede cuando tomamos como punto de referencia a la literatura referida a lo real, lo cual posibilita una multiplicidad en las maneras de concebir a lo real, dado su configuración, la literatura en Barthes posee un carácter escritural, un ejercicio escritural que tiene de relevante que mediante esta práctica es posible que se manifieste lo “desalienante” por sobre quien asevera, es decir, escapar de lo estipulado por la norma.

El único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar la contraria a unas con otras, de manera que nunca se pueda uno apoyar en una de ellas; aunque quiera expresarse, al menos debería saber que la “cosa” interior que tiene la intención de “traducir” no es en sí misma más que un diccionario ya compuesto, en el que las palabras no pueden explicarse sino a través de otras palabras, y así indefinidamente.

Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura.

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