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La Mujer Griega

Enviado por   •  27 de Diciembre de 2018  •  2.174 Palabras (9 Páginas)  •  245 Visitas

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de la pérdida total del instituto del Estado, la mujer debía ser requerida de nuevo como auxiliar. Su obra es la familia como expediente para el Estado, y en este sentido también el fin artístico del Estado había de rebajarse al de un arte doméstico. De aquí también que nuestras artes hayan concebido la pasión amorosa como el único campo completamente accesible a la mujer. Y por esto mismo considera la educación doméstica como la única natural, y la del Estado como un ataque a sus derechos, que soporta a regañadientes; y todo esto con razón tratándose del Estado moderno. La esencia de la mujer sigue siendo la misma, pero su poder es diferente según la posición del Estado con respecto a ella. Tiene ciertamente el don de compensar en cierto modo las lagunas del Estado, siempre fiel a su condición, que he comparado con el sueño. En la antigüedad helénica aceptaron la posición que les indicaba la suprema voluntad del Estado, y, sin embargo, gozaron de una soberanía de que no han vuelto a gozar.

Las diosas de la mitología griega son su imagen reflejada: la Pitonisa y la Sibila, así como la socrática Diotima, son sacerdotisas por cuya boca habla la sabiduría divina. Ahora se comprende que la altiva resignación de las espartanas ante la noticia del hijo muerto en la guerra no es ninguna fábula. La mujer se sentía en su puesto con relación al Estado; por eso mostraba una dignidad que no ha vuelto a sentir. Platón, que al suprimir la familia y el matrimonio acentuaba aun más aquella posición de la mujer, siente tanto respeto ante ellas, que se vio seducido de extraño modo a devolverles el rango que les correspondía por una ulterior declaración de la igualdad de posición con respecto al hombre. ¡El más alto triunfo de la mujer antigua, haber seducido a los sabios! Mientras el Estado permanece aún en un período embrionario, prepondera la mujer como madre y determina el grado y la índole de la cultura, de igual manera que está destinada a completar el Estado destruido. Lo que Tácito dice de las mujeres alemanas: inesse quin etiam sanctum aliquid et providum putant nec aut consilia earum aspernantur aut responsa neglegunt, se puede aplicar en general a todos los pueblos que no han llegado a constituir Estado. En tales estados se siente más ahincadamente lo que se vuelve a sentir en todas las épocas: el instinto invencible de la mujer como protectora de las futuras generaciones, porque en ellas la naturaleza nos habla de sus cuidados para la conservación de la especie.

La intensidad de esta fuerza intuitiva estará determinada por la mayor o menor consolidación del Estado: en los momentos de desorganización y de arbitrariedad, en que el capricho o la pasión del hombre individual arrastra a tribus enteras, la mujer se levanta repentinamente como profetisa admonitora. Pero también en Grecia hubo siempre el temor de que el instinto político terriblemente exacerbado pulverizara los pequeños Estados antes de que éstos hubieran conseguido sus fines. En este caso la voluntad helénica forjaba siempre nuevos instrumentos para predicar la llaneza, la cordura, la moderación; pero sobre todo la Pitia fue la que encarnó como ninguna aquel poder de la mujer para equilibrar el Estado. Del hecho de que Grecia, a pesar de estar tan disgregada en pequeñas estirpes y comunidades estatales, era en el fondo una, y en su desdoblamiento no hacía sino resolver sus propios problemas, es la mejor prenda aquel maravilloso fenómeno de la Pitonisa y el oráculo de Delfos; pues siempre, mientras el genio griego elaboró sus obras de arte, habló por una boca y como una Pitonisa. Y aquí no podemos callar nuestro presentimiento de que la individuación es para la Voluntad una gran necesidad, y que ésta, para realizar cada individuo, necesita una escala infinita de individuos. Es verdad que sentimos el vértigo ante la conjetura de si la Voluntad, para convertirse en arte, se ha vaciado en estos mundos, estrellas, cuerpos y átomos; pero en todo caso debemos ver claramente que el arte es necesario, no para los individuos, sino para la Voluntad misma, sublime perspectiva sobre la cual ya nos será permitido en otra ocasión arrojar una mirada desde otro punto de vista crítico.

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