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¿Quién aventó a Juan Escutia?

Enviado por   •  14 de Diciembre de 2018  •  1.751 Palabras (8 Páginas)  •  452 Visitas

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de recordar en las fechas conmemorativas del 47 los nombres de los cadetes muertos en Chapultepec. Miguel Miramón, uno de los anti-héroes favoritos de la historia liberal, fue de los primeros en mencionar como presidente los nombres de sus compañeros caídos (3).

Sin embargo, no fue sino hasta principios de los ochenta del siglo XIX cuando las figuras heroicas de los cadetes muertos fueron promovidas de manera permanente.

Dos factores fueron fundamentales para ello: la profesionalización del ejército porfirista iniciada por el general Sóstenes Rocha y la aparición de una historiografía que permitió afianzar este proceso de institucionalización. La mesa estaba puesta para aquellos jóvenes muertos en el 47.

Como renuevos cuyos aliados

Lo épico era uno de los elementos principales de la visión individualista y romántica que se tenía en el siglo pasado respecto a la marcha histórica de las naciones. Y este valor titánico se reflejaba en la animosidad de los individuos. La bravura cobraba cuerpo en las figuras de Lucas Balderas, Gelati, Xicoténcatl, Cano, Antonio de León, o en el inmortal acto del general Anaya. Pero faltaba algo, un símbolo que significara todo ello y que cobrara arraigo en el imaginario social.

Para ello se recuperó la participación de los cadetes en la batalla de Chapultepec. La asociación de ex alumnos del Colegio Militar, fundada en 1871, fue su promotora incansable. En septiembre de 1882, el presidente general Manuel González inauguró el monumento conmemorativo.

La historiografía también contribuyó a este encumbramiento: los Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848), de José Marí¬a Roa Bárcena; las Memorias del coronel Manuel Balbontán, lo mismo que textos de Sóstenes Rocha, Heriberto Frías, así¬ como la obra México a través de los siglos, perpetuaron esta nueva memoria.

Las celebraciones anuales, las lecciones de historia en las escuelas y los cantos de los poetas también pusieron su grano de arena para que este nuevo símbolo prevaleciera. Un momento apoteótico fue el poema declamado por Amado Nervo el 8 de septiembre de 1908, por el cual los cadetes no sólo confirmaron su paso al salón de la fama del panteón histórico nacional sino que fueron canonizados como niños:

Como renuevos cuyos aliados

Un viento helado marchita en flor,

Así¬ cayeron los héroes niños

Ante las balas del invasor.

Si tuviéramos parque...

Y después vino el delirio. Surgieron las narraciones en las que se presentaría la vida de los Niños Héroes y las descripciones de su participación, palabras, gestos y acciones en el suceso cumbre de su vida, el asalto a Chapultepec.

Todas ellas provocarían en la actualidad la envidia de las Comisiones que investigan las muertes de Colosio y Ruiz Massieu. Paso a paso, palabra por palabra, estos autores lograron plasmar las acciones de los cadetes, sus ubicaciones y el momento cumbre de su muerte (ver el recuadro).

La envidia de Nervo

Faltaba la escena delirante. Uno de los cadetes, Juan Escutia (de quien no se han podido comprobar su inscripción como cadete del Colegio ni su actuación en el evento del 13 de septiembre y si¬ en cambio se cuestiona su existencia), ya herido y conocedor del inevitable triunfo enemigo, corrió hacia la bandera mexicana y, para impedir que se convierta en botín del invasor, se envolvió en ella y se lanzó al vacío estrellándose en las rocas del promontorio. ¡Qué momento tan excelso! ¡El propio Nervo lo hubiera deseado para su poema a ``Los niños mártires de Chapultepec’’! El conocimiento de tal suceso lo hubieran añorado los historiadores románticos de mediados del XIX. Pero ni en ese entonces ni aún en 1908, fecha en que el vate de Tepic pronunció aquel inolvidable poema, había noticia de tan inigualable hazaña.

Morir por la patria. Tan noble honor y desprendimiento provocó, en un principio, una disputa acerca del personaje que realizó la acción: Heriberto Frías, por ejemplo, señaló al coronel Xicoténcatl como el actor del suceso; en los expedientes de la Defensa Nacional, para los años veinte del presente siglo, fueron señalados otros de los cadetes (Melgar y Montes de Oca), como los inmolados (4). Lo cierto es que, en la realidad, los norteamericanos tomaron el castillo y sus banderas, las cuales se llevaron como trofeos de guerra a su país.

Tal parece que esta leyenda se fraguó en la segunda o tercera década del presente siglo. Su éxito ha sido memorable. El significado traducido de esta imagen que ha perdurado a través de varias generaciones es el del sacrificio que reclama la patria de todos los mexicanos. Morir por la patria es tan excelso como vivir con los sueldos ahora existentes. Estas acciones patrióticas están a la altura de la contestación valerosa que el general Pedro María Anaya dio al comandante estadunidense cuando le exigió, en la toma de Churubusco, la entrega de sus pertrechos militares: ``Si hubiera parque no estaría usted aquí¬’’, frase que algunos mexicanos de ahora gustosos lanzáramos al autor de la política económica y salarial del régimen.

Hasta este momento de la investigación, no se tiene el nombre del primer autor material que aventó a Juan Escutia de manera inmisericorde hacia las laderas del cerro. A quien si¬ se conoce es al autor intelectual del homicidio: la muerte de Juan Escutia fue un crimen de Estado realizado para perpetrar nuestro nacionalismo y a nuestras instituciones. Como los magnicidios recientes, la muerte del cadete se realizó con premeditación, alevosía y ventaja en aras del bien nacional. ¡Que la patria les premie su sacrificio!

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