La metrópoli y la vida mental
Enviado por Mikki • 1 de Octubre de 2018 • 1.543 Palabras (7 Páginas) • 372 Visitas
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La autoconservación se logra al precio de devaluar todo el mundo objetivo, arrastrando a nuestra personalidad individual a sentir en carne propia la misma desvalorización. Esto genera un comportamiento social negativo, un carácter reservado, puesto que si uno respondiese positivamente a todas las innumerables personas con quien tiene contacto en la ciudad se vería atomizado internamente y sujeto a presiones psíquicas inimaginables. Esta actitud de reserva, obedece también a una desconfianza frente a los elementos “pisa y corre” de la vida metropolitana. Nos hace fríos y descorazonados a los ojos de los habitantes de pequeñas ciudades. El carácter cambiante, fluido e inconsciente de cada impresión parecería tener como resultado un estado de indiferencia. La antipatía nos protege, precisamente, de estos dos peligros típicos de la metrópoli: la indiferencia y la extrema susceptibilidad a las sugerencias mutuas.
El hombre metropolitano es "libre" en un sentido espiritualizado y refinado, en contraste con la mezquindad y los prejuicios que atan al hombre del pueblo chico.
La indiferencia y reserva recíprocas y las condiciones de vida intelectual de círculos muy grandes se hacen sentir con toda su fuerza en el individuo cuando se encuentra en lo más espeso de una multitud metropolitana. La proximidad corporal y la estrechez del espacio hacen más visible la distancia mental. En ningún lugar se llega a sentir tanto la soledad y la desubicación como entre la multitud metropolitana.
Las ciudades son, ante todo, sedes de la más alta división económica del trabajo. La concentración de individuos y su lucha por clientes obliga a la persona a especializarse en una función de la que no puede ser fácilmente desalojada por otra.
La vida urbana transformó la lucha con la naturaleza por la supervivencia en una lucha entre seres humanos por la ganancia. El vendedor debe buscar siempre la manera de encontrar necesidades nuevas y diferenciadas para atraer al cliente.
Se da una escasez y brevedad en los contactos interpersonales en la metrópoli comparado con las relaciones sociales que se tienen en las ciudades pequeñas. La tentación de aparecer concentrado y altamente caracterizado, es mucho más asequible al individuo en situaciones de contacto metropolitano que a uno en una atmósfera en donde la asociación prolongada y frecuente garantiza la personalidad, con una imagen de sí mismo frente a otros sin ambigüedades.
La grandísima ventaja del trabajo especializado muy frecuentemente significa un estrangulamiento de la personalidad individual. El individuo se ha convertido en un simple engranaje de una enorme organización de poderes y cosas que le arrebata de las manos todo progreso, espiritualidad y valor para transformarlos a partir de su forma subjetiva en una forma de vida puramente objetiva. La metrópoli es la arena genuina de esta cultura que trasciende toda vida personal. Esto tiene como resultado que el individuo conserve al máximo la singularidad y particularidad a fin de preservar su núcleo más personal. Tiene que exagerar este elemento personal para poder continuar escuchándose a sí mismo.
El siglo XVIII encontró al individuo sujeto a lazos opresivos que ya no tenían ningún significado, lazos de carácter politico, agrario, gremial y religioso. Lazos limitantes, imponían al hombre desigualdades injustas y anacrónicas. Fue en esta situación en donde surgió el grito de libertad e igualdad, la creencia en la libertad absoluta de movimiento para el individuo en todas las relaciones sociales e intelectuales. La libertad permitiría que emergiera la noble substancia común a todos que la naturaleza había depositado en cada hombre, y que la sociedad y la historia habían deformado. En el siglo XIX, surge la división económica del trabajo y otro ideal: los individuos liberados de sus ataduras históricas desearon ahora distinguirse los unos de los otros. El vehículo de los valores del hombre ya no es "el ser humano en general" de cada individuo, sino la singularidad cualitativa e irremplazable del hombre.
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