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Descripcion general de la psicopatia.

Enviado por   •  5 de Febrero de 2018  •  2.266 Palabras (10 Páginas)  •  348 Visitas

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Para complicar más aún las cosas, esta diferencia de conducta se refleja de una manera muy concreta en el cerebro. El patrón de activación neuronal, tanto en los psicópatas como en la gente normal, está muy bien relacionado con la presentación de dilemas morales impersonales, pero diverge espectacularmente cuando las cosas empiezan a ponerse un poco más personales. Imaginemos que le introduzco en un aparato de resonancias magnéticas y luego le presento los dos dilemas. ¿Qué observaría yo mientras usted atraviesa sus problemáticos campos de minas morales? Bueno, más o menos en el momento en que la naturaleza del dilema cruzase la frontera de lo impersonal a lo personal, yo presenciaría cómo su amígdala y sus circuitos cerebrales relacionados (el córtex orbitofrontal medial, por ejemplo) se iluminaban como una máquina del millón. Eso sería, en otras palabras, en el momento en que la emoción pusiese una moneda en la ranura. Pero en el psicópata solo vería oscuridad. El tenebroso casino neuronal estaría cerrado a cal y canto. Y el paso de lo impersonal a lo personal se llevaría a cabo sin incidentes. Esta distinción entre la empatía caliente y fría, el tipo de empatía que «sentimos» cuando observamos a otros, y el cálculo emocionalmente acerado que nos permite sopesar, fría y desapasionadamente, qué puede estar pensando otra persona, deberían ser como la música a oídos de teóricos como Reid Meloy y Kent Bailey. Sí, claro, los psicópatas podrían ser deficientes en la variedad anterior, la del tipo susceptible. Pero en lo que respecta al último asunto, de ese tipo que se codifica como «comprender» en lugar de «sentir», el tipo que permite una predicción abstracta y nada nerviosa, opuesta a la identificación personal; ese tipo que se apoya en el proceso simbólico en lugar de la simbiosis afectiva (esa misma habilidad cognitiva que poseen los cazadores expertos y los que hacen «lectura en frío», no solo en el entorno natural sino también en la palestra humana), entonces los psicópatas están en su propia liga. Incluso vuelan mucho mejor con un solo motor de empatía que con dos... motivo por el cual son tan persuasivos, claro está. Si sabes dónde están los botones y no te acaloras cuando los aprietas, tienes muchas posibilidades de que te toque el gordo.

La división de la empatía ciertamente es como música para los oídos de Robin Dunbar, que, cuando no está investigando sobre los berserkers, puede encontrarse a veces en la Sala Común superior del Magdalen College. Una tarde, tomando té y pastelitos en una salita forrada de roble que daba a los claustros, le hablo de los vagones de ferrocarril y la diferencia entre el funcionamiento normal y psicopático del cerebro que revelan. No se sorprende en absoluto. —Los vikingos tenían las cosas muy claras, ya en sus tiempos —señala—. Y los berserkers ciertamente no hacían nada para disipar su reputación de gente con la que no había que jugar. Pero ése era su trabajo. Su papel era ser más implacable, tener más sangre fría, ser más salvajes que el soldado vikingo medio, porque... ¡así eran ellos, exactamente! Eran más implacables, tenían más sangre fría y eran más salvajes que el soldado vikingo medio. Si se le hubiera podido hacer un escáner cerebral a un berserker y se le hubiese planteado el dilema del vagón, creo que ya sé lo que habríamos visto. Nada. Exactamente lo mismo que con los psicópatas. ¡Y el hombre gordo lo tendría crudo! Yo Creo que toda sociedad necesita unos individuos particulares que hagan el trabajo sucio ——. Gente que no tenga miedo de tomar decisiones duras. De hacer preguntas incó- modas. De exponerse y correr riesgos. Y muchas veces esos individuos, por la propia naturaleza del trabajo al que se dedican, no son necesariamente ese tipo de personas con las que te podrías sentar a tomar un té por la tarde. ¿Un bocadillo de pepino? Daniel Bartels, de la Universidad de Columbia, y David Pizarro, de Cornell, no podrían estar más de acuerdo... y tienen pruebas que lo documentan. Unos estudios han demostrado que aproximadamente el 90 por ciento de la gente se negaría a tirar de un empujón al desconocido desde el puente, aun sabiendo que, si consiguieran sobreponerse a sus remilgos morales naturales, el número de víctimas se reducirá a un quinto. Eso, por supuesto, nos deja a un 10 por ciento sin explicar: una minoría con una moral menos higiénica, que, cuando se trata literalmente de pegar empujones, muestran poco o ningún reparo a la hora de poner en la balanza la vida de otra persona.

Pero ¿quién es esa minoría tan poco escrupulosa? ¿Quiénes son ese diez por ciento? Para averiguarlo, Bartels y Pizarro expusieron el problema del vagón a 200 estudiantes e hicieron que indicaran, en una escala de cuatro puntos, hasta qué punto estaban a favor de empujar al tipo gordo a las vías... lo «utilitarios» que eran. Entonces, junto con la pregunta del vagón, los estudiantes también respondieron a una serie de cuestiones de personalidad designadas específicamente para medir los niveles de psicopatía que poseían. Estos incluían afirmaciones como «me gusta ver peleas a puñetazos» y «la mejor manera de tratar a la gente es decirles lo que quieren oír» (estar de acuerdo o en desacuerdo en una escala de 1 a 10). ¿Se podrían conectar los dos constructos, psicopatía y utilitarismo? Bartels y Pizarro se lo preguntaban. La respuesta fue un rotundo sí. Su análisis revelaba una significativa correlación entre un enfoque utilitario del problema del vagón (empujar al hombre gordo y tirarlo del puente) y un estilo de personalidad predominantemente psicopático

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