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LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA DE LOS PUEBLOS PREINCAICOS

Enviado por   •  2 de Noviembre de 2018  •  7.692 Palabras (31 Páginas)  •  244 Visitas

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De modo que las dos conclusiones generales que podemos formular sobre el aspecto económico de las civilizaciones preincaicas Son las siguientes: a) Se puede afirmar que todos los pueblos primitivos de la Costa y de la Sierra del Perú tuvieron un régimen agrario comunista más o menos análogo al de los ayllus incaicos. El «ayllu» era la unidad económico-social de que se componía la tribu. Se caracterizaba por la explotación común de la tierra o por un vínculo de consanguinidad real o ficticio. Los datos recogidos por las informaciones coloniales demuestran claramente la existencia del ayllu preincaico. Por otra parte, el origen del comunismo de los Incas no tendría una explicación satisfactoria si admitiéramos que las civilizaciones anteriores no tuvieron una organización económica semejante. Para que se desarrollara un gran Imperio comunista, como el de los Incas, era necesario que los principios esenciales de su régimen social y económico estuvieran ya arraigados en los pueblos que lo constituyeron.

b) Los datos actuales Son insuficientes para determinar los caracteres especiales de las comunidades agrarias o ayllus pre-incaicos, las fases de su evolución y el proceso de su concentración federativa que culminó, primero, en el Imperio del Tiahuanaco, y luego, en el de los Incas. Mientras no se hagan en el Perú estudios arqueológicos y antropológicos tan profundos como en otros pueblos mientras la mitología y las tradiciones indígenas no sean depuradas por la crítica, y no haya un caudal apreciable de observaciones sobre las comunidades indígenas actuales, que conservan los últimos rastros de la antigua organización comunista, toda hipótesis sobre la evolución social y económica pre-incaica descansará sobre bases muy débiles.

EL COMUNISMO DE LOS INCAS

El país de los Incas, o sea el territorio sometido al dominio de los Incas del Cuzco y a la influencia de su civilización, según Max Uhle, comprendía la Costa y la Sierra del Perú actual, la altiplanicie peruano-boliviana del Titicaca y otras regiones de expansión al Norte en el actual Ecuador y al Sur, en la Argentina y Chile. Este territorio no cayó bajo la influencia de los Incas sino por una expansión gradual que duró varios siglos. Sabido es que el Imperio se hallaba dividido en cuatro regiones, muy desiguales en el número y extensión de las provincias que en ellas se encerraban, y que se llamaban Collasuyo, Antisuyo, Contisuyo y Chinchaysuyo, de dónde provenía el nombre de Tahuantinsuyo. Se ignora cuál era la población del Tahuantinsuyo cuando Pizarra emprendió la conquista, porque, aunque las autoridades imperiales del Cuzco conocían el número de habitantes de algunas provincias, no pudieron obtener nunca el de otras, ni lograron formar, por consiguiente, un censo completo.

No cabe duda que existió en dicho Imperio una población inmensa y compacta en los valles de la costa y en las quebradas y valles interandinos. Sin hablar de la multitud de ruinas y rastros de pueblos que existen en todo el territorio, así lo demuestran claramente los vestigios de agricultura que se ven no sólo junto a los caminos sino en las faldas de muchos cerros que son ahora estériles y en algunos arenales de la costa.

El censo decretado por el visitador La Gasca, en los primeros años de la conquista, dio sin incluir Chile y algunas otras provincias, 8,285,000 habitantes. Toledo empadronó después 1,067.000 indios varones tributarios, es decir de 18 a 50 años, no habiéndose incluido en la visita general que al efecto hizo, Quito, Tucumán ni Chile. A razón de cinco indios por cada tributario, esa numeración daría 5,338.485 habitantes. Tomando en consideración las bajas producidas por las guerras Civiles y por la conquista, las omisiones expresadas y otras inevitables, Lorente calcula la población en más de diez millones.

La gran mayoría de esa población era rural y se hallaba dispersa en los valles, quebradas y mesetas andinas. Las aglomeraciones urbanas de alguna consideración eran sólo el Cuzco y veinte o treinta ciudades que servían de centros a la actividad política y económica de las diferentes regiones. Constituido el Imperio, por la confederación de tribus dedicadas al pastoreo y al cultivo, en las cuales existía desde remotos tiempos el sistema de la propiedad colectiva de las tierras, el eje de su vida económica, la base esencial de su organización política y de su poderío militar, fue el régimen agrario. En efecto, la cohesión económica y política del Imperio sólo se acentuó a medida que se uniformaban las costumbres agrarias y que se consolidaba un vasto régimen comunista.

¿Cuáles fueron los caracteres esenciales de ese régimen?

Buscaremos la respuesta a esta pregunta en uno de los relatos coloniales más autorizados: el de Garcilaso de la Vega, el más conocido y uno de los más exactos e interesantes. El ameno cronista cuzqueño, fiel intérprete de la tradición indígena, traza un cuadro sugestivo de la vida económica de los Incas. Según él, la primera tarea de los Incas después de conquistar una provincia era la de adquirir conocimiento exacto de sus recursos naturales para repartirlos equitativamente. Se dividían, enseguida, las tierras cultivables en tres lotes: uno para los templos y sacerdotes del Sol, otro para el Emperador y los funcionarios del Imperio, y otro para el pueblo. Este último lote se repartía entre las famiilias, según su categoría social y según el número de hijos. Las familias nobles recibían lotes mayores; en las clases populares se daba a cada hombre casado y sin hijos un “tupu” (medida de tierra), y se le añadía otra porción igual por cada hijo varón y una mitad por cada hija. Los abonos y el agua se distribuían conforme a las necesidades del cultivo, y las tierras de pasto eran indivisibles dentro de cada «ayllus (conjunto de familias emparentadas). No siendo transmisible por herencia la propiedad agraria, su distribución sé rectificaba cada año. En relación estrecha con esta organización de la propiedad de las tierras estaba el régimen de cooperación colectiva del trabajo. Tanto las obras de interés general como las de carácter particular se hacían por el trabajo organizado del ayllu, de la provincia, de la nación o del reino en general, según que dicha obra interesara a un círculo más o menos extenso de la colectividad. Las tierras del Sol y de sus sacerdotes, del Emperador y de su corte, de los curacas, de los soldados en servicio, de los viejos e inválidos, eran cultivadas por toda la población. En fin, con los frutos que se reunían de los tributos y con los frutos excedentes de las tierras del Sol y del Emperador se mantenían en todas las ciudades importantes

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