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Las Crónicas de una casi-profesora: Los primeros pasos de una gran historia

Enviado por   •  28 de Noviembre de 2018  •  3.003 Palabras (13 Páginas)  •  465 Visitas

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Estos pensamientos que han habitado y sobreabundan actualmente en mi cabeza, me han llevado a compararme con un kalanchoe. No sé si alguna vez habrán escuchado éste nombre, pero el kalanchoe es una planta pequeña pero no por eso menos hermosa, que apenas necesita cuidados para mostrarse alegre y esplendorosa. Esta diminuta planta se presenta resistente, con hojas gruesas y, aunque florece durante ocho semanas, lo hace con verdadera intensidad, emanando pequeñas flores de vibrantes colores. Y ahora ustedes se preguntarán… ¿Por qué me comparo con una plantita?

Pues, las plantas comienzan a desarrollarse con una semilla. Ahora bien, la semilla de todo éste trayecto vivido a lo largo de cinco años representa a varias personas que dejaron huellas en mi vida y en mi corazón, y marcaron también un antes y un después; pero reconozco entre ellos especialmente a mis padres y a mi profesora de Inglés, que conozco desde que tenía 3 años y con la cual establecimos una linda relación.

Ellos sabían que desde siempre he querido pararme frente a un aula, que enseñar y también aprender me hacen particularmente feliz. Gracias a ellos, los grandes inspiradores de mi vida, conocí ésta bellísima carrera, que ya está llegando a su fin...

Cuando la semilla cae en el suelo, primeramente absorbe el agua del suelo y se hincha. El suelo representa éstos años de preparación y formación en la Universidad Nacional de San Juan, y más específicamente en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes; en el que, representada en un kelenchoe, he ido creciendo cada día, cada mes, cada año un poquito más, partiendo desde la raíz; es decir, mis primeros aprendizajes y acercamientos al ámbito de lo educacional se iniciaron allí, atravesando y viviendo con total apertura y predisposición a cada cátedra que conforma el plan de estudio, y haciéndome un poquito más resistente frente a cada altibajo que supe experimentar; situaciones de aprendizaje que me hicieron madurar aún más y a crecer, sin dejar de lado por ello mi esencia.

Luego aparece el tallo, que lleva las primeras hojitas de la planta. Después de todo éste gran proceso, que conlleva un buen tiempo, la planta crece durante toda su vida. Siento que a lo largo de este tiempo no sólo he crecido en cuanto de formación profesional se trata, sino también como una persona decidida, que sabe lo que quiere y que puede hacer hasta lo imposible para lograrlo, porque más que nada, esto se trata de amor: amor a la profesión, amor a educar. Y cuando una lucha por amor, todo lo imposible se torna posible… Hasta que se logra.

Hoy me toca florecer; ya es tiempo de convertirme en una pequeña y bella florcita, llena de luz, que con esos vibrantes colores llamará la atención de quien la mire, contagiará a los demás de alegría e inspirará a quien se le aproxime. Así es. Me gustaría que mis estudiantes se contagien de la chispa que traigo, de la luz que hoy enciendo para poder transitar éste maravilloso camino. Hoy pretendo ser guía de muchos; guía y también acompañante, porque no debo nunca olvidarme que de ellos también puedo aprender muchísimas cosas.

Éste proceso es una metamorfosis, que implica un cambio y una sorprendente y continua transformación. Y ésta metamorfosis implica también que hay cosas, momentos, actitudes, vivencias, situaciones, inferencias, entre otras, que no cambiarán y se manifestarán de una vez y para siempre; sino que cada clase, cada grupo de estudiantes, cada situación, cada avance y también cada retroceso implicarán cierta metamorfosis en mis prácticas y en mí misma como (futura) docente.

Sin embargo, entiendo que mi cambio de posición respecto del aula no se trata de una experiencia aislada y dada, sino que se ha ido construyendo a medida que yo también me construía, lo cual también implicó necesariamente una de-construcción de mí misma.

Uno de mis mayores desafíos fue el contenido a tratar, tan lindo y accesible de abordar pero a la vez tan cargado de significaciones, de conceptos novedosos tanto para los estudiantes como para mí también, tan presente e implicado en la vida cotidiana de todos y cada uno de nosotros.

Este desafío y tal como lo explicita la Real Academia Española, hace referencia a una “situación difícil o peligrosa con la que alguien se enfrenta”[4] , y en éste caso me encontraba ante una situación, valga la redundancia, medio peligrosa; pero… ¿Peligrosa en qué sentido? Pues bien… Veamos un ejemplo:

“(…) mi primer pregunta fue “¿todos somos iguales?”. Y recuerdo que (…) respondieron casi al unísono. Algunos respondieron que sí, todos somos iguales; otros respondieron que no. Luego pregunté por qué ellos creían que éramos iguales y por qué no. Antes de darles lugar a una posible respuesta, comencé a hacer una breve introducción al tema, y luego les solicité que se miraran con el compañero de banco”.[5]

Y luego, “(…) los alumnos empezaron a reírse, lo que hizo que se desconcentraran un poco y se perdieran también en la dinámica. Luego de que lograron hacer un poco de silencio, y mirándose, pregunté en qué veíamos o notábamos que el otro era parecido a mí y en qué notábamos que era diferente”.[6]

Como dije anteriormente, nos encontramos con temas que consideraba fáciles, llevaderos; pero en realidad no era así. Me di cuenta de las dificultades y complejos que éstos tenían al percatarme de que debía implicar y generar cierta actitud de compromiso en los estudiantes. Por eso, muchas de mis preguntas, como por ejemplo: “¿todos somos iguales?”, más bien fueron dirigidas a ellos, a sus vivencias en la cotidianeidad de cada uno. Me costó un poquito que los alumnos pudieran tomarse en serio los temas que se estaban desarrollando, pero también creo que es normal a esa edad tan llena de cambios físicos, emocionales, entre otros, que busquen la risa o los gritos como medio de descarga de ciertas emociones.

Otro desafío, y el más importante que se me planteó, y no sólo en mis clases sino en las clases de Alejandra, la co-formadora, y en las clases de Daniela, fue la indisciplina, el bullicio, la falta de escucha e incluso a veces los malos tratos entre los mismos compañeros.

Para hablar de ello me gustaría tomar a Celso Antúnes; quien caracteriza a la “clase indisciplinada” como aquella que: “no permite que los profesores ayuden a los alumnos a construir su conocimiento; no se generan condiciones para que los docentes puedan “despertar” en sus alumnos su potencialidad como elemento de auto-realización; no permite un trabajo consciente sobre las habilidades para la construcción de un aprendizaje significativo”[7]. Como

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