El punto final del deseo de libertad

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Ciertamente hemos fundado nuestras sociedades en la pérdida paulatina del libre albedrio, pasando de ser seres pensantes a meras máquinas de deseo o simples instrumentos de producción y consumo. Nuestra libertad se ve reducida al comportamiento que la moral colectiva nos impone, seguimos los patrones de las ideologías dominantes y dejamos morir las futuras teorías.

Debemos entonces entender que tan dispuestos estamos a cargar con la responsabilidad que lleva consigo el ser libres, entendiendo también que a pesar de la libertad que podamos preservar siempre habrán unos límites a esta, porque a pesar del carácter creador de la misma, también esta encierra uno de destrucción y anarquía. Debemos sublevarnos de los autoritarios imperios que nos arrebatan nuestra libertad, debemos dejar de ser el rebaño de quienes simplemente implantan consciencias colectivas y sentimientos de inferioridad.

Limites tendremos, eso es claro, pero por lo menos cada individuo podrá razonar y ser el artífice de su existencia, podrá concebirse a sí mismo como un ser pensante libre de las cadenas del miedo y la angustia. Como lo ha dicho Ramiro de Maeztu, escritor español “La libertad no tiene su valor en sí misma: hay que apreciarla por las cosas que con ella se consiguen.” Y es así, en la medida en que se entienda el valor de la libertad se podrá hacer gala de está, desarrollando e impulsando el progreso humano y yendo en contra del detrimento del ser y el camino hacia su vileza natural.

En la medida en que comprendamos los alcances de la libertad, los entornos en los cuales esta se muestra plena y la sujeción que aún tenemos de aspectos sociales, éticos, sexuales y religiosos podremos ser seres verdaderamente pensantes.