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El emperador Carlos V y los focos luteranos en España

Enviado por   •  23 de Septiembre de 2018  •  5.304 Palabras (22 Páginas)  •  441 Visitas

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mandamientos de la santa madre iglesia y protección para que el santo oficio continúe realizando eficazmente su labor. En este mismo sentido, Carlos -habiendo ya abdicado del trono de España en su hijo Felipe II y del trono del Sacro Imperio Romano en su hermano Fernando I, y encontrándose ya recluido en el monasterio de Yuste- enviará 2 cartas más a su hija Juana de Austria, donde le expresa su preocupación y le pide que proceda con firmeza ante los indicios de presencia de focos luteranos en el territorio español. Sabedor ya de la victoria de las doctrinas de Lutero en buena parte del territorio europeo, Carlos quiere evitar que la herejía luterana se apodere también de la península.

Carlos V moría en el monasterio de Yuste, el 21 de septiembre de 1558. No solo no llegó a ver el castigo de los luteranos, sino que en conversación con el prior de Yuste, Fr. Martín de Angulo, se lamentaba de no haber dado muerte a Lutero cuando le tuvo en sus manos en Worms. Murió pues el Emperador sin poder evitar el avance del luteranismo en el Sacro Imperio Romano, aunque en el caso de la península y conforme a sus disposiciones, Felipe II dará caza a un gran número de personas acusadas de luteranismo por la santa inquisición. Entre los años 1559 y 1562 se celebraron en Valladolid y Sevilla seis autos de fe en los que fueron quemados y condenados a diversas penas más de doscientas personas de todas las clases sociales, hombres, mujeres, clérigos y laicos.

Los Autos de Fe de Valladolid

El Dr. Agustín de Cazalla, canónigo de Salamanca, esparció las primeras semillas de la Reforma protestante en Castilla la Vieja. Había nacido en 1510 (1672). Era hijo de Pedro de Cazalla, contador real, y de D.ª Leonor de Vibero ricos uno y otra, aunque difamados por judaizantes en la Inquisición de Sevilla. Viajó Cazalla con el césar nueve años por Alemania y Flandes, hasta 1552, en que volvió a España. Residía habitualmente en Salamanca, haciendo cortos viajes a Valladolid. Es opinión común, que cuando vino a la Península estaba ya contagiado de la lepra luterana.

D. Carlos de Seso, vecino de Logroño, hombre lego y mal sabido. Todas las declaraciones de los protestantes vallisoletanos presentan a este D. Carlos como un fanático propagandista. No pertenecía a la noble familia de Sessé, o, a lo menos, sus descendientes lo negaron siempre, pero era de estirpe italiana, natural de Verona, y había servido con reputación de valor en los ejércitos de Carlos V. Por su casamiento con doña Isabel de Castilla estaba enlazado con una rama bastarda del rey D. Pedro. Era vecino de Villamediana, cerca de Logroño, y había sido corregidor de Toro; oyó en Italia a algunos predicadores la doctrina de la justificación y puso empeño en propagarla, siendo uno de sus primeros discípulos Pedro de Cazalla, cura del lugar de Pedrosa y hermano del Dr. Agustín.

Toda la familia de los Cazallas, incluso su madre, doña Leonor de Vibero, y sus hermanas, D.ª Constanza y D.ª Beatriz, tomaron partido por los innovadores y comenzaron a esparcir secretamente la mala semilla. Era grande a la sazón el número de beatas iluminadas, latiniparlas, bachilleras y marisabidillas que olvidaban la rueca por la teología, y entre ellas y en los conventos de monjas se hizo el principal estrago. Fue una de las primeras víctimas D.ª Ana Enríquez, hija de los marqueses de Alcañices, doncella de veintitrés años de edad y de extremada hermosura. La cual, en su declaración de 23 de abril de 1558, hecha en la huerta de su madre ante el Lcdo. Guilielmo, inquisidor, da estos curiosísimos pormenores:

Una de las luteranas más fervorosas y activas fue doña Francisca de Zúñiga, beata, hija de Alonso de Baeza, contador del rey. Cuando oyó por primera vez a Juan Sánchez lo del purgatorio, se escandalizó mucho; pero Cazalla (Pedro) le quitó el escrúpulo contándole lo que le había pasado con D. Carlos de Seso y el arzobispo, y acabó por decidirla Fr. Domingo de Rojas. A la marquesa de Alcañices no se atrevió a hablarle, esperando la venida del arzobispo de Toledo, a quien ella daba mucho crédito.

Casi todos los Rojas, entre ellos D. Pedro Sarmiento y el heredero del marquesado de Poza, eran luteranos.

En Zamora la propaganda tenía un carácter menos aristocrático. El dogmatizador era Cristóbal de Padilla, criado de la marquesa de Alcañices.

Los protestantes de Valladolid formaban un conventículo o iglesia secreta, cuyas reuniones se celebraban en casa de doña Leonor de Vibero, madre de los Cazallas. Es de presumir que Padilla, Herrezuelo y D. Carlos de Seso habían organizado en Zamora, Toro y Logroño pequeñas congregaciones, hijuelas de esta de Valladolid; pero, antes que la organización de la secta llegara a hacerse regular ni a extender sus hilos, vino a ahogarla en su nacer la poderosa mano del Santo Oficio.

Auto de fe de 21 de mayo de 1559.

Alzóse en la plaza de Valladolid un tablado de madera alto y suntuoso en forma de Y griega, defendido por verjas y balaustres. El frente daba a las Casas Consistoriales; la espalda, al monasterio de San Francisco. Gradas en forma circular para los penitentes; un púlpito para que de uno en uno oyesen la sentencia; otro enfrente para el predicador; una valla o palenque de madera, de doce pies de ancho, que desde las cárceles de la Inquisición protegía el camino hasta la plaza; un tablado más bajo, en forma triangular, para los ministros del Santo Oficio, con tribunas para los relatores; en los corredores de las Casas Consistoriales, prevenidos asientos para la infanta gobernadora y el príncipe D. Carlos, para sus damas y servidumbre, para los Consejos, Chancillería y grandes señores; y, finalmente, más de doscientos tablados para los curiosos, que llegaron a tomar los asientos desde media noche y pagaron por ellos 12, 13 y hasta 20 reales. Los que no pudieron acomodarse se encaramaron a los tejados y ventanas, y, como el calor era grande, se defendían con toldos de anjeo. Desde la víspera de la Trinidad mucha gente de armas guardaba el tablado, por temor de que los amigos de Cazalla lo quemasen, como ya lo habían intentado dos noches antes. El primer día de Pascua del Espíritu Santo se había echado pregón, prohibiendo andar a caballo ni traer armas mientras durase el auto. Castilla entera se despobló para acudir a la famosa solemnidad: no sólo posadas y mesones, sino las aldeas comarcanas y las huertas y granjas se llenaron de gente, y como eran días del florido mayo, muchos durmieron al raso por aquellos campos de pan llevar. «Parezía una general congregación del mundo..., un propio retrato del Juicio», dice Fr. Antonio

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