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El hombre político. Seymour Martin Lipset

Enviado por   •  11 de Enero de 2018  •  1.575 Palabras (7 Páginas)  •  406 Visitas

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Hay otro tipo de actitudes, como por ejemplo, la abstención electoral, que es utilizada a menudo como medio de protesta en las elecciones “semilibres” por la oposición.

Finalmente Lipset acota que el interés por las raíces sociales de la participación política no debe llevarnos a ignorar las consecuencias de los diversos niveles de participación que contribuyen a la estabilidad del sistema democrático.

Elecciones chiapanecas: del régimen posrevolucionario al desorden democrático

Willibald Sonnleitner

La investigación del autor combina métodos cuantitativos y cualitativos con un enfoque sociológico multidimensional y territorial del voto, proponiéndose explorar su estabilidad y sus cambios, relacionándolos con las fronteras de otros procesos –demográficos y económicos, sociales, culturales y etnolingüísticos, religiosos, organizativos, políticos y militares- que estructuran la geografía humana contemporánea de Chiapas.

Es necesario visualizar una geografía sintética de la democratización en Chiapas, pues nos permitirá identificar las lógicas y los desfases territoriales entre las dinámicas político electorales y los clivajes económicos y socioculturales que estructuran la geografía humana de la entidad.

La incertidumbre electoral es un elemento constitutivo fundamental para la democracia, dicha incertidumbre debe acompañarse de una certeza total sobre las reglas del juego. El problema es que en 2006 a nivel nacional el proceso electoral estuvo marcado por una gran confusión generalizada. Lo mismo ocurrió en Chiapas para la elección a gobernador de ese mismo año. Gracias a una serie de alianzas transversales con dirigentes y sectores, ya fueran priistas o perredistas, así como una fuerte movilización de recursos Jose Antonio Aguilar (PRI) y Juan Sabines (PRD) se posicionaron rápidamente en olas encuestas preelectorales como los dos candidatos con mayores probabilidades de ser elegidos.

Esta aparente bipolarización oculta una fuerte e inusitada fragmentación política, cuyas raíces son estructurales e históricas. El paulatino declive del PRI no fue capitalizado por partidos de oposición estructurado, sino que desembocó en un mosaico de corrientes y facciones carentes de programas e ideologías.

Dicha debilidad de las afiliaciones e identidades partidistas también se evidencia mediante una fuerte volatilidad electoral, así como a través del número creciente de alianzas coyunturales, encabezadas por candidatos “independientes” desprovistos de bases electorales. El candidato panista decidió retirarse de la contienda, esto “liberó efectivamente el voto panista, pero su alianza táctica con el PRI-PVEM no le otorgó a Jose Antonio Aguilar el triunfo esperado.

La lucha bipolarizada que hubo en Chiapas no significa que debemos reducirlo solamente a eso. La tendencias históricas del voto, permiten visualizar fuertes fluctuaciones en la participación ciudadana y una creciente volatilidad del comportamiento electoral.

En este sentido se tienen tres puntos de inflexión: 1) Entre 1988 y 1994 se produce la caída del antiguo partido hegemónico; 2) luego, entre 1995 y 1997 la democratización electoral entra en crisis, antes de desembocar en una serie de alternancias pacíficas entre 1998 y 2000; 3) finalmente desde 2001 se inicia un nuevo ciclo electoral caracterizado por el debilitamiento y la descomposición crecientes de los partidos políticos, que benefician el declive del PRI pero no logran articularse ni formular proyectos alternativos consistentes.

Se logra vislumbrar a un gobierno que negocia hábilmente con representantes y sectores de todas las fuerzas políticas.

El carácter personalista, furtivo e improvisado las coaliciones que se dieron en Chiapas, aunado al declive de la disciplina partidista en el Congreso local, le restan consistencia e inteligibilidad al sistema de partidos, desembocando en las confusiones generalizadas de 2006.

Las relaciones políticas se organizaron en torno a redes y amistades personales, así como a lealtades y afinidades de tipo faccional que sin obedecer necesariamente a solidaridades horizontales o de clase, adquieren frecuentemente una dimensión territorial.

Finalmente también se acota que las dinámicas político-electorales guardan cierta relación con el clivaje urbano-rural y con las principales lógicas territoriales del desarrollo socioeconómico del estado, pero no coinciden de manera alguna con las fronteras étnico-lingüísticas que demarcan la llamada zona indígena.

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