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Desperté, arrumbado en un pequeño cuarto de un hotel sucio y descuidado en el centro de la ciudad, sin poder recordar lo que había hecho debido a la pesadez de la mente.

Enviado por   •  12 de Enero de 2018  •  3.388 Palabras (14 Páginas)  •  488 Visitas

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Al entrar al cuarto vi a mi derecha una cama grande, gastada, sucia, vieja, pesada, gruesa y fea, frente a mí una enorme ventana que abrí de par en par, dejando así pasar frescas corrientes de aire que arrastraban los malos olores acumulados por el tiempo. Para mí ya todo estaba arreglado, caería la noche y tarde o temprano Adriana estaría aquí, conmigo.

Sentado en la cama mi mano buscó la caja con cigarros, de ésta retiré uno de los últimos que aguardaban pacientemente, al guardar la cajetilla mi mano fue en búsqueda de mi encendedor, uno pequeño y azul que fácilmente lo identifique por su frio y metálico tacto, abrí la tapa y con el pulgar giré la piedra, una ráfaga de chispas causo que en la mecha se creara una llama que bailaba alegremente. Puse el cigarro en mis labios y sin prisa lo encendí dándole la primera bocanada de humo, la cual siempre la más deliciosa y la que dura menos, fumando, me recosté en la cama pensando en Adriana, mi dulce Adriana una mujer encantadora, sólo un año menor que yo, ella mi razón de ser feliz, la única por la cual siento un amor puro y sincero, una niña de estatura baja, delgada y delicada como una encantadora hada salida de la más bella historia mitológica, su tez tan clara como las alas de los ángeles, un haz de belleza etérea cuando se le mira bajo la luna, de hermosos ojos brillantes, donde pareciera que los antiguos dioses erigieron un monumento de gloria hacia las estrellas, con mirada tierna y cautivante, cada vez que está a mi lado, me deleita su sutil fragancia de azares cortados a la luz de la media noche, sólo de pensar en su lindo e inocente rostro se desmorona mi alma, recordar su cálida voz acongoja mi corazón, el tiempo que he estado lejos de ella son días que se traducen en una tortura sin precedentes de la cual me urge escapar.

Sin haberlo notado mi cigarro se había consumido y apagado, sin siquiera haberle robado otra insignificante calada. Me sentía triste y sin vida, sólo por haber pensado en Adriana y no sentir su presencia cerca de mí, es en estos momentos cuando en realidad me percato de que la distancia que nos separa se convierte en un abismo que supera las dimensiones del infinito, lo cruel es que solo así noto cuanto la necesito y de cuán importante es en mi vida, la amargura se drena en mis lágrimas de soledad.

-¿Qué hora será?-

Me pregunté al ver el reflejo del sol que se proyectaba en lo alto de la ventana, esa que está justo enfrente de la mía, sólo sabía que medio día ya había transcurrido, un día muy largo que pareciera no tener fin, una noche tan deseada que tardará más en llegar, pues cuando alguien espera con ansias un evento, éste parece retrasarse para nunca aparecer y así, con eso en mente, me dormí una vez más en este largo, tedioso y horrible día.

Una vez más el tiempo había corrido, las manecillas del reloj cedían ante la presión de mis ansias, para cuando desperté, el sol había caído y cedido el paso a la bóveda nocturna, y por fin, después de tanto esperar, mi íntima amiga estaba ahí, frente a mí, viéndome desde la ventana que seguía abierta, tan seductora como en la primera vez que nos encontramos, ella tan tranquila y paciente, yo nervioso y emocionado.

Ambos sabíamos qué hacer, las palabras se convertían en sonidos innecesarios que se volvían inútiles y molestos, la vi avanzar pausada, acercándose a la cama, fijándose únicamente en mí, nada más le importaba en ese momento que no fuera yo. Me recorrí a la orilla de la cama, donde baje los pies, y quedé sentado, excitado ante su presencia, impaciente por empezar, suspiré y mi corazón dio un vuelco al sentir sus primeras caricias de la noche sobre mis rodillas, su suave tacto subiendo por mis piernas y su calor apaciguando mi frio.

Pero repentinamente sentí pánico, no había motivo para sentirlo, ya que éste es un encuentro que repetíamos mes con mes y que seguiremos repitiendo hasta el final de los tiempos. Bruscamente y sin pensarlo me levanté, caminé por un costado de la cama, alejándome lo más que pude de ella, con la certeza de que iría tras de mí, pero necesitaba tranquilizarme, tomar aire, relajar mis sentidos y apaciguar mi mente. Para ganar tiempo me recargué en la pared, sin perder el equilibrio desaté los cordones, me quité los zapatos y volteé a verla, ella una vez más avanzaba hacia mí con una lentitud sugestiva, mientras mi corazón golpeaba violentamente en mis sienes y retumbaba en mis oídos, el aura que ella desprendía me decía que quería controlarme, ella deseaba que yo me doblegara a sus caprichos y atendiera sus voluntades y yo estaba dispuesto a cumplirle sus demandas, anhelaba quedar una vez más bajo su poder y dejarme llevar a los más oscuros rincones que un mortal puede imaginar, quedarme ahí para saciar mi boca y desahogar mi alma.

Aún nervioso y sobre exaltado, me acosté justo al centro de la cama, sabía que de esta forma me calmaría rápidamente, que todo sería más fácil y cómodo, suspiré con la vista fija en el techo, soñando con la idea de que algo nos interrumpiera, un suceso que pusiera un alto al momento.

Este día no me sentía con la capacidad de continuar, hoy a diferencia de muchos otros días del pasado yo no quería seguir con esto, mis miedos abstraían mi mente y jugaban con el equilibrio de mí ser, yo no conseguía sacudir mis pensamientos y airar lo negativo.

Volví a sentirla, pasando entre mis dedos, acariciando mis pies, poco a poco ella subió a mi cuerpo, haciendo hervir la sangre de mis venas, venas que quemaban más que el fuego naciente del infierno de la ira, donde los pecadores lloran eternamente a causa de tan siniestra tortura que los consume, sin misericordia, día tras día por el resto de la eternidad. Ella no se detuvo, siguió acariciando mi cuerpo, lamiendo en mis piernas, abrazando mi abdomen, inmovilizándome las manos, arañando mis hombros, sujetando mi cuello.

Cada acción suya provocaba algo en mí, aceleraba mi corazón hasta el punto donde creía que me rompería el pecho, mi respiración se agitaba más y más con cada movimiento. Todo fue tan lento, momentos donde un mortal puede crear toda una vida, una eternidad nacida de un instante, hasta el punto donde suavemente se posó en mis labios, porque en ese instante, murió la eternidad.

Mi ropa quedó en el suelo, arrancada por un torbellino de ideas, amores e ilusiones. Así permanecí, únicamente sintiendo su delicado peso directamente en mi piel, sin algo que se interpusiera entre nosotros, sin barreras que detuvieran la lascivia de mi espíritu atormentado. Todo lo que nos rodeaba, toda la vida y la existencia, el tiempo y sus implicaciones, el universo

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