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El motivo musical en Felisberto Hernández

Enviado por   •  9 de Noviembre de 2018  •  2.952 Palabras (12 Páginas)  •  241 Visitas

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Se desdeña la ilusión epistemológica de metáfora (que implica comprender), puesto que sus relatos no buscan la comprensión, la interpretación o el conocimiento no se busca el sentido claro de las ideas o las concepciones del mundo, sino todo lo contrario: buscan un sentimiento de indeterminación fluctúate del decir a medias que puede cifrarse en el concepto de misterio. El misterio se fabrica por la mediación entre-dicho, al misterio se lo dice por la mitad, se lo indica con palabras que apenas tocan su borde. La escritura se trabaja con aquello que no sabe; hay que declararse ignorante porque todos somos la “sombra, el “misterio” y la ignorancia actúan en ese movimiento que sólo necesita para encontrarlos un dejarse ir controlado: debe volver a los lugares en donde siempre ha estado.

En los relatos memorialistas lo estético no se busca en ideas generales o los principios abstractos de los cuales es difícil extraer originalidad (salvo que se recurra al chiste o la ocurrencia de desbaratarlo) lo estético se buscará y encontrará en personajes que encanan dimensiones estéticas, personajes con un lado común y corriente, pero con determinado sesgo rotundamente inconfundible que los vuelve originales y utilizables como sostenedores inadvertidos de principios estéticos. La busca de originalidad desemboca ahora en un reconocimiento de lo original que anidaba en cuantos rodeaban al buscador, y he allí donde radica su originalidad.

En el proceso del entramado de rememorar, el modo que introduce el subjetivismo, la unión aparentemente caprichosa infantil, alógica de fragmentos recolectados radica la novedoso del género biográfico que introduce Felisberto Hernández en Por los tiempos de Clemente Colling. Al inicio del relato el narrador está viajando por la ciudad en un tranvía, y es desde este lugar donde se ponen en pugna dos principios estéticos el espacio de antes viejo, señorial y el otro, que implica lo nuevo, lo sucio y mercantil. La mirada del narrador pertenece a una pequeña burguesía que no pudo ascender.

El narrador se pregunta qué condiciones deberá cumplir su literatura para que, asumiendo la novedad, la fragmentación y la materialidad se venda (se acepte) sin por ello caer en la “sucia” chabacanería mercantilista o en el pacto con sus representantes. Y para ello se rechazará cualquier teoría estética porque “ya se han encontrado mil teorías delo nuevo para justificar cualquier cosa”. Si las teorías intelectuales justifican cualquier cosa, hay que encontrar un principio que bride algún asidero. Por los tiempos de Clemente Colling encuentra la sustentación en aquello cercano y concreto que habrá de asumir y reivindicar en contra del intelectualismo de las teorías estéticas: el niño (con su inocencia) y las relaciones familiares. Ellos encarnan una estética, la fundamentan, son un fundamento cierto en un medio social que: a) no posee una estética propia y que se ve obligada a la incomodidad falsificadora de acceder a códigos estéticos prestigiosos, ideales y serios que debe aprender e incorporar porque antes de conocerlos los venera religiosamente; b) posee en cambio, como positiva compensación de esta incomodidad ante los códigos estéticos, la intuición que le proporciona su inseguridad cultural: descubrir la falsificación, la pose estética, el ridículo del estereotipo y la religiosidad artística mistificadora mentirosa. La incómoda movilidad pequeño burguesa (el narrador y Clemente Colling se mudan en varias ocasiones, no permanecen afincados) es lo que permite la búsqueda de una seguridad de prestigio cambiante de los códigos estéticos ajenos y propio. Búsqueda de alguna seguridad no astillable (la noble idealidad de las quintas resultó fragmentada, liquidada y parodiada) que permita juzgar tanto un tipo de arte propio que alguna vez apasionó y que luego debió ser abandonado por autoconvencimiento de su ridículo, como ese otro tipo de arte serio, ajeno y prestigioso que, al igual que el anterior, puede convertirse en ridículo o falsedad. Si algo tiene la inseguridad pequeño burguesa es el sentido de lo ridículo: piedra basal de una posible estética. Y no es porque lo “serio”, lo “superior”, lo “alto” no atraigan, muy por el contrario se aspira a ello, pero en la entrega a lo serio puede haber un autoengaño y por consiguiente, un ridículo, en tanto lo serio y superior son sentidos como pertenecientes a un código ajeno al que hay que acceder. La pasión estética por lo serio y superior que debe conquistarse en Por los tiempos…a partir de la sonata que ejecuta El Nene. En El Nene se encuentra a posteriori la justificación de una nota poética de Felisberto Hernández ha utilizado y utilizará: la rareza y la ocurrencia. Una justificación que no pasa por la teoría estética o la lógica, sino por el efecto que causa en el público, ya que la “ocurrencia” produce efectos no intelectuales que desmoronan los significados consabidos y vigentes en los receptores. En el movimiento cambiante de los códigos El Nene le descubre al protagosnista el poco valor del propio código musical que creía valioso. Lo seguro, el principio actuante de la estética que se debe asumir, consistirá en la práctica del ridículo, sistemáticamente dirigida hacia los valores estéticos del otro y hacia los propios. La parodia, en la sanidad de sus destrucción, borra con la risa lo contaminante excesivo que tiene el permanecer en la aparente seguridad de una admiración apasionada, esto es en una adhesión estética que se había congelado en una pose o postura “sublime”.

Incluso el sentimiento del ridículo y la vergüenza ante códigos más prestigiosos forma parte del proceso de erosión antimitificadora de la figura de Colling, primero idealizado y luego precipitado a un progresivo trabajo de desengaño que configura una contrailusión. Este proceso, que supone también un cambio en los códigos estéticos del niño y del adulto es el hilo conductor de la segunda parte del texto que ahora sí, lo toma como figura central.

El personaje que encarna la intuición en materia artística es alguien que no pertenece al dominio del arte, alguien plenamente doméstico, la tía Petrona. Puesto que el “arte superior” es radicalmente ajeno y que la excesiva reverencia ante él puede precipitar a la falsedad, el principio de seguridad y sensatez doméstica que Petrona sustancializa será la clave de aquello que deberá conquistarse estéticamente. Doble proceso de conquista y apropiación, por un lado, familiarizar las leyes del arte superior, con el peligro de mistificación y el tembladeral de inseguridad que su conquista acarrea, y por otro, la estetización o la reconquista para lo estético de u código (no artístico) que siempre ha estado allí, cercano a la subjetividad

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