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Enfermedades mentales.

Enviado por   •  14 de Marzo de 2018  •  45.492 Palabras (182 Páginas)  •  526 Visitas

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Sin embargo, ¿qué hacer si la confusión y la angustia mental persisten pese a la ayuda diestra de los pastores espirituales? Algunos que se han visto en esta situación han optado por hacerse un examen físico completo. (Compárese con Proverbios 14:30; 16:24; 1 Corintios 12:26.) La perturbación mental o emocional puede tener origen orgánico. Tratar el problema físico ha aliviado en algunos casos el estado del enfermo emocional. Si no se detecta ninguna alteración física, el médico, a solicitud del paciente, puede recomendar un profesional de la salud mental. ¿Entonces qué? Como ya dijimos, se trata de una decisión que cada cual debe sopesar y que nadie debe criticar ni juzgar. (Romanos 14:4.)

No obstante, es preciso proceder con sabiduría práctica y no olvidar los principios bíblicos. (Proverbios 3:21; Eclesiastés 12:13.) Cuando se trata de una afección física, los pacientes se encuentran ante una variedad de métodos terapéuticos para escoger, que van desde la medicina ortodoxa o convencional hasta las terapias alternativas, como la naturopatía, la acupuntura y la homeopatía. Del mismo modo, existen diferentes especialistas de la salud mental, entre ellos los psicoterapeutas analíticos, que hurgan en la historia del paciente intentando hallar las razones de su conducta irregular o de sus padecimientos emocionales. Los psicoterapeutas conductuales quizás traten de ayudar al paciente a aprender nuevos patrones de comportamiento. Algunos facultativos creen que la mayor parte de las enfermedades mentales deben tratarse con medicamentos; otros recomiendan dietas y vitaminas.

Los pacientes y sus familias deben ser cautelosos a la hora de examinar estas alternativas. (Proverbios 14:15.) Es significativo que el profesor Paul McHugh, director del Departamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, dijera que la profesión de la salud mental “es un arte médico rudimentario cuyas propuestas son difíciles de comprobar, por cuanto trata los trastornos de los elementos más complejos de la vida humana: la mente y la conducta”. Esta situación deja la puerta abierta a las excentricidades y el fraude; además, tratamientos bienintencionados pueden causar más daño que bien.

Cabe mencionar asimismo que, mientras que los psiquiatras y psicólogos poseen títulos profesionales y de postgrado, existen muchas personas sin formación profesional que ejercen como consejeros o terapeutas sin supervisión. Hay quienes han gastado grandes sumas de dinero consultando a estos individuos sin título.

Aun tratándose de un profesional cualificado, es preciso considerar ciertas cosas. Al escoger un médico o un cirujano, tenemos que asegurarnos de que respete nuestros puntos de vista fundados en la Biblia. De igual forma, sería peligroso consultar a un profesional de la salud mental que no respetara nuestras convicciones religiosas y morales. Muchos cristianos, a pesar de su confusión mental y emocional, siguen luchando tenazmente por tener “la misma actitud mental que tuvo Cristo Jesús”. (Romanos 15:5.) Se preocupan con justa razón por las actitudes de cualquiera que pudiera influir en su forma de pensar o en su conducta. Algunos médicos ven las restricciones impuestas por las creencias bíblicas como innecesarias y potencialmente dañinas para la salud mental. Quizás aprueben, o hasta recomienden, prácticas que la Biblia condena, como la homosexualidad o la infidelidad marital.

Tales ideas figuran entre lo que el apóstol Pablo denominó “las contradicciones del falsamente llamado ‘conocimiento’”. (1 Timoteo 6:20.) Contravienen a la verdad del Cristo y forman parte de “la filosofía y el vano engaño” de este mundo. (Colosenses 2:8.) La piedra de toque de la Biblia es clara: “No hay sabiduría, ni ningún discernimiento, ni ningún consejo en oposición a Jehová”. (Proverbios 21:30.) Los profesionales de la salud mental que dicen que “lo bueno es malo y lo malo es bueno” constituyen “malas compañías”. Lejos de contribuir a la salud de las mentes perturbadas, “echan a perder los hábitos útiles”. (Isaías 5:20; 1 Corintios 15:33.)

De manera que el cristiano que estima necesario consultar a un profesional de la salud mental debe investigar con cuidado la preparación, actitud y reputación de este, así como el posible efecto de cualquier tratamiento que le recomiende. Si un cristiano afligido es incapaz de hacer esta investigación, puede buscar la ayuda de un buen amigo o un familiar cercano que sean maduros. El cristiano que no esté seguro con respecto a lo aconsejable de cierto tratamiento puede hallar útil hablar con los ancianos de congregación, aunque la decisión final será suya (o de sus padres, o una decisión conjunta de matrimonio).

Hoy la ciencia puede hacer mucho más para aliviar el sufrimiento que en épocas pasadas. Con todo, hay muchas dolencias, tanto físicas como mentales, que en la actualidad son incurables y que han de sobrellevarse en este sistema de cosas. (Santiago 5:11.) Mientras tanto, “el esclavo fiel y discreto”, los ancianos y los demás miembros de la congregación son compasivos con los enfermos y los apoyan. Además, Jehová mismo los fortalece para que aguanten hasta que llegue el glorioso tiempo en que las enfermedades ya no existan. (Mateo 24:45; Salmo 41:1-3; Isaías 33:24.)

[Notas]

Ocasionalmente se pide a alguien que se someta a una evaluación psiquiátrica, quizás cuando es propuesto para un cargo de alto nivel. Aceptar o no es una decisión personal, si bien conviene señalar que una evaluación no equivale a un tratamiento psiquiátrico.

Véase el artículo “Cómo vencer la depresión”, de La Atalaya del 1 de marzo de 1990.

Ciertas enfermedades mentales parecen responder bien a los fármacos apropiados. Pero estos deben ser administrados con cautela bajo la supervisión de médicos o psiquiatras experimentados, pues una dosificación incorrecta puede provocar graves efectos colaterales.

Véase el artículo “La angustia mental... lo que puede hacer el cristiano afligido”, de La Atalaya del 15 de octubre de 1988. w96 1/9 30-1

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