El gran Origen
Enviado por Mikki • 29 de Marzo de 2018 • 1.787 Palabras (8 Páginas) • 394 Visitas
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Se hubieran quedado en esa cueva que habían encontrado ese mismo día del ataque, pero Oispol, el más profético de la tribu, habló: «Ya no conozco esta naturaleza, pero ella sí lo hace a sí misma. En todo lo que llevo de vivido, no había yo visto una bestia en invierno desesperada por la hambre. Lanzócenos no porque alentáramosla. Buscaba comida. Una bestia que en su invernar debería estar invernando, y no salirse por la hambre, dícenos que la naturaleza traicionola: a ella y a su instinto. Tenémonos que desplazar, porque así lo presiento, que este invierno es eterno y que encontrarnos allá debemos». En tanto sus últimas palabras quedaron resonando en forma de eco en aquella cueva, la fuerza mística de aquel humo en la montaña atrajo la mirada de los veintinueve todos de la tribu; estaban rodeando la fogata, pero aquella humarada lejana eran tan ardiente que todos sentían cenizas en su pecho helado al ver ese humo, pues desplegaba relámpagos de fuego que eran vistos incluso en esas noches en que la luna estaba completamente nubada. El humo era su salvación.
Sus teces no llegaron a acostumbrarse a la intensidad de los helados vientos, pues sus quemaduras progresaban al ritmo de su avance. En tres noches no pudieron encontrar una cueva pequeña o el tronco caído de un árbol milenario; estuvieron a merced completa de los vientos devastadores, del frío insensato y creciente. Los pocos que sobrevivieron a los entumecimientos impensables, a los azulamientos de la piel, a los sangrados sólidos y al cese de aliento quedaron con los dedos tiesos y la mirada perdida.
La repartición de la carne de oso les había permitido llegar hasta allí a Ahridgar, Ahukalar, Oispol y Eihna. Los demás habían sido cuerpos cubiertos de nieve, desparramados y esparcidos por todo el camino. El viaje había durado siete días.
Tan solo fue mirar atrás luego de haber ascendido la montaña: blanco y más blanco, la naturaleza que Oispol no conocía. Habían tenido tanto frío durante tanto tiempo, que no se dieron cuenta que, incluso desde antes de entrar a la cueva del humo, los vientos se habían desvanecido, pues estaban atentos tan solo en encontrar el Origen del calor; tampoco se les hizo extraño que esa intensa humareda que cada vez llegaba más alto no los asfixiara al entrar; y tampoco percibieron la magia de sobrevivir a ese calor que hubiera matado a cualquier ser vivo con el más breve contacto.
Por el contrario, el origen de la humareda tenía un algo místico que les regresaba el hálito que el invierno les había arrebatado. Pudieron entonces volver a articular sus dedos, a fruncir el ceño, a sentir sus labios… incluso Eihna, que había llegado a estar ciega, pudo separar por fin los párpados que el frío había tejido.
Cuando llegaron a verlo, el hielo ya no hacía parte de ellos. Habían dejado todas sus pieles atrás, ellas se incendiaron y se transformaron en la ceniza que volaba con todo ese intenso gris vuelto aire; sus ojos no ardían con todo el azufre y carbón que del aire se desprendía; y era el más puro de los estados en los que alguna vez habían estado. El Origen era negro, era monumental… habían llegado a confundir sus exhalaciones con terremotos y tormentas de ceniza y polvo; también tenía escamas, aunque ni siquiera Ahukalar que era el más conocedor de todas las bestias de los bosques podría haber sido capaz de deducirlo, pues llegaron a convencerse de que estas hacían parte de la montaña misma; de hecho pensaron que el Origen mismo era la base de la montaña.
El Origen despertó de su letargo, todo fue medido por el Azar. Fue en el instante en el que vieron su hermoso e impensable ojo, el momento en el que se reveló la verdad, pues el Origen también los vio a ellos. Sus alas inmensas destrozaron y derrumbaron gruesas capas de tierra al abrirse, y la montaña se empezó a desmoronar; y con una fuerza solemne y digna de contemplar se impulsó asiendo sus colosales garras al suelo e hizo retumbar hasta las más profundas raíces de la tierra, de manera que Oispol pensó en aquel momento que el Origen había llegado a despedazar y dividir la tierra misma. El Origen se llevó calor místico consigo, abriendo un hoyo hacia el cielo, y volando hacia donde nadie más pudo ver.
La tribu quedó con sus ojos al cielo, aturdida, desconcertada y desnuda en aquella montaña destrozada, llena de hoyos por donde ahora entraban aires cálidos y rayos de un sol ardiente que despertaba incredulidad. Ahridgar, Ahukalar, Oispol y Eihna solo pudieron ver un lagarto gigante y alado que se alejaba… y ese sería el encuentro más cercano a la epifanía pura que alguna vez cualquier humano pudiera haber tenido en esta tierra, pues era la revelación de que la naturaleza, lo divino, el desastre, el milagro, el origen, el fin, el destino, el azar, el calor, el frío, el invierno y el verano estaban en completo manejo de una criatura majestuosa a la que se le había denominado alguna vez: «Dragón».
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