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¿Cuáles son las características de la acción humana para Hannah Arendt?.

Enviado por   •  11 de Abril de 2018  •  1.424 Palabras (6 Páginas)  •  403 Visitas

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En conclusión, este tipo de educación es un proceso reversible, es decir que se puede volver atrás haciendo posible rehacer lo que ya ha sido hecho, y el objeto de fabricación se puede sustituir por otro objeto fabricado, puesto que son idénticos. La fabricación es un proceso reproductible.

Otra de las características destacables de este tipo de educación es que no tolera la pregunta por la razón de la utilidad, es decir que no se puede cuestionar su valor de uso, ya que el mundo de la fabricación, funciona con la lógica de la razón instrumental. El resultado óptimo con el mínimo coste y esfuerzo posible, y su organización responde a la estructura burocrática.

Es posible diferenciar la educación como fabricación de la educación como acción, ya que en ésta última, la educación es concebida como la posibilidad de un nuevo comienzo y es constituida como una acción ética en la cual la educación es libertad porque evoca la creación de un mundo nuevo de posibilidades, de un nuevo comienzo, de la natalidad. En la misma, no nos limitaríamos a reproducir la originalidad ajena, sino a recrear, siendo creadores al mismo tiempo de un nuevo y original comienzo.

Podemos vincular a la educación como acción, con Philiprh Merieu, ya que en su libro “Frankestein Educador” se cuestiona la tarea educativa, cuando se propone “fabricar” un sujeto, y por otro lado el abandono de las generaciones adultas. Se analiza lo que puede suceder cuando alguien llega al mundo y no tiene quién lo inscriba en él. Este libro apuesta a una pedagogía contra la fabricación y contra la des-responsabilizarían. Nadie se hace a sí mismo, necesitamos de los otros, en primer lugar de alguien que nos “reciba”. Otro nos muestra el mundo, no devenimos solos; quien nos recibe debe ser mediador entre: el otro y la cultura.

3) Según la autora, “la educación es la natalidad”, es decir, que un nacimiento es la expresión de todo comienzo o inicio, una novedad que acontece e interrumpe la tranquilidad de un mundo más o menos establecido. Así pues, el nacido es a la vez un recién llegado al mundo. Alguien a quien debemos iniciar, a quien hay que acompañar y a quien hay que acoger con hospitalidad. De esta manera, nuestra relación con el recién llegado, se inscribe en términos de una ética de la hospitalidad, del acogimiento, del recibimiento. Cuando ésta ética de la hospitalidad y de la ética se perturba, o se destruye, es entonces cuando nos enfrentamos a una crisis del acogimiento. La autora expone que una crisis se convierte en un desastre, sólo si se responde a ella con prejuicios. Esta actitud impide experimentar la realidad y quita el momento de reflexionar lo que esa realidad brinda.

Esta crisis, afecta al sujeto de la educación cuando el educador se des-responsabiliza del educando. Es fundamental que se acompañe al niño en su tránsito hacia la madurez; para esto es necesario que el educador sea responsable del desarrollo del niño y también se responsabilice de una cierta perpetuación del mundo al cual hay que introducirlo, hospitalariamente.

Para Arendt, los recién llegados necesitan un espacio de seguridad y de protección. La escuela es el espacio formal donde más fuerte se torna la responsabilidad educadora del mundo adulto. En dicha responsabilidad se ve asumida la autoridad, es decir, que el educador asume la “responsabilidad” respecto al mundo en el que hay que introducir al recién llegado (educando).

Podemos vincular lo mencionado anteriormente con uno de los postulados de Philippe Meirieu principalmente cuando menciona que la educación debe centrarse en la relación entre el sujeto y el mundo humano que lo acoge, como un “sujeto en el mundo” en el cual el mismo debe ser consciente de que heredero de una historia y debe saber qué elementos están en juego. Debe ser capaz de comprender el presente y de inventar el futuro.

El docente debe aceptar que los niños no le pertenecen sino que son portadores de una esperanza de un nuevo comienzo, de la posibilidad de algo nuevo y debe aceptar que esos niños son sujetos diferentes. Por otro lado, debe renunciar a convertir a relación de filiación en una relación de causalidad o de posesión. No se trata de querer fabricarlo o moldearlo a nuestro gusto, sino de “acoger a aquel que llega como un sujeto que está inscrito en una historia pero, que a su vez, representa la promesa de una superación radical de esa historia (Philippe Meireieu, pág. 72).

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