Reseña reconstructiva sobre el libro de Gálatas
Enviado por Christopher • 11 de Febrero de 2018 • 3.576 Palabras (15 Páginas) • 391 Visitas
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El ministerio cristiano (así como lo fue en la época de Pablo, lo es en nuestros tiempos modernos) implica muchas veces la oposición de aquellos que se consideran a sí mismos como cristianos y que lamentablemente han convertido su autoridad delegada en un asunto de infalibilidad e inmunidad espiritual, cuando ese lugar sólo le corresponde a la Palabra de Dios. No se trata de promover la rebelión como vía de hecho ante lo que Dios ha establecido, sino en denunciar el error que denigra la exposición del mensaje evangélico hasta deformarlo en una caricatura religiosa como lo pretendía el movimiento judaizante. Un verdadero siervo de Dios proclama la verdad por más impopular que sea aún en el denominado mundo cristiano que al igual que en la era apostólica, dicha contaminación espiritual ha impregnado a las mismas columnas vertebrales de la iglesia moderna.
Por esa misma razón, el cristianismo no depende de la autoridad según la tradición y error es error independientemente de quien lo cometa, pues la posición no puede estar por encima de la verdad en ningún momento. El ministro cristiano, al igual que lo hizo el Apóstol Pablo, debe tener el valor de denunciar que la observancia ritualista de las prácticas religiosas no tienen efecto alguno en el desarrollo de una vida cristiana genuina y que se constituye como hipocresía delante de Dios. Nuestra justificación no radica en las externalidades de la obediencia a la ley, sino por la obra de Jesucristo que es la causa de nuestra fe y donde la reconstrucción del viejo sistema de estructuras de mentalidad religiosas se considera como pecado y afrenta a su sacrificio expiatorio y redentor en la cruz.
La obediencia a las exigencias de la ley hace las veces de nuestro viejo hombre conforme a la carne que ha sido sacrificado en la misma cruz que ha dado paso a nuestra justificación, mientras un cristiano verdadero ha renunciado a sí mismo para que Cristo viva en Él y que pone su confianza en la gracia de Dios como garante de esa nueva realidad, algo que por la sola ley hubiera sido inútil e innecesario. Quienes viven conforme a ella no han entendido la plenitud de la obra de Cristo y siguen todavía encarcelados en las prisiones espirituales de su religiosidad y tradicionalismo que no tienen poder de salvación, denigrando la unidad de la iglesia en el establecimiento de la verdad expuesta a la luz del evangelio: nuestro cristianismo no es una posición, sino Cristo en nosotros y eso es más que suficiente (vv. 11-21).
La libertad cristiana por la fe frente a la inutilidad de las exigencias de la ley
Pablo amonesta a los gálatas por haberse dejado influenciar por las doctrinas y pensamientos errados de los apóstoles del falso evangelio del movimiento judaizante. Por esa misma razón, apela a la realidad del Espíritu Santo que proviene de haber escuchado el mensaje cristiano y no por aceptar la ley mosaica. La nueva dispensación de la gracia rompe con el paradigma anterior de la ley que ponía énfasis en los esfuerzos humanos por la justificación de ese regalo inmerecido por medio de la fe, apelando a la figura de Abraham y el espíritu profético de las Escrituras que se estaba cumpliendo en la realidad del llamamiento y la expansión de la iglesia como portadora de la verdad evangélica en el mundo. (Capítulo 3, vv. 1-8).
El absurdo salvífico de la observancia y práctica de la ley equivale a vivir bajo maldición según la justicia de Dios porque implica obediencia absoluta y perfecta a todos sus preceptos, sin falta alguna. En ese mismo sentido, es prácticamente imposible que ser humano alguno logre cumplir con todos los requisitos de la ley mosaica para agradar a Dios y que por ello, Cristo en condición de cumplir con todos ellos para que sobre su sacrificio pese toda la culpabilidad del pecado de hombre, se hace a sí mismo pecado y maldito según las exigencias de la dispensación de la ley mosaica en sustitución de nosotros para que alcancemos la libertad de vivir bajo la fe y recibir las mismas promesas hechas a Abraham y por supuesto, al Espíritu Santo que nos revela a Cristo y su obra (vv. 9-14).
Asimismo, el Apóstol Pablo aclara que el alcance de la ley se reduce al tiempo anterior a la llegada del Hijo unigénito de Dios y que no anula o revoca las promesas efectuadas a Abraham antes del establecimiento de la ley de Moisés. Su objetivo era el reconocimiento del pecado y la imposibilidad de cumplir con las demandas espirituales y morales de los preceptos divinos por parte de los hombres, por lo que como es imposible el cumplimiento perfecto de dichos estatutos, la mediación del sacrificio de Jesucristo en la cruz hace las veces del nuevo pacto de Dios con los seres humanos que trae libertad a los que eran esclavos del pecado y también de la misma maldición de la ley. Ahora es la fe y no la letra que nos libera de toda condenación, disponible a todos aquellos que deseen ser sus verdaderos hijos, sin distinción alguna (vv. 15-29; Capítulo 4, vv. 1-7).
La nueva realidad cristiana frente a los absurdos espirituales del pasado
El conocimiento y apropiación de la nueva realidad traída por medio de la libertad cristiana no suele ser la distinción característica de muchos creyentes tanto en la iglesia primitiva como en la contemporánea. De esta manera, los absurdos religiosos no se reducían únicamente a la observancia y práctica de la ley mosaica que se consideraba como maldición según la justicia de Dios, sino también en los rudimentos mundanos que muchos habían dejado en su vida pasada y que ahora se convierte en una carga pesada en el nuevo camino trazado por Dios a sus hijos. Los gálatas (como también muchos cristianos modernos) dejaron que la chatarra espiritual producida por el pasado y el engaño religioso se acumulara en sus almas, en lugar de aceptar la liberación efectuada por la obra de Jesucristo.
Todo ministro cristiano, como también lo hizo el Apóstol Pablo, debe exhortar a despojarse de las estructuras religiosas forjadas en su propia mente y que sustituye el poder del Espíritu Santo por el endiosamiento del insignificante esfuerzo humano y las vanas creencias en prácticas sin ningún fundamento. La carga pesada del ascetismo moral, la conveniencia de las formas espirituales según la ley y los rudimentos del mundo han robado a muchos cristianos el gozo y la alegría que trae la salvación de Cristo y su genuina libertad, así como también ha generado un dolor inmenso en aquellos que han sido delegados por Dios para dar cuentas del crecimiento y desarrollo de su iglesia.
En otras palabras, muchos han preferido la seducción del engaño sutil de los apóstoles del falso evangelio que la reprensión con amor
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