Ensayo soy el ultimo
Enviado por Rebecca • 5 de Abril de 2018 • 23.336 Palabras (94 Páginas) • 278 Visitas
...
Gente.
Reí. Reí como un loco. Como si, de repente, hubiese perdido la razón en la soledad casi cósmica de mi pequeño satélite artificial de estudios meteorológicos y científicos.
Luego, creo que lloré. O empecé a llorar, cuando menos. Pero me dominé. Siempre he sabido dominarme. Incluso ahora podía hacerlo. Y eso no era fácil.
Aun así, volví a pensar, mientras el satélite descendía hacia su punto definido, ya previsto por la computadora, en un amerizaje suave. Volví a pensar en todo aquello. En el mundo. En mi país., En mi ciudad. En mi gente.
Parecía increíble. Resultaba espantoso pensarlo. Uno se resistía a admitirlo. Pero era la verdad. No había nada de eso. Ni países, ni ciudades, Ni gente.
Nada. Nadie.
No había nada ni nadie allá abajo. Me esperaba un mundo vacío. La Tierra, muerta, Los malditos lo hablan conseguido al fin. La Humanidad se había terminado. El Hombre era leyenda. Sólo quedaba uno: yo. Yo...
Era el último. SOY el último..... Por eso me pregunto, angustiado, horrorizado: —¿Para qué? ¿Para qué vuelvo, Señor...?
.* * *
—¿Para qué? ¿Para qué he vuelto...?
Nadie me respondió. Nadie me oyó tampoco. A mi alrededor, el mar producía rumor de oleaje. La canoa neumática me iba acercando, insensiblemente, al litoral.
El sol era frío, apagado y triste. Un día otoñal mediterráneo. No hacía una temperatura muy baja, pero el clima era desapacible. Sin gaviotas, eso sí. El silencio resultaba siniestro. Ni siquiera un chirrido de aves. Nada...
La embarcación neumática, con su vivo color naranja, especial para ser detectado visualmente desde el aire con toda facilidad, se mecía suavemente sobre las olas mansas. Pero no había helicópteros ni navíos en torno. Nadie detectaba mi presencia frente a las costas mediterráneas, en aquella latitud meridional. Me pregunté dónde estaría la Sexta Flota, dónde los rusos con sus navíos. Dónde los turistas es busca del tiempo benigno...,
Nunca me habían gustado las gaviotas. Sus chillidos, sobrevolando a ras del mar me ponían nervioso. Ahora las echaba de menos. Me hubiera gustado oírlas. Me hubiera dado un gran alivio, sí.
Miré alrededor. Era raro, sí. Muy raro. Se había hablado y escrito tanto sobre esto... Se habían hecho películas, reportajes espeluznantes... La realidad había sido muy diferente. Todo tan simple, tan fácil... No había violencia por ninguna parte. Ni señales de caos. Nada.
Sin embargo, todo había terminado. Hacía tiempo de eso. El silenció llevaba ya semanas, meses... Pronto serían años, siglos
Yo estaba solo. Yo era... el último. El único. El fin.
Cuando yo desapareciese, todo terminaría. Virtualmente, había terminado ya. Cuando uno sabe que está solo, es como si no hubiera nadie. Ni uno mismo, que sólo existe en función de sus propios actos. Y aun eso, porque era el único hombre fuera de la Tierra, en el momento del holocausto. El único astronauta fuera del planeta, sometido a una misión científica estricta.
No tenía sentido regresar. Era absurdo que hubiera vuelto. Pero la computadora fue programada para eso. Y lo cumplió con fría eficiencia. Miré atrás. El satélite meteorológico y de observación flotaba tranquilamente en el mar. Una esfera metálica, sobre un mar gris plomo. Encima, en el cielo, los nubarrones eran los de cualquier día otoñal, Quizá Moviese, incluso, ¿Qué más daba eso? A nadie .le importaría, Porque no había nadie a .quién pudiera preocuparle la lluvia, Ni siquiera a mí...,
Podía vislumbrar el litoral. Largo, arenoso, con salientes o promontorios pedregosos, pueblos pesqueros, boscaje, una ciudad sin duda importante, allá a mi derecha, corriente abajo.
Y parecía obvio que el mar me arrastraba en esa dirección. Yo me veía más y más cerca de su paseo marítimo, largo y salpicado de palmeras, con una barandilla asomada a la larga franja de arena de las playas.
Había hoteles, paradores turísticos, edificios modernos, e incluso las agujas góticas de alguna catedral que yo no localicé entre mi pobre bagaje de cultura europea, y en especial de conocimientos arquitectónicos o históricos.
Mi reloj señalaba una hora: las tres y diez minutos de la tarde. Y un día: Domingo, 19.
Los demás datos, los conocía yo de antemano: octubre de 1986. Los restantes, estaban en mi cronómetro: diecinueve de octubre. Domingo. Tres y diez minutos de la tarde...
Una hora y una fecha para la Historia. Para mi historia, que era ya la única existente. Para Mílton Zorbe, astronauta. Para el último. El Ultimo, Así, con mayúsculas. .Porque no había más. Nadie más. Ninguno más,
Hice memoria... Traté de pensar en aquel día en que supe...
Sacudí la cabeza. No, No valía la pena recordarlo.
14 —
Fue demasiado horrible al principio, ni yo mismo lo creí. Imaginé que había un error. Que la comunicación era errónea, que la computadora se equivocaba. Pero no. No se equivocaba. Una computadora nunca se equivoca.
Dejé de pensar. De recordar. Miré a mi alrededor. Más allá de la borda hinchada de mi lancha neumática color naranja. Me estremecí.
—Peces... —musité— Dios mío...
Peces, sí. Millares. Millones de peces. El hedor era insoportable. Flotaban por dondequiera que alcanzaba la vista. Peces, pobres peces muertos, putrefactos ya... El mar se había vuelto plateado un día. El día que todo empezó. Y que todo terminó...
La plata de las escamas de sus cuerpos, se tornó oscura. Luego, hedionda. La corrupción de lo muerto se extendió por el planeta. Por el hermoso planeta azul que, entre todos, habíamos despedazado cruel, estúpidamente.
Tapé mi nariz con un pañuelo. Aun así, el hedor me invadía. Era nauseabundo. Incluso la lancha flotaba dificultosamente, avanzando apenas en medio del banco de peces muertos y fétidos, oscuros y descompuestos. —Cielos... —gemí—. Igual sucederá con los hombres... Y no lloré.
No lloré, porque no he sido nunca un hombre pusilánime. Pero hubiera querido llorar como cuando era niño. Ahora valía ¡a pena derramar lágrimas.
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