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Teologioa y ciencia

Enviado por   •  30 de Octubre de 2017  •  1.768 Palabras (8 Páginas)  •  346 Visitas

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Abelardo dice: "no puede creerse lo que no se entiende primero", pero esto lo dice en un contexto en el que es perfectamente válido lo que había dicho antes San Anselmo: "creo para entender".

Lo que se tiene que entender no es algo independiente de la creencia, sino precisamente la creencia misma. El repaso a los hitos del proyecto teológico característico de la cultura cristiana nos sirve para representar, si no las absolutas, al menos las diferencias relativas entre mundos de raíces distantes pero que se acaban entremezclando en lo que constituye nuestra civilización.

Porque ¡cuántas veces algo que parece absurdo es, sin embargo, verdad! Pero ¿qué es la verdad de una cosa absurda? Desde luego no puede ser el objeto de la comprensión, no puede ser el resultado de haber exclamado ¡ahora lo entiendo! Una verdad así será, ciertamente, independiente de la razón. Sin embargo, es precisamente este prestigio de razonar lo que la teología cristiana busca para su fe.

Ahora bien, cabría aclarar una última cuestión: el resultado de esta conciliación es que la fe y la razón quedan cautivas por su tortuosa relación mutua. Se acaba reivindicando un supuesto valor epistemológico de la creencia en aras a reconocerle a la fe un papel en la vida del hombre, como si la fe necesitase ese valor epistemológico que no le corresponde. Se acaba, en suma, convirtiendo la relación entre fe y razón en un deseo de conciliación, cuando una tal conciliación es necesariamente contradictoria.

Abelardo fue declarado hereje, fueron excomulgados sus seguidores y quemados en público sus escritos. La razón estriba en que San Bernardo, su principal acusador, siente que las maneras teológicas abelardianas representan un triunfo del ingenio humano sobre la estricta fe, por cuanto la teología pretendería llegar por la razón humana a todo lo que es Dios, haciendo secundaria la fe. El concilio de Sens condenó 19 proposiciones extraídas de las obras de Abelardo. Más tarde, algunos obispos, ante la pregunta "¿condenáis?", habrían respondido, en lugar de la palabra condenatoria damnamus, un casi ininteligible namus, que significa "estamos navegando". Benedicto XVI también utiliza una expresión semejante: “Frente a la fe, navegamos en el mar de la duda”.

LA AMENAZA DEL ABSURDO

Ahora bien, el sentido de Occidente, viene dado por la creencia de que la fe puede ser expresada por la razón, de que aquello en que la fe cree es completamente razonable, vale decir, en negativo, que no es absurdo. Es lícito afirmar que la voluntad de Occidente se define por querer que el objeto de su fe quede resguardado del absurdo; y esto, en nuestra tradición, significa lo mismo que querer que sea razonable aquello en lo que la fe cree. La ausencia de absurdidad de la fe, esto es lo que hay que conseguir.

Sea como sea que haya discurrido la historia de la humanidad, miles y miles de personas durante cientos de años han intentado desarrollar unas condiciones en las que tuviese sentido el proyecto de hacer razonable un conjunto de creencias. Nunca hasta entonces se había intentado algo así. Se podrá pensar que esta razonabilidad deseada es una característica general de cualquier acción humana, al menos de aquellas que quieren revestirse de un valor de verdad. Pero la voluntad de ser razonable en el orden de la creencia es reconocida como general sólo a partir de la labor de esos millares que trabajaron en esta dirección. Únicamente, en la cultura cristiana tiene sentido proponerse que la fe disponga del valor que confiere la razón. Es por ello que sólo cuando la cultura cristiana se encuentra consolidada se puede dar el nombre de "teología".

LO QUE HEMOS PERDIDO

El Evangelio de San Juan cuenta que, después de muerto y resucitado Jesús, uno de sus doce apóstoles, Tomás, no creyó en la resurrección que se le anunciaba por no haber visto a Jesús con sus propios ojos. Pero, más tarde, Jesús se le apareció y acabó sentenciando: "Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron". La influencia de estas palabras es tan grande que, cuando la Iglesia define la fe como la primera de las virtudes teologales, insiste en presentarla como una luz y conocimiento por medio del cual se sabe cierta la cosa que no se ve. Por ello, el Concilio Vaticano I (1869-70) dejará bien claro que ante todo la fe no se funda justamente en el conocimiento intrínseco de las cosas, sino en el testimonio de Dios.

Estamos en el mundo del simulacro, que es la representación del movimiento sin que haya de hecho ningún móvil. Cuando interpretamos que nuestros problemas se pueden analizar utilizando la dualidad fe-razón, cuando intentamos solucionarlos buscando la fórmula que nos dé su proporción en la mezcla adecuada, no nos damos cuenta de que lo que usamos para entender es la verdadera fuente del problema. Lo que debería hacernos comprender lo que nos pasa es lo que impide que nos comprendamos.

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