Utopia de Tomás Moro.

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casados. Cada familia confecciona sus propios vestidos.

Todos adoptan casi siempre los oficios de sus padres; pero si alguien se siente atraído por otro oficio, por adopción, pasa a formar parte de alguna de las familias que lo ejercen. En sus ratos de ocio, se dedican al cultivo de las letras.

Los magistrados no quieren obligar a los ciudadanos a que realicen contra su voluntad un trabajo superfluo, ya que las instituciones de Utopía tienen tendencia a libertar a todos los ciudadanos de las servidumbres materiales en cuanto lo permiten las necesidades de la comunidad, y también a favorecer la libertad y el cultivo de la inteligencia. Eso creen ellos que es la felicidad.

DE LAS MUTUAS RELACIONES

Utopía está formada por familias unidas por vínculos de parentesco. Se procura que cada familia no tenga menos de diez hijos púberes, ni tampoco más de dieciséis.

Se viven en comunidad, el más anciano es el que rige a la familia; las mujeres sirven a sus maridos, los hijos a sus padres, es decir, los más jóvenes sirven a sus antecesores.

Toda ciudad se divide en cuatro partes iguales, y en el centro de cada una de ellas se encuentra un mercado público donde cada uno de los padres de familia va a buscar allí lo que se necesita.

Los utópicos se preocupan por sus enfermos que son cuidados en hospitales públicos; éstos no sufren ni estrecheces ni incomodidades y las curas se efectúan con dulzura y rapidez.

A toque de clarín todos se dirigen en horas fijas a comer o cenar en comunidad. Los infantuelos menores de cinco años viven en el departamento de las nodrizas. Los hijos impúberes sirven la mesa o permanecen en pie junto a los comensales sin hacer ruido alguno. No se efectúa la distribución de la comida por la primera mesa sino distribuyendo los mejores bocados a los ancianos que ocupan los sitios de honor.

Se inician todas las comidas y cenas con la lectura de un libro de moral y en la cena siempre hay música.

DE LOS VIAJES DE LOS UTÓPICOS

Parten los viajeros formando grupos, provistos de una carta del príncipe, en a que consta la autorización del viaje y se fija la fecha del regreso. Se les da un vehículo y un esclavo público, que es quien conduce y cuida de los bueyes. Si en alguna parte se detienen más de una jornada, trabajan allí en su oficio y reciben la acogida más afable por parte de los artesanos de su corporación.

No existe motivo alguno de ocio, ni pretexto de holganza, no hay escondrijos, ni ocultas reuniones, ya que, estando todos bajo las miradas de los demás, se ven obligados a dedicarse al trabajo habitual o a un holgar honesto.

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