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ANTECEDENTES HISTORICOS DEL POBLADO DE TIRIPETÍO

Enviado por   •  25 de Noviembre de 2018  •  3.875 Palabras (16 Páginas)  •  281 Visitas

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Los muros de la iglesia sostenían una techumbre de madera, sobre la que descansaba una cubierta de teja a dos aguas. El techo era de media tijera, es decir, constaba de una estructura cóncava de madera compuesta por vigas cruzadas. Un techo aparente lo constituía una elaborada y bien trabajada cubierta de madera, toda en forma de delicados y coloridos artesones, que pendían de la estructura de la media tijera.

Basalénque describió el techo del templo de la siguiente Manera

“La maderazon de la yglesia es una de las más galanas y curiosas que ay en esta tierra y yo e bisto en España de muy agraciadas pinturas y dorados y talla. Toda era muy buena obra, pero lo que más se aventajaba era la cubierta, que era de media tijera, toda llena de artesones, tan primos y obra tan delicada, que nadie la vía que no se admirara; y su grandeza se coligirá, que no se imitó en otro pueblo, por su gran costa. ”

La forma en cómo se realizaba la ceremonia del bautismo exigía que la pila bautismal se encontrara al centro del pasillo de la iglesia, por casi debajo del límite del coro.

Las ventanas de la iglesia respondían a las necesidades propias de la iluminación, aunque cuidando la estética y ritmo, procurando dejar poco iluminado el presbiterio, que era donde se encontraban los altares y los retablos. Las dimensiones de éstas variaban de acuerdo a la cantidad de luz deseada en cada zona. Las ventanas originales del templo actualmente se encuentran tapiadas, pero desde el exterior aún se puede observar el exquisito diseño y talla en cantería de estos vanos. Junto al muro norte del templo, los frailes levantaron una torre en la que colocaron abundantes campanas fabricadas con el metal obtenido de la fundición de los ídolos prehispánicos. Las campanas eran visibles desde el suelo a través de una serie de arcos que adornaban la torre, bajo los cuales se encontraba un reloj mecánico que los frailes fundadores habían traído de Castilla.

La decoración de las iglesias durante la primera mitad del siglo XVI corrió a cargo de los frailes y los indígenas adiestrados para ello. Los primeros profesionales llegaron a México hasta 1550, por lo que para fechas anteriores los frailes debieron utilizar algunos libros dónde obtener imágenes para los muros y los retablos. Aunque para Tiripetío se menciona la presencia de españoles que enseñaron a los indígenas las técnicas europeas de la pintura, no podemos saber qué tipo de preparación tenían los maestros. Todavía en la década de 1540, la decoración en el interior de las iglesias consistía en pinturas murales que se aplicaban con la técnica llamada “al temple”, la cual se aplicaba directamente sobre el muro con una pintura preparada con tierras. En el presbiterio se encontraban los tres retablos que poseía la iglesia, todos ellos pintados con esta técnica.

En el retablo mayor, de acuerdo a la tradición ornamental iconográfica de la orden agustina, se representaban las figuras de San Juan Bautista, patrono del pueblo, la Santísima Trinidad, San Nicolás de Tolentino, San Agustín y Santa Mónica. En el retablo de la izquierda (viendo de frente hacia el presbiterio), se encontraba dedicado a una imagen de la Virgen, que es la misma que actualmente se venera en Tiripetío con el nombre de la “Virgen de los Prodigios”. En el retablo de la izquierda destacaba un crucifijo muy venerado, pues era tradición haberlo colocado ahí el padre fray Diego de Chávez. El resto de la iglesia se encontraba cubierto de pinturas con motivos bíblicos del antiguo y nuevo testamento. Tanto la pintura de la Virgen como el crucifijo habían sido llevados al pueblo en 1537 por los padres fundadores. La decoración de la iglesia no terminó al parejo de las obras en el año de 1548, sino que continúo por lo menos un año más.

Esta iglesia tenía tres altares, uno principal y dos secundarios. El retablo principal se encontraba detrás del altar donde estaba la lámpara donde ardía al Santísimo Sacramento. Era el altar izquierdo el lugar donde se dedicaban las misas a la Virgen, mientras que el de la derecha lo decoraba el crucifijo y el resto de las imágenes arriba mencionadas. Una costumbre muy cuidada por los frailes era la limpieza de los altares, actividad que se realizaba con gran esmero cada mañana.

La sacristía se encontraba junto al presbiterio, lindando con el muro sur del convento. No existe ningún referente para determinar las dimensiones que pudo haber tenido, solamente sabemos que estaba decorada, pues había recibido el mismo trato que el resto de la iglesia.

La sacristía era considerada por los religiosos del convento de Tiripetío como una parte importante de la iglesia no sólo por su función litúrgica, sino también porque era depositaria de los ricos ornamentos que se utilizaban para el culto.

El atrio de la iglesia de Tiripetío era un gran patio cercado por dos muros: el exterior, era una construcción alta, tal vez superior a los dos metros, mientras que el interior era bajo, de una vara de alto (.836 m) y coronado de almenas. Éste servía para delimitar un pasillo de 30 pies de ancho (8.4 m) por donde se realizaban las peregrinaciones. Este pasillo desembocaba en unas capillas posas, que se encontraban en las esquinas del atrio, que era el sitio donde se reunía a los niños para aprender la doctrina.

Los accesos al atrio estaban ubicados al norte, al sur y al oeste, siendo el principal el de la parte oeste, que estaba alineado con la puerta de la iglesia. La ubicación de las entradas estaba relacionada con la funcionalidad del conjunto en relación a la liturgia y a las procesiones. Estas entradas, llamadas arcadas reales, eran grandes y espaciosas, de manera que facilitaran el tránsito de los fieles. Dichas puertas estaban enmarcadas por fuertes columnas que sostenían grandes arcos de piedra, que daba un carácter soberbio y majestuoso a todo el perímetro conventual. El espacio que quedaba entre el pasillo arriba descrito lo ocupaba un gran jardín, sólo interrumpido por las calles que comunicaban aquel gran patrio y que daban a las entradas al atrio. Estas calles eran delimitadas por grandes árboles como naranjos, cipreses y álamos blancos, que servían para embellecer aquel gran espacio.

El atrio de Tiripetío desapareció con el esplendor de la iglesia y el convento, al iniciar el siglo XVIII encontramos el siguiente testimonio de Escobar:

“En aquel tiempo podía, según su fábrica y grandeza, haber aspirado a Anfiteatro romano, hoy es casi campo con algunos vestigios de arcos y columnas, ejemplo de lo que acaba la carrera de los siglos”.

Lo anterior nos describe como la destrucción de los muros

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