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La tradición del conflicto: definiendo el comienzo de la Época Meiji

Enviado por   •  28 de Mayo de 2018  •  3.872 Palabras (16 Páginas)  •  373 Visitas

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unión de los rituales y las leyes que habían existido desde tiempos antiguos”. Por ende, el nombramiento de la nueva cabeza imperial estaba cargado de sentimientos de lealtad y de fidelidad casi religiosa, un intento para traer de vuelta la identidad y los principios de un país tradicionalista. La razón, ciertamente, carece de un motivo pragmático pero muy relevante para convencer y conmover los corazones de los ciudadanos de la sociedad japonesa, ansiosos de un cambio en su estilo de vida después de dos siglos de gobierno autoritario y cerrado en la administración de los shogunes Tokugawa.

Sin embargo, la presencia de un emperador sirvió a un propósito muy práctico y útil para la causa que perseguía la revolución, es decir, centralizar el poder. Durante siglos se vivió en un modo de gobierno feudal que fomentó “egoísmo de clanes, odio, venganza y cínico desprecio por la verdad”. Dadas las dañinas características del gobierno Tokugawa, del Japón desunido, el poder dividido entre los clanes y daimios; y la crisis causada por el aislamiento del periodo, era evidente para los líderes de la revolución que, si el poder dividido causaba caos, el poder unificado traería orden al país. La respuesta fue centralizar todo ese poder en la figura del emperador que, entre otras cosas, ayudó a los aristócratas a consolidar su poder y crear “un espacio donde las negociaciones inmediatas con el centro de poder se volvieran más inmediatas […]”. Aunque el sentido simbólico del nombramiento del emperador era una razón poderosa, también es importante considerar las ventajas de un poder centralizado como una medida para contrarrestar el caos del régimen anterior al reinado del joven e inexperto emperador Meiji.

Otro hecho histórico importante para entender la urgencia de la revolución fue la presión del extranjero y la fallida política de aislamiento llevada a cabo por la administración de los Shogun Tokugawa. El panorama era poco agradable para Japón que se encontraba en desventaja frente a las grandes potencias imperiales y la razón es que “desde el siglo XVII, Japón permaneció aislado de Occidente hasta la llegada del comodoro Perry a la bahía de Edo en 1853”. Perry fue un factor importante en ejercer presiones al gobierno de los Tokugawa para firmar e impulsar tratados comerciales con el país del Sol Naciente, más bien, obligó y presionó al gobierno japonés a buscar un trato comercial con Estados Unidos. La respuesta de los Tokugawa fue convocar a los daimios para tomar decisiones. El Shogun, “después de pedir consejo de los líderes locales de todo el país, tomó la única decisión posible [… ] el gobierno japonés saludó a Perry con el tratado de kanawa”. Fue el comienzo de la apertura de Japón al mundo y el principio del fin para los Tokugawa debido a la tendencia posterior de los japoneses por adoptar la forma de vida de Occidente en un intento por forjar su propio imperio, su propio lugar en el mundo como una potencia poderosa y reconocida. El comercio permitió la entrada de nuevas tecnologías, ideas de consumo y capitalismo, iniciando el encuentro entre dos culturas. El resultado a largo plazo fue una asimilación de las ideologías occidentales en el panorama del Japón Meiji.

La nueva administración Meiji no basó el pensamiento de su nuevo gobierno en los pensamientos y enseñanzas de antaño, sino que buscó inspiración en la forma organizacional-industrial de los países de occidente, especialmente Alemania. Ciertamente, las semejanzas entre ambos países son imaginables en cuanto al proceso de unificación por el que ambos pasaron. Para organizar Japón y restructurar la producción del país, el “pensamiento alemán en el desarrollo industrial dirigido por el Estado se convirtió en la sabiduría convencional entre los líderes Meiji”. La organización industrial de un estado extranjero fue la base de la reforma industrial de Japón en su intento por “restaurar” la pureza. Por ende, existe un problema en llamar “restauración” a un proceso que fue a buscar respuestas sobre cómo dirigir su sector productivo e industrial en ideologías del Occidente, un lugar con naciones, historia y gobierno muy diferentes a la forma tradicional de la administración japonesa y de Oriente, en general. La asimilación de la forma de producción occidental representó una revolución en la actividad industrial de la nación y lejos de restaurar costumbres antiguas, el país se modernizó para competir a nivel mundial.

Desde el aspecto cultural, existieron cambios importantes en cuestión de religión, cambios que alteraron la forma en la que el estado influía en la fe de sus ciudadanos y también es uno de los pocos aspectos que pueden ser destacados como una autentica restauración en el proceso de cambios de la etapa temprana de la época Meiji. Durante el reinado de los Shogun Tokugawa, el budismo fue la religión oficial, y casi obligada, a causa de que sus templos y predicadores fueron usados como “[…] un aspecto central […] para controlar el cristianismo y usarlo para la subversión”. Pero en el Japón Meiji ya no había lugar para una religión que se había convertido en un arma en beneficio del poderoso estado de los Tokugawa.

El centro religioso del nuevo Japón era el emperador. Es importante reconocer que la restitución del nuevo emperador Meiji “implicaba una más profunda reorganización de la relación entre las instituciones religiosas”. El propósito de los nuevos líderes era poner un pilar fuerte en el cual descansara la legitimidad del poder del nuevo régimen japonés y hacer frente al poder del budismo. Ese propósito descansaba en la figura del emperador que representaba a dios en la tierra, de acuerdo con la antigua religión Shinto. El Shintoísmo es la religión ancestral y vasta, en cuestión de sus prácticas y sus dioses, del Japón antiguo. Esta religión fue traída por los líderes Meiji como “una presentación y elaboración renovada del antiguo principio de la veneración o culto a los antepasados. La doctrina se refería a los orígenes divinos de Japón…imponían una lealtad ilimitada al emperador”. El propósito a corto plazo era ganar la legitimidad del nuevo régimen por medio del símbolo imperial, que representaba la voluntad de los dioses en la tierra, es decir, un sustento religioso que conmoviera y sedujera al pueblo del país del Sol Naciente para seguir a su nuevo líder y a sus administradores de una manera incondicional, motivados por la lealtad a un dios viviente.

Sin embargo, el propósito a largo plazo era convertir a Japón en un estado Shinto. “En 1868, la religión Shinto fue proclamada la base del gobierno y un Departamento de Shinto fue establecido, con la procedencia de otros departamentos”. De esta manera,

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