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Pies desnudos para recorrer la sagrada Escritura

Enviado por   •  21 de Febrero de 2018  •  9.105 Palabras (37 Páginas)  •  357 Visitas

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La exageración en el método histórico-crítico y la negligencia en complementar la exégesis con la oración, suscitan un peligro para la fe, y muchos tratados “históricos” de Jesús elaborados por la exégesis resultan poco adecuados[10]. Reflexionando sobre los esfuerzos de investigar al Jesús histórico, Ratzinger comenta que la investigación exegética y el llevar la identificación de las tradiciones a conclusiones dignas de crédito entromete a los intérpretes en una discusión inacabable de la historia de las tradiciones y redacciones[11]. Lo que el proceso espera es el aterrizaje en la teología, en el campo pastoral y en la oración. En la analogía de las dos naturalezas, ambas no se excluyen mutuamente y en su unión reside la riqueza de la sagrada Escritura. Dada su naturaleza de Palabra de Dios en lenguaje humano, no conviene perder de vista la conjunción copulativa “y” ni en el estudio ni en la oración.

Los trabajos de la exégesis crítica, por una parte, y la tradición de los padres y doctores de la Iglesia, por otra, son algunos medios de los cuales la Iglesia se sirve para profundizar en el conocimiento de las Escrituras. Por lo indispensable que es, la metodología crítica no posee por sí misma todos los resortes para comprender el sagrado texto. Si nos conformamos con todo lo que la metodología crítica nos surte, nos quedamos en la periferia. Sería análogo a entrar en una fonda, leer la carta, comer un plato fuerte entre tantos y pagar la cuenta. Más allá de lo listado, el Espíritu Santo evoca la interioridad y por consiguiente la suavidad de la acción divina sobre los autores y los oyentes de la Escritura. Una insistencia exagerada en una metodología crítica al abordar el sagrado texto corre el riesgo de dejar al lector con hambre, o bien en la misma condición de los discípulos frente a las apariciones pascuales de Jesús. Ellos lo ven pero no lo reconocen (cf. Lc 24,16; Jn 20,14; 21,4).

Marín Heredia nos exhorta a “abordar la Biblia, no como locución o cosa sobre que ejercer dominio, sino como alocución, como palabra que, por ser vehículo de comunicación en el encuentro interpersonal, alcanza su pleno sentido en el diálogo”. El diálogo presupone un grado de confianza y de buena gana para hablar y escuchar a alguien. En la Biblia, Dios se expresa por medio de seres humanos y en lenguaje humano[12]. El diálogo se sirve de un lenguaje común para descubrir la intención del interlocutor. Dei Verbum recalca: “Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios”[13]. La siguiente observación en Dei Verbum amplía el horizonte y ayuda a conseguir este objetivo: “La sagrada Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita: por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe”[14]. Para lograr este tan alto objetivo, al intérprete le hace falta confesar la doble naturaleza del texto para apreciarlo en su complejidad. “Porque, así como a uno que se desvive por los demás no lo puede entender aquél para quien los demás no existen, así también el misterio de la Biblia no se puede percibir desde fuera de la fe, sino desde su interior”[15].

La analogía del diálogo es apta, pues se habla de Palabra divina y lenguaje humano, comunicación entre dos interlocutores. ¿Cómo conoceré la intimidad del otro si no se me revela ni me la comunica? O, de mi parte, si me acerco al interlocutor con prejuicios, desconfianza y recelo, él se replegará sobre sí mismo, y los dos nos quedamos irresolutos y distantes. Si por el contrario me le acerco confiado y sin prejuicios, habría más probabilidad de una comunicación libre y positiva. La falta de confianza de parte de uno afecta e incapacita a los dos para entenderse. Esto implica que el atasco más molesto viene de la oscuridad interior más que de la penumbra del texto. Al aplicar la analogía al estudio bíblico, un obstáculo formidable viene de la pedantería con que a veces se pretende interpretar un texto.

Otra analogía es la relación entre el profeta y la Palabra que pronuncia. El profeta sirve como bocina, condicionada por los accidentes de un aparato que hace sonar la Palabra, el timbre de su voz, la acústica, otros ruidos en el ambiente. Es la Palabra la que nos interesa, pero el intérprete, para oírla, se fija en la voz o en el esfuerzo del profeta. San Agustín, cuando discurre sobre la relación entre Juan Bautista, la voz, y el Mesías, la Palabra, afirma que la voz es un vehículo al servicio de la Palabra, así como el texto bíblico existe para poner al lector en contacto con la Palabra de Dios. “La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón”. Con la ayuda de la voz, la palabra llega de un corazón a otro. “El sonido de la voz conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal la ha llevado a la comprensión de la idea, se desvanece y pasa, pero la idea que te trasmitió permanece en ti sin haber dejado de estar en mí”[16]. El sonido ha servido como puente a la palabra entre dos personas, en el caso de la sagrada Escritura, entre el mismo Dios y el oyente. Carlos Junco resume el argumento de un modo escueto: “La Biblia, porque tiene el carácter de inspirada, es en sí misma Palabra de Dios en lenguaje humano; pero esta Palabra de Dios escrita espera continuamente llegar a ser Palabra de Dios viva y eficaz en el creyente mediante la escucha”[17].

“La letra mata mas el Espíritu da vida”

Comentando el texto de san Pablo, “la letra mata mas el Espíritu da vida” (2 Cor 3,6)[18], Francisco de Asís amonesta a sus discípulos: “La letra mata a aquellos que se contentan con saber únicamente las palabras… La letra mata asimismo a aquellos religiosos que no quieren seguir el espíritu de la escritura divina, sino que se contentan con saber únicamente las palabras e interpretarlas para los demás”[19]. En primer lugar, cabe afirmar que Pabla no trata de la oposición entre la letra de un texto y su “espíritu”, como Francisco aplica la cita. Se refiere a la ley escrita, la “letra”, del Antiguo Testamento, que compara con la ley interior, el Espíritu, de la nueva Alianza fundada en Cristo[20]. Pero, sí, se arguye que la comprensión de la sagrada Escritura no es solo un asunto del intelecto. Pablo (2 Cor 3,12-18) sugiere que sólo lectores capacitados por el Espíritu pueden penetrar más allá del velo, más allá de la letra que mata y conocer el significado de lo escrito. El apóstol amplía con un comentario libre, al estilo rabínico, el texto de Moisés y la antigua

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