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Conformidad y Control social

Enviado por   •  13 de Febrero de 2018  •  2.230 Palabras (9 Páginas)  •  619 Visitas

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Los niños adquieren valores no sólo a través de preceptos explícitos y premios y castigos públicos, si no también gracias a la sugestión, a la implicación y al ejemplo. Nada necesita decirse explícitamente para que el niño reconozca las cualidades que son altamente valiosas y aquellas que no la son. Puede oír en la escuela que “el humilde heredará la tierra”, pero también podrá ser testigo de la admiración hacia el fuerte. Sensible a los matices emocionales que hay, en la conducta paterna, puede reconocer a menudo la aprobación o desaprobación implícita de sus actos o de los de cualquier otra persona, aun si ello no se expresa abiertamente. Los padres no necesitan decirle que copie su conducta para que logre imitarlos, ya sea abierta o discretamente.

En la completa interacción que hay entre padres e hijos, la persona no sólo aprende acerca de las convenciones y normas que rigen la vida social, sino también las interiorizan es decir las incorpora a su propia personalidad. El proceso mediante el cual son interiorizados los valores y las reglas específicas es completo, pero está generalmente vinculado de modo estrecho a las relaciones íntimas que existen entre los hijos y los padres. Debido a estos vínculos emocionales, los hijos tienden a identificarse con sus padres: quieren llegar a ser, hasta donde sea posible, como ellos. Los hijos tienden a identificarse con sus padres, las hijas con sus madres, aunque el proceso es a veces sólo parcialmente completado. A veces no lo es nunca, y a veces asume formas poco usuales o distorsionadas. Los patrones de los padres –Que son por lo general también los patrones de la sociedad- llegan a ser eventualmente parte de la personalidad del niño, una especie de guardián interior que vigila y juzga sus actos. En cierto sentido, el padre está siempre presente, y cuando no se logra vivir de acuerdo con los patrones paternos puede generarse un sentimiento más o menos doloroso de culpabilidad, pues estas normar interiorizadas constituyes la conciencia o, en términos de Freud, el súper ego. Por supuesto que podemos por varias razones desobedecer tales reglas y sufrir las congojas de la culpabilidad, pero en la mayoría de los casos parece que el temor a la culpabilidad sirve para inducir la conformidad hacia aquellas normas sociales que fueron incorporadas a los preceptos paternos.

Este proceso sumamente generalizado está sujeto por supuesto a infinitas variaciones. Las familias se desintegran y no ocurren las secuencias usuales. Otros adultos reemplazan a los padres, que pueden ser rechazados por sus propios hijos. En una sociedad en que todos los niños son cuidados por las mujeres, el original apego del hijo a su madre puede ser tan fuerte que el niño encuentra difícil establecer su fidelidad al padre e identificarse completamente con él. Por distintas razones, el hijo puede quedar ligado a la madre y a la hija al padre. En estas variadas circunstancias, puede ocurrir que el niño no llegue a interiorizar valores de su cultura o no asigne a ciertos valores la misma importancia que tienen para los demás. Alternativamente, el niño puede adquirir valores o tendencias psicológicas apropiadas a las exigencias prevalecientes de carácter social y cultural gracias a estas secuencias menos típicas.

Los valores derivados de los padres o de los adultos, y asimilados a la personalidad, no consisten solamente en “haz esto” y “no hagas esto”, si no también incluyen finalidades y aspiraciones positivas. Al tratar de ser como el padre o vivir de acuerdo con sus expectativas –Ahora interiorizadas y formando parte del carácter de la persona-, el individuo es conducido a buscar objetivos socialmente aprobados. Gracias a la influencia de los adultos que sirven como una especie de banda de transmisión cultural, él aprende a desear lo que la cultura le impone como objeto de su deseo –Llegar a ser rico y famoso, realizar algunas tareas socialmente válidas, ser un ciudadano respetable y apegado a la ley-, a menos que su modelo o mentor haya sido un criminal, un excéntrico o un rebelde. Es decir, la persona no está simplemente limitada por restricciones interiorizadas o constreñida a modos exigidos de conducta por su conciencia, si no también adquiere generalmente por parte de sus padres los resortes de la acción que pueden canalizar los impulsos y energías hacia cauces que son potencialmente útiles desde el punto de vista social y remuneradores desde el punto de vista personal.

Debido a la constante preocupación humana por las opiniones de los demás, los juicios y reacciones que provoca nuestra conducta no sólo contribuyen al aprendizaje y a la interiorización de las normas sociales sino también sirven directa y continuamente como instrumento de control social… La gente tiende a vivir de acuerdo con las expectativas de los demás. Esta tendencia, sin embargo, es en sí misma dependiente del proceso de socialización del cual emerge. Los padres, los profesores y los compañeros pueden estimular o desalentar la sensibilidad hacia las actitudes de otra gente, ya sea disminuyendo o acentuando la importancia de la impresión social que uno produce, o ya sea por las actitudes hacia la idiosincrasia, las relaciones interpersonales y el ajuste social. Los padres pueden destacar como más importante la obtención de amigos que el dominio de habilidades físicas: la escuela puede dar más atención al trato que tengamos con los compañeros de clase que a la importancia de completar cierta tarea.

En suma, la socialización estimula la conformidad en tres formas diferentes: inculcando una conciencia de la costumbre y la tradición, inspirando una conciencia autorreguladora que incorpora valores sociales, y sensibilizando al individuo frente a los juicios y expectativas de los demás. Estas tres formas de conformidad se distinguen para los propósitos del análisis; en cualquier situación concreta, están por lo común estrechamente interrelacionados, aunque no siempre se refuercen mutuamente. Pueden, por supuesto, exigir la misma conducta, pero también pueden constituir un conjunto conflictivo e incoherente de presiones que empujan hacia diferentes direcciones. La tradición puede requerir cierta acción, nuestra conciencia puede dictar otra, y otras personas pueden esperar una tercera. Tal incoherencia refleja en parte una falta de integración en la propia sociedad. Pero también regla los hechos del cambio social y las variaciones de la opinión pública que pueden no ser ya coherentes con la tradición o la conciencia privada. Además, las situaciones dentro de las cuales debe actuar la gente son frecuentemente complejas; sus respuestas, pues, no son automáticas ni simples. Los hombres deben a menudo escoger entre varias opciones, todas ellas socialmente aceptables; en cierto

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