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LO GROTESCO DEL CAPITALISMO: LA ESTETIZACIÓN DE LA VIOLENCIA

Enviado por   •  16 de Abril de 2018  •  3.310 Palabras (14 Páginas)  •  245 Visitas

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II. Definición: la ropa sucia no se lava en casa

Primer tiempo

Niños rojos

Esa mañana el colegio nos recibió con varias pintas en la barda. Mi padre, el encargado de llevarme a la escuela no se quedó a tomar café con sus amigos, ni se despidió de mí con cariño; esa mañana no me abrazó. Lo sentí asustado y me asusté. Entré corriendo a la escuela, el patio estaba vacío. Aquel día no se llevarían a cabo los habituales honores a la bandera, me alegré, era una práctica que me resultaba tediosa. Sin embargo, ese día hubiera preferido su monótono ritmo porque el silencio en las aulas me inquietaba de sobra. No entendía lo que sucedía. Veía en el rostro de mis compañeros lo que seguramente reflejaba el mío: desconcierto. El rumor que se esparcía nos perseguía a todos, pues todos portábamos en el rostro la culpa por las pintas rojas. Ese día no hubo clases convencionales. Rosalía, la maestra de Español, que ahora me recuerda a la dulcinea por haber nacido también en el Toboso, se quedó en el grupo “B” toda la jornada escolar. Me había sentado en primera fila, así que pude ver la hinchazón en sus ojos que, esa mañana estaban rojos por la tristeza que le brotaba del lagrimal. Cuando entró al salón nos preguntó con su marcado acento español, si sabíamos qué significaba el calificativo de niños rojos con el cual nos habían marcado.

Nadie respondió.

Con los años he podido hacer una definición personal acerca de este color. El rojo, en la Guerra Civil Española, fue utilizado para referirse a los militares leales a la segunda república. El rojo: la exclusión del comunista, del llamado asesino. Y los niños rojos: miles de niños secuestrados y entregados a familias franquistas. Menores obligados a odiar a sus padres comunistas[2]. Rojo: mi abuelo; mi color favorito.

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Segundo tiempo

Me pregunto sobre mi necesidad de comenzar un texto con la definición de conceptos. Descubro que esta intención esconde la inquietud de dibujar límites para encuadrar y contener el concepto; o quizá esta contención que evoca tal definición, funciona simplemente para salvaguardar mi existencia ante el vacío de esa hoja en blanco que siempre provoca una primera angustia. En el ejercicio de la definición encuentro un espacio cómodo que me acoge con hospitalidad, me cobija como mi madre lo hacía en las noches frías de mi infancia. Te voy a hacer taquito, me decía, y yo sentía una curiosa opresión en la piel que me dejaba en calma y sin espacio. La definición promete a veces un resguardo que también me deja inmóvil y surca la escritura con la opresión de su autoridad. Ceñirse a ese ajustado espacio es perder una curiosa duda frente a la palabra definitiva.

Los diccionarios me invitan a navegar entre sus páginas, en su vaivén significante. En ocasiones su metonimia me atrapa, me propone nuevos tejidos que me impiden huir; tejidos que terminan siempre en telarañas. Me quedo enredada por la elocuencia del discurso acelerado por decir la palabra, donde la definición excluye los contextos creando un cúmulo de glosas que me lanzan de un significante a otro. La definición incluye, al mismo tiempo que excluye, categorías dependiendo del rigor o la imaginación de su escribiente; margina y define límites buscando pureza; es un trabajo casi aséptico que deja afuera la especulación.

El conocimiento con el que me seducía la definición ahora me resulta efímero, inasible, se ha convertido en la inmediatez de un insulso instrumento. Pero vuelo a ella, la escucho, paladeo, me gusta su amargo sabor, me resulta un ejercicio vulgar, pero yo no me jacto de ser original. La definición es una tentación y una fuerza de atracción. Celebro a ese personaje que no la pronuncia más, que no la necesita ya. Para mí, resulta tan elemental que no logro ubicar su frontera y los límites de su influencia.

Me resulta la definición una forma más de exclusión: margina, limita, contiene, restringe, busca perfección y pureza[3].

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Tercer tiempo

Exclusión: Demanda enérgica e incesante por un ideal de pureza de raza a la que ha estado sometida la humanidad; una pureza que implica la necesidad de mantener lo sucio, que resulta ajeno, alejado; pureza como modelo ideal donde la suciedad se ordene de forma marginada, dejando clausurada la posible presencia del extraño, de lo ominoso y de todo lo que transgreda los límites de lo ordenado. “La exclusión traza un camino hacia la segregación…es una noción de lógica social… (que) pasando por el rechazo y la expoliación de los derechos… constituye el borde negativo de la norma social”[4]

Exclusión: Discurso reiterativo de mi madre empleado durante toda mi infancia en el cual hacía referencia a esos hermosos ojos azules que perdí: Contaba que yo portaba en el rostro dos esferas de luz color azul, grandes y brillantes. El contorno de mi rostro quedaba enmarcado por dos cortinas de oro que resbalaban lacias. Me decía una y otra vez que yo había nacido hermosa, pero deje de serlo momentos después, y que esos ojos azules se convirtieron en un ordinario café y el cabello dorado, en una incomoda madeja de pelos de elote.

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Cuarto tiempo

La exclusión circula en mi cabeza. Algunas veces pienso que podría escribir mi vida enlazando momentos en los que me he sentido fuera de lugar, marginada y vulnerable. Momentos en los que me consuela pensar que todos somos excluidos; momentos donde busco en la teoría las palabras para defenderme. Mi interés por escribir sobre la exclusión social, es por mi necesidad de hablar de la exclusión emocional: de lo imposible que me resulta lidiar con el rechazo inevitable de las relaciones íntimas. Siempre he pensado que las relaciones humanas son difíciles; y mi relación con las mujeres aún más. Yo no las entiendo, no me entiendo a mí. Llevo muchos años intentando descifrar qué significa ser mujer, y termino siempre confundida; en una con-fusión que me disuelve en el otro, donde la cercanía de la piel impide diferenciar los cuerpos.

Las relaciones personales implican una siniestra cercanía, una inquietante extrañeza. En la literatura freudiana, el unheimlich se refiere a esa sensación de lo extraño en lo familiar que remite a un tiempo pasado y desde el cual, surge lo terrorífico.

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