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La Historia de Nietzsche desde las II de las consideraciones intempestivas.

Enviado por   •  11 de Octubre de 2018  •  2.479 Palabras (10 Páginas)  •  323 Visitas

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Nietzsche continua con el problema de la vida pública, la cual se manifiesta por los medios de comunicación de la época, revistas y periódicos. No se explica cómo toda la propaganda triunfalista, que contrasta con lo vano de la cultura alemana, ha impregnado a todo el pueblo de un sentimiento de satisfacción sin sentido. Aquellas personas que hacen un uso indebido del poder de lo público, en los medios de expresión, serán llamadas cultifilisteos. Son aquellas personas que viven totalmente desprovistas de lo que es la cultura según Nietzsche; viven convencidas de que ciertos rasgos artísticos y morales han de perpetuarse para consolidar una posible cultura alemana: “Ellos deberían ser libres, en todo caso, de hacer eso: lo único pasmoso es que la opinión pública estética es tan mortecina, tan insegura, tan fácil de seducir, que sin protesta tolera semejante exhibición del más mísero de los filisteísmos (…) es que además el público se alegra de sus descaradas profesiones de fe y de sus confesiones de pecados, en especial porque los pecados que confiesa no son pecados cometidos por él, sino pecados que, según él, habrían cometido los grandes espíritus”[7]

El filisteo no busca, no se inquieta por seguir buscando una legítima cultura alemana; por el contrario, lucha incansablemente por inmortalizar los credos que ellos mismos han acuñado para estamparlos a una cultura cuasi hecha. Eso no puedo ser así, diría Nietzsche; ni mucho menos tienen la potestad de criticar a los clásicos, a aquellos hombres que han entregado su vida a las letras con el fin de encontrar la anhelada cultura. Un filisteo por excelencia, podría ser Hegel; aunque Nietzsche no hace una incriminación directa, sino que tacha de ridícula la máxima hegeliana: todo lo racional es real, todo lo real es racional. Evidentemente, dentro de este grupo de filisteos, que tienen la mente del pueblo alemán sedada, se encuentra Strauss, como escritor y como confesor. Ya veremos porqué.

El texto de Strauss es básicamente una reflexión teológica del cristianismo, que se hace a través de cuatro preguntas: “¿Somos todavía cristianos? ¿Tenemos aún religión? ¿Cómo concebimos al mundo? ¿Cómo ordenamos nuestra vida?”[8]. Dentro de esta meditación, Strauss haría un análisis extremadamente riguroso de la pertinencia de una nueva y una vieja fe; esto alrededor de revisionismos filosóficos, literarios, históricos, musicales, etc. Es una cavilación que Nietzsche verá de absurda, no solo en su contenido, sino también en su forma. Es por eso que va a proponer tres preguntas –que dicho sea de paso, son un tanto ambiguas y superfluas- que van a explicar lo desatinado de la “confesión” de Strauss al pueblo alemán. Básicamente lo que Nietzsche quiere hacer ver al lector es la nueva concepción del cielo de esa “nueva religión de Strauss”, el alcance de su coraje y cómo este tipo de filisteo construye su texto. Son aspectos que considera claves para montar su tesis; pero, inclusive sin sus textos posteriores, es decir, respetando la historicidad de su pensamiento, podemos evidenciar que existe un capricho por parte suya para descreditar a Strauss. Y aunque el texto de este último fuese un hueso duro de roer, las críticas de Nietzsche son vagas, inclusive parece que estuviera escribiendo una persona totalmente resentida, dejando de lado cualquier proceder académico.

Lo que de paso indigna a Nietzsche es la concepción en la que se le tiene a Strauss, de un clásico de la filosofía alemana. No puedo ser ello posible cuando existe en la historia de Alemania clásicos como Schiller, Goethe, Lessing, Wagner y Schopenhauer.

Nietzsche de igual forma hace una crítica a la forma del texto de Strauss, asegurando que no existe coherencia alguna entre las preguntas propuestas en La vieja y la nueva fe; y que además, se cometen errores gramaticales que muestran la irreverencia de Strauss para con el idioma alemán. En este punto Nietzsche sería muy incisivo: va a presentar una lista, que se torna pertinente y hasta graciosa en un principio, pero que se vuelve aburrida y densa con el trascurrir del texto. Strauss no es un estilista del idioma, es todo lo contrario es alguien infringe constantemente las reglas sintácticas del alemán; inclusive el idioma, diría Nietzsche, se está perdiendo, y por ende el rastro de los verdaderos clásicos alemanes. Es por tal razón que toda la comunidad filistea tiene las riendas de la cultura alemana, porque al fin de todo ellos mismos deciden los grandes dilemas filosóficos de su pueblo.

En síntesis, Nietzsche haría una crítica al pueblo alemán, que exigió una sexta edición del libro La vieja y la nueva fe de Strauss, por su falta de cultura, por las imitaciones baratas de otros países, como es el caso de Francia. Pero más exactamente, la crítica de Nietzsche se dirige a Strauss, por su contenido impertinente y vago. Es decir, lo que Nietzsche reprocha es que el escrito, que es una simple confesión del credo de Strauss, ha cautivado el corazón de los alemanes. Y aunque existan unas pocas personas que critican tal texto, es una franja muy pequeña comparada con la cantidad de alemanes que degustan del estilo de Strauss. A nadie le importa su credo, diría Nietzsche; mucho menos cuando está mal escrito. El Strauss como confesor y como escritor es un completo descalabro: “Creo que se ha comprendido bien en qué estima tengo yo al escritor Strauss: lo tengo por un comediante que interpreta el papel de genio ingenuo y de autor clásico”[9].

A modo de reflexión. El tono violento que usa Nietzsche puede acarrear ciertas consecuencias. La primera de ellas, y quizá la más importante, es el llamado de atención a la academia y cultura alemana; siempre será necesario para cualquier intelectual reflexionar y criticar su entorno, el lugar y el tiempo en el que se desenvuelven los problemas de sus cercanos. El llamado de Nietzsche por ese lado es totalmente valido, pues concuerdo con él en que existen manifestaciones artísticas que deben sembrar un orgullo nacional: como el caso de El Cid o La Odisea. Deben existir huellas culturales que marquen a un pueblo, sería lo ideal. Pero el fogoso reflexionar parece más una expresión de dolo que cualquier otra cosa; no parece escribir con el corazón, o al menos con la cabeza, parece escribir con la herida. Una herida que puede hallarse desde su infancia, quizá; pero que se cristaliza con el desprecio hacia El nacimiento de la Tragedia.

Para su época, lógicamente, varios intelectuales tomaron partido de su crítica. Karl Hillebrand[10], nos muestra una defensa, a veces tibia, hacia el llamamiento de Nietzsche; mientras que un seudónimo, o más bien, un anónimo[11] –B.F- escribiría una diatriba muy fuerte hacia el texto de

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