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Colegio De Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo (CCH Vallejo)

Enviado por   •  22 de Febrero de 2018  •  5.143 Palabras (21 Páginas)  •  465 Visitas

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«Hasta tanto no se conozca a sí mismo», replicó Tiresias. De modo que la madre se aseguró de que el hijo no viera nunca su imagen en el espejo. Al crecer, el chico resultó ser extraordinariamente hermoso y despertaba amor en todos cuantos lo conocían. Aunque nunca había visto su cara, podía adivinar a través de las reacciones ajenas que era bello; pero nunca se sentía seguro, de modo que para ganar confianza y seguridad en sí mismo dependía de que los demás le dijeran cuan bello era. En consecuencia, se convirtió en un joven absorbido por su propia persona.

Un día, Narciso se puso a caminar por el bosque a solas. Ya entonces había provocado tantos halagos que comenzó a creerse que nadie era digno de mirarlo. En el bosque vivía una ninfa llamada Eco. Esta había disgustado a la poderosa diosa Hera por parlotear demasiado; exasperada, Hera le había arrebatado el poder del habla excepto para responder a la voz de otro. E incluso entonces, solo podía repetir la última palabra pronunciada. Eco hacía tiempo que se había enamorado de Narciso, y lo siguió por los bosques esperando que le dijera algo porque, de otro modo, ella no podía hablarle. Pero aquel se hallaba tan envuelto en sus propios pensamientos que no notó que ella lo seguía a todos lados. Finalmente, Narciso se detuvo al lado de una laguna, en un bosque, para apagar su sed, y ella aprovechó la ocasión para sacudir unas ramas y atraer su atención.

— ¿Quién está ahí? —gritó él.

— ¡Ahí! —regresó la respuesta de Eco.

— ¡Ven aquí! —dijo Narciso, bastante irritado.

— ¡Aquí! —repitió ella, y corrió desde los árboles, extendiendo sus brazos para abrazarlo.

— ¡Vete! —gritó airado—. ¡No puede haber nada entre alguien como tú y el bello Narciso!

— ¡Narciso! —suspiró Eco tristemente; y desapareció avergonzada, murmurando una oración silenciosa a los dioses para que este joven orgulloso pudiera algún día saber lo que significaba amar en vano. Y los dioses la oyeron.

Narciso regresó a la laguna para beber y observó el rostro más perfecto que había visto nunca. Instantáneamente se enamoró del impresionante joven que tenía delante. Se sonrió, y el bello rostro le devolvió la sonrisa. Se inclinó hacia el agua y besó los rosados labios, pero su contacto rompió la clara superficie y el bello joven se desvaneció como un sueño. Tan pronto como se retiró y se quedó quieto, la imagen regresó.

— ¡No me desprecies de ese modo! —Le suplicó Narciso a la imagen—. Soy el que todos los demás aman en vano.

— ¡En vano! —gritó Eco desde el bosque con tristeza.

Una y otra vez Narciso se acercó a la laguna para abrazar al bello joven, y en cada ocasión, como si de una burla se tratara, la imagen desaparecía. Narciso pasó horas, días y semanas contemplando el agua, sin comer ni dormir; tan solo murmuraba:

— ¡Hay de mí!

Pero las únicas palabras que le llegaban eran las de la infeliz Eco. Por último, su apesadumbrado corazón dejó de latir y quedó frío e inmóvil entre los lirios acuáticos. Los dioses se conmovieron ante la visión de tan bello cadáver y le transformaron en la flor que ahora lleva su nombre.

En cuanto a la pobre Eco, que había invocado semejante castigo en su frío corazón, no obtuvo de su oración nada sino dolor. Se consumió hasta que no quedó nada de ella excepto su voz; e incluso hoy en día solo se le deja decir la última palabra pronunciada.

[pic 13]

5. La Caja de Pandora:

Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando nuestro mundo se hallaba en la infancia, había un niño llamado Epimeteo, que nunca había tenido padre ni madre, y para que no estuviera solo, otra niña, procedente de un lejano país, y que se llamaba Pandora, fue llevada a vivir con él.

La primera cosa que vio Pandora al entrar en la casa en que vivía Epimeteo, fue una gran caja, y casi inmediatamente después de haber atravesado el umbral, preguntó qué había en ella.

—Mi querida Pandora —contestó Epimeteo —es un secreto. La caja fue dejada aquí, para que estuviese bien guardada; y yo mismo no sé lo que contiene.

—Pero ¿quién te la dio? —Preguntó Pandora —¿De dónde procede?

—Una persona de aspecto risueño e inteligente la dejó ante la puerta antes de que llegaras tú; y según vi, apenas podía contener la risa al hacerlo.

—Ya lo conozco,—dijo Pandora pensativa—era Mercurio. Éste fue quien me trajo, y sin duda hizo lo mismo con la caja. Estoy segura de que es para mí, y probablemente, contiene hermosos trajes y juguetes o bien una golosina.

—Es posible—contestó Epimeteo alejándose—pero hasta que Mercurio regrese y nos autorice para ello, no tenemos el derecho de abrirla.

—¡Qué muchacho tan tímido! —murmuró Pandora, cuando el niño salía de la casita. —Me gustaría que fuese más animoso.

Y en cuanto Epimeteo se marchó, la niña se quedó mirando el objeto que había despertado su curiosidad.

Las esquinas de la caja aparecían talladas con mucho arte y primor. En los lados había figuras muy graciosas de hombres, mujeres y lindísimos niños. La cara más bonita de todas había sido esculpida en alto relieve, en el centro de la tapa. Ninguna otra particularidad se advertía, exceptuando la obscura y lisa riqueza de la madera pulimentada y el rostro del centro con unas guirnaldas de flores sobre sus cejas.

La caja permanecía bien cerrada y no por una cerradura u otro medio semejante, sino con una cuerda de oro cuyos dos extremos estaban atados de un modo tan complicado, que, probablemente, nadie habría logrado deshacer el nudo. Y, sin embargo, precisamente al ver tal dificultad, más deseos sentían Pandora de examinarlo, a fin de averiguar cómo había sido hecho.

—Creo—se dijo—que ya sabré des-hacerlo y luego atarlo otra vez, y como de ello no ha de resultar ningún daño…

Ante todo, trató de levantar la caja. Elevó un lado algunos centímetros y la dejó caer, produciendo algún ruido. Un momento después le pareció oír que dentro se removía algo. Aplicó el oído y escuchó.

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