Carta al querido lector

...

Más adelante, cuando estaba a punto de finalizar mi año escolar, me encontré con la dicha de tener que cumplir mi alfabetización en una muy pobre escuelita de pueblo, capacitando a jóvenes y adultos que habían dejado su proceso escolar por diferentes situaciones personales y como última opción acudían a este lugar, tan pobre en sus recursos, que los únicos docentes que llegaban eran los estudiantes alfabetizadores. Mis 7 estudiantes del grado tercero de primaria eran mucho mayores que yo, pero me respetaban y me querían, a pesar de la mala fama que a mis 15 años ya tenía de autoritaria y gritona.

No me queda más que decirte que aunque te pueda parecer absurdo o flojo mi argumento, estas experiencias que quedaron en el baúl de mis olvidos y que hoy recuerdo nuevamente con mucho cariño, fueron sencillas pero maravillosas vivencias que me encaminaron a tomar la decisión de convertir mi recorrido como maestra empírica en la profesión de odios y amores que hoy me acompaña, claro también tomó peso a mi decisión la influencia de buenos maestros que aún intento recordar. Creo que soy maestra desde mucho antes de que decidiera serlo, creo que empecé a darme cuenta desde hace varios años, que el sentido de ser docente va mucho más lejos de la acción de impartir un conocimiento, estoy convencida que contribuir en la formación de otro ser humano es nuestra verdadera y maravillosa función.

Con el único deseo de mi parte de dibujarte una sonrisa al leer esta carta, me despido, pidiendo que conserves con mucha discreción mis confesiones ya que siento que deberían ser para mí misma más que para otra persona.

Atentamente,

La Dama de las letras.