Robert Moore Williams La Víspera del Juicio Final Fuente: Antología de Novelas de Ciencia Ficción
Enviado por Kate • 2 de Julio de 2018 • 36.304 Palabras (146 Páginas) • 333 Visitas
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Los miembros del comité de encuesta se habían inclina do hacia adelante para no perderse una sola palabra del informe de Larson. Cuando éste hubo terminado, el miembro más veterano, un almirante, preguntó ávidamente.
¿Y qué ocurrió después con la mujer, comandante?
Se desvaneció- dijo Larson.
El almirante se hundió en su asiento como un globo des hinchado.
El teniente Thompson corroborará todas mis palabras- continuó Larson. Sacudió la cabeza para indicar que to davía no podía comprenderlo, a pesar de no haber pensado en otra cosa desde el día que ocurrió.
_¿Quién cree usted que era esa mujer, comandante?- preguntó un miembro del comité.
_En mi opinión, pertenecía a la nueva gente- respon dió Larson.
Su voz era firme, pero continuaba sacudiendo la cabeza cuando salió de la habitación donde se había reunido el co mité.
Le asignaron un puesto en tierra. Los "psicos" hicieron todo lo que pudieron por él, pero algo parecía haberse des compuesto en el interior de su cerebro. Ocho meses más tarde desertó.
Luego hubo la historia del coronel Edward Grant, USAF. Grant era el único hombre a bordo de la nueva estación sa télite terrestre. Era el único hombre a bordo, porque en aquella época no había sido descubierto el modo de construir y lanzar un satélite que pudiera llevar más de un pasajero. En realidad, sólo se había descubierto el modo de lanzar una de aquellas estaciones y ponerla en órbita. No podía regresar, debido a que no podía transportar el com bustible suficiente para el viaje de retorno. Se estaba cons truyendo una nave espacial que transportaría provisiones y combustible al satélite, pero aquella nave no estaba termi nada aún cuando el satélite fue puesto en órbita.
Grant, que había volado en toda clase de aparatos, se ofre ció voluntario para tripular la estación, a sabiendas de que cuando el combustible se agotara podía quedar abandonado en el espacio para siempre.
Sin embargo, nadie había previsto que pudiera quedar abandonado. Esta eventualidad sólo surgió cuando las exi gencias de producción de la nueva guerra obligaron a un alto en la construcción de su nave de rescate.
El coronel Grant se convirtió en el hombre más solita rio en la historia de la Tierra. Las estrellas eran sus compa neras. Permanecería como un solitario Holandés Volador en el cielo, hasta que el final de la guerra permitiera terminar la nave que llegaría hasta él. 0 tal vez para siempre . . .
Resultaba inevitable que los asiáticos creyeran que Grant les estaba espiando cuando pasaba en su órbita regular muy por encima de sus cabezas. En realidad, era una necedad creerlo: la estación se encontraba a una altura que no le per mitía captar ningún detalle de importancia militar. Al mismo tiempo se aprovechaban de la información científica fa cilitada por la estación, sintonizando las longitudes de onda en que era emitida.
En un esfuerzo para eliminar aquella imaginaria amena za del cielo encima de ellos, los asiáticos dispararon un co hete torpedo contra el satélite.
El coronel Grant, informando más tarde de lo que había sucedido, dijo:
"Aquel torpedo debía estar en camino cuando el hombrecillo apareció en mi satélite. Me habló del cohete que se acer caba. Yo le dije que era muy interesante, pero que no veíaqué diablos podía hacer. La estación no disponía de energía y no podía moverse de su órbita. Ni siquiera tenía un para caídas, y en caso de tenerlo no hubiera podido utilizarlo. Un salto desde aquella altura hubiese significado la muerte mu cho antes de alcanzar el aire suficiente para conservar la vida. ¿Que describa al hombrecillo? Desde luego, general. Pa recía un Moisés en miniatura, barba blanca, ojos penetran tes y todo eso.. . No, general, no he visto nunca a Moisés. ¿Cómo iba vestido? Llevaba un taparrabo, general. No, se ñor, no trato de burlarme de la dignidad de este tribunal, me limito a contar lo que vi con mis propios ojos."
La voz del coronel se había hecho un poco dura. El gene ral se calló. Un hombre que había hecho lo que Grant aca baba de realizar, podía permitirse el lujo de alzar el gallo a un general sin que le ocurriera nada.
“¿Qué sucedió a continuación? El Moisés en miniatura me dijo que iba a hacer aterrizar el satélite. Dijo que aunque errasen el blanco con aquel torpedo lo intentarían de nuevo, por el simple motivo de elevar la moral de su propia gente."
-Hacer aterrizar el satélite, coronel?- preguntó de nue vo el general. -Si no estoy mal informado, la estación ca recía de energía..."
"Está usted correctamente informado, general. Pero eso fue lo que el hombrecillo dijo, y eso fue lo que hizo. Un aterrizaje perfecto. Y, si no cree mis palabras, puede usted comprobarlo por sí mismo."
El satélite espacial posado en medio de un trigal de Kan mas era una evidencia que no podía ser ignorada. Una evi dencia sólida, metálica, real. El coronel Grant podía haberse desquiciado mentalmente tras una estancia demasiado pro longada en el espacio, pero la estación estaba intacta. Ha bían tenido que utilizar energía para moverla. Pero, ¿qué clase de energía?
El coronel Grant no pudo contestar a la pregunta acerca de lo que había sido del Moisés en miniatura después de que el satélite tomó tierra.
-Moisés se marchó por el mismo camino que siguió al llegar, sin que yo le viera- dijo Grant, haciendo un expre sivo gesto con las manos."
Basándose en el informe de Grant, se abrió una encuesta. Se reunió una enorme cantidad de datos, algunos de los cuales se remontaban a la época de Jal Jonnor, pero al no obtenerse resultados prácticos inmediatos el proyecto fue archivado, al menos temporalmente. Los hombres eran deses peradamente necesarios para otras tareas. Cuando se lucha por subsistir, no queda tiempo para pensar en el futuro.
Aquella polvorienta y olvidada masa de documentos fue exhumada por un hombre alto y delgado llamado Kurt Zen, coronel de los servicios de información, que tenía fama de osado incluso entre aquella élite de hombres que miraban diariamente a la muerte cara a cara.
Zen fue destinado a aquella investigación, no sólo a cau sa de su reputación
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