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Trabajo final de análisis y reflexión acerca de la práctica en la formación docente

Enviado por   •  24 de Septiembre de 2018  •  5.746 Palabras (23 Páginas)  •  447 Visitas

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“La buena enseñanza demandaría del docente una suspensión de la lógica etnocéntrica en el trabajo pedagógico y una comprensión de las culturas que portan los estudiantes. Estos últimos pertenecen a universos socioculturales diversos. A la vez, debemos pensar a la acción educativa como un proceso intencional y sistemático dirigido a poner en cuestionamiento las propias presunciones ya que, el docente se constituye como un sujeto activo en la producción del conocimiento en el aula” (Davini, 1995).

La gestión como ética es una posición frente al hecho educativo, orientada a pensar las escuelas como las instituciones capaces de nombrar lo que acontece en ellas y habilitar que otras cosas, de otro orden puedan suceder. La ética está unida a una decisión, posibilidad y potencia, implicación desde el momento en que se elige que posición tomar frente a la realidad. (Duschatzky, 2001).

Para que haya efectos –en educación- no alcanza con ofertar, es necesario que lo ofertado sea significado para que se signifique. Se ponen en juego unas presencias, unos otros; lo que está en juego son los modos en que se singularizan las relaciones sociales y culturales en las que cada sujeto está inscripto y de las que es portador. Entre un profesor y un estudiante y un saber que se ofrece se define un continente en términos de afecto y efecto, la transferencia. La educación se define como acto político proponiendo trámite institucional al enigma subjetivo, ofreciendo objetos transicionales, asegurando la presencia del otro. Es allí donde el sentido político de la educación se juega entero, haciendo de la igualdad un principio (Frigerio, 2005).

De acuerdo a los requerimientos de la cátedra debía realizar doce horas cátedra de observaciones del grupo con el que iba a trabajar, esto me llevó alrededor de cuatro semanas. Esto me permitió conocerlos, ver de qué manera se relacionaban entre sí, con el docente, con la propuesta de trabajo que este presentaba.

Recuerdo que estaba muy ansiosa por que llegara el momento de comenzar a dar clases, había preparado –en términos de estudio- los temas iniciales con mucho esmero y me sentía preparada para responder a cualquier interrogante que surgiera. Finalmente llegó el día señalado. Tal como había planificado me presenté y les adelanté los temas que veríamos y de qué manera llevaría adelante el trabajo con ellos. Comencé a habilitar momentos de recupero de saberes, de indagar conocimientos relacionados. La buena predisposición que me mostraron me sorprendió y me hizo sentirme segura en relación a las decisiones que había tomado. A partir de ese instante dejé de preocuparme por mis temores y pude focalizarme en lo que me estaba pasando, en ese aquí y ahora. Salí completamente satisfecha y feliz de esa primera clase. En cada encuentro con los estudiantes –a pesar de no poder cumplir con el temario al pie de la letra de lo planificado- pude llevar adelante mis propósitos y objetivos, pude desplegar mi estrategia y por lo tanto, mi posición acerca de cómo concibo el trabajo docente.

En relación a qué pensaba mientras se desarrollaban las clases, intenté siempre centrarme en lo que nos hacía marco en relación al encuentro, el acto de enseñanza y aprendizaje en torno al conocimiento. Lo que nos convocaba a todos era eso. Yo era la responsable y representante de un conocimiento, las Ciencias de la Educación.

“Hace falta que el adulto que está al frente del aula tome la posta de la promesa institucional: a él le corresponde encarnar, en su comportamiento de educador, el placer de investigar y la alegría de conocer” (Meirieu, 2016).

A la vez, podía abstraerme y dar cuenta de que mi posición como profesora frente a ellos era analizable, era una posición política. Que todo lo que yo pudiera desplegar y construir con ellos tenía peso, ponía de manifiesto decisiones y consecuencias, que se ponían de manifiesto los roles y el modo en que estos se juegan durante el intercambio con ellos. Recuerdo una escena recortada:

“…Comenzaron a hablar entre ellos –los estudiantes-, a “discutir” qué era ser hombre o mujer. Varias veces me pedían que dé mi opinión. –No es así. ¿Vos qué decís profe, es cómo yo digo o cómo dice él?-. Me negué. En un momento un estudiante muy ansioso me dice: -¿Qué es lo correcto entonces para ser hombre?-. Él y sus tres compañeros me miraban a los ojos expectantes de lo que fuera a decir. Me di cuenta que me interpelaban como alguien que porta una palabra verdadera, que zanja una discusión. Respondí que era un ejercicio para abrir, no para cerrar conceptos, para encontrarse con los otros y lo que uno mismo concibe…”. (Observación registrada).

La emancipación de un sujeto –en educación- es aquella se da en el movimiento que progresa, asumiendo la dependencia respecto de su “maestros” para ir apartándose de ese aporte a medida que se va incorporando en su propia marcha (Meirieu, 2005). Si yo quería generar ese movimiento, no debía caer en la tentación de dar absolutos en este tipo de intercambios, corría el riesgo de ser tomada como un ideal a copiar (generando pensamientos idénticos al mío), no debía olvidar que la transmisión de saberes debía implicar una reconstrucción por parte de cada uno de los estudiantes y eso era intransferible. Ellos debían hacer su recorte, transitar su camino así como yo transito el mío.

El pedagogo no debe obtener satisfacción de lo que los niños producen en clase sino de lo que aprenden. El objetivo es en gran medida invisible y, sin embargo, nunca debe perderse de vista (Meirieu, 2016). El proceso, el trayecto –este hacer haciendo- construido con y para ellos, es diferente al producto final (aquello que se puede evaluar de manera cuantitativa).

En relación a la distancia entre lo pensaba acerca de cómo iba a ser dar clases –ser docente- y lo que sucedió luego, mi balance es muy bueno. Pensaba que iba a ser algo complejo, tal vez debido al grupo de estudiantes (los adolescentes son un grupo complejo para trabajar) o a momentos en relación a lo conceptual (no hay nada peor que quedarse en blanco frente a una pregunta que te tiran a quemarropa) o con respecto a la disciplina (tenés que estarles encima todo el tiempo llamándoles la atención). Sin embargo nada de esto aconteció, siempre me trataron con respeto, participaron en las propuestas de trabajo, no tenían ningún tipo de prurito a la hora de dar su opinión con respecto a un tema o al momento de dialogar y debatir entre ellos o conmigo. Me mostraron que los adolescentes de la actualidad siguen cargando con el estereotipo de rebeldes, desinteresados, desanimados (de acuerdo a los comentarios de la profesora) y,

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