La pobreza: responsabilidad de todos.
Enviado por Rebecca • 11 de Septiembre de 2018 • 1.547 Palabras (7 Páginas) • 331 Visitas
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El mundo occidental, el primer mundo europeo, afirma que el inmigrante viene a robarnos el empleo y se le señala con luz roja. Si es pobre, joven y no es blanco, el intruso, el que viene de afuera, está condenado a primera vista sin importar nada más. Y, en cualquier caso, si no es pobre, ni joven, ni oscuro, de todos modos merece el rechazo o la ignorancia, porque llega dispuesto a trabajar el doble a cambio de la mitad.
El pánico a la pérdida del empleo es uno de los miedos que nos gobiernan en estos tiempos, y el inmigrante está situado siempre a mano a la hora de acusar a los responsables del desempleo, la caída del salario y la inseguridad pública. En el imaginario colectivo del primer mundo no es inocente de nada.[4]
NUESTRA INDIFERENCIA … ES CULPABLE
Cerca de 1.500 millones de “Lázaros” en este mundo viven con menos de 1 dólar al día para: comer, beber, vestir, asearse, educarse, curarse y divertirse. Y nosotros, sobre todo cuando nos ponen esas imágenes televisivas tan espantosas a la hora de comer, exclamamos a coro con falsa compasión: “¡Pobrecillos, cuánto hambre pasan! ¡La vida no es justa!”. Entre tanto, el 1% más rico de la población mundial acumula recursos equivalentes a los del 75% más pobre, y continúa creciendo la diferencia.
Lo cierto es que vivimos en la sociedad de las diferencias aceptadas, en la que nadie discute el por qué el rico es tan rico y el pobre nunca llegará a ser otra cosa que pobre. Y en tiempos de crisis el rico es cada vez más rico, y el pobre, cada vez más pobre (si es que puede haber límite a la situación de pobreza). Con la información de los datos que nos ofrecen los medios de comunicación hemos admitido y asumido esta violencia como lo más natural del mundo, a cambio de que podamos ir más o menos ordenadamente a las rebajas del Corte Inglés y ser los primeros en aprovecharnos de sus oportunidades.
La sociedad del bienestar con las enormes diferencias sociales y económicas pacíficamente aceptadas, porque se supone y se afirma casi como verdad suprema que con perseverancia y esfuerzo todo el mundo, incluidos los inmigrantes, podemos llegar a lo que tienen los otros, o quedarnos por lo menos muy cerca.
En ello radica el núcleo central de los principios del neoliberalismo globalizador. Vamos, que si ponemos un poco de empeño y hacemos unos cursillos de capacitación, mañana podemos convertirnos en uno de los principales accionistas de Telefónica y prosperar en cuatro días hasta incluso límites insospechados. Menos llegar a ser Rey o Príncipe se puede llegar a casi todo en la sociedad del primer mundo y del bienestar.
Pero la verdad es mucho más profunda y dolorosa. Porque nos hemos acostumbrado a contemplar la realidad desde la “república independiente” de nuestra casa. Interpretamos el mundo a partir de un individualismo donde no existe nada por lo que luchar, más allá de nuestro micro-cosmos de intereses particulares. Lo demás, incluidas las personas, ni importan, ni cuentan. Por eso, cualquier desafío que denuncie la indiferencia culpable es repelido como una amenaza para nuestras plácidas existencias instaladas en la sociedad del bienestar y la opulencia (pero últimamente cada vez menos de las dos cosas).
Si esto es cierto, no cabe ninguna duda, estamos siendo interpretados desde la conciencia impasible del rico de la parábola que contó Jesús de Nazaret. Y, entonces, importa responder a un interrogante ineludible: ¿No son estas estructuras de injusticia en las que participamos una realidad impresentable delante de Dios y de los hombres? ¿No deberíamos replantearnos el tipo de sociedad que hemos construido basada en el egoísmo y la avaricia de tener todo lo posible sin importar lo que le pase al prójimo?
Los pobres de este mundo tienen razones para preguntarse: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has desamparado? y, mientras tanto, como un susurro lejano de tanto en tanto, cuando los oídos se nos hacen sensibles por un instante, acertamos a escuchar una voz que nos grita: ¿Dónde está tu hermano?
¿Otro mundo es posible? Yo diría que sí, solo hace falta voluntad, menos egoísmo y más acercarnos de nuevo a los valores del cristianismo que aboga por amar y ayudar al prójimo como a uno mismo.
José Gutiérrez González
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