Formas de organización político, poder y control social
Enviado por Ninoka • 3 de Diciembre de 2018 • 4.107 Palabras (17 Páginas) • 465 Visitas
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Aunque hubiese referentes teóricos comunes en pensadores antiguos y modernos como Aristóteles, Rousseau, Hobbes, Montaigne, Montesquieu, Engels y Marx, entre otros, y aunque pioneros de la antropología como L. H. Morgan hubiesen tratado algunos temas de la filosofía política con relación al surgimiento de las normas y formas de producción de las llamadas sociedades salvajes, bárbaras y civilizadas, y aunque las ideas de E. Durkheim y M. Weber circularan ampliamente en los introducción 3 medios intelectuales, no puede decirse que se haya dado una interpenetración entre la antropología y los problemas de la filosofía política antigua, medieval o moderna.
La teoría política también experimentó una desconexión severa con respecto a los supuestos que subyacían a muchos de sus enunciados. Entre las preocupaciones fundamentales de los teóricos políticos se encontraban la naturaleza del ser humano, el papel de las instituciones políticas y el desarrollo de nociones específicas de lo político. Dentro de estas preocupaciones, la más cercana a la antropología era la relativa a la naturaleza del ser humano. Una mirada a los pensadores canónicos de la historia de la teoría política, tales como Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Locke y Rousseau, revela que cada uno de ellos suponía que los seres humanos tenían rasgos y conductas que se entendían como universales.
Por otro lado, desde la antropología han existido propuestas de crear vasos comunicantes entre ideas filosóficas y problemas antropológicos. Sin embargo, Pierre Clastres propuso una “revolución copernicana” para repensar el poder en las sociedades primitivas y establecer un principio de exterioridad del Estado. En este sentido, se dio a la tarea de reflexionar sobre los problemas epistemológicos del conocimiento, sobre la modernidad y sobre los problemas políticos contemporáneos derivados de los conflictos étnicos.
Desde otra posición conceptual, Michel-Rolph Trouillot señaló que el horizonte peculiar de representación que llamó “el nicho del Salvaje” no se forjó en la Ilustración, sino en el colonialismo temprano. También consideraba impensable hacer antropología sin historizar y criticar la relación de la antropología con la geografía de la imaginación de Occidente, en la cual el pensamiento de Rousseau ha jugado un papel central. En cierta medida, los planteamientos de Trouillot hacen eco de las preocupaciones políticas y conceptuales de la antropología cultural de la posguerra, sobre todo desde el reconocimiento temprano que tanto Pierre Clastres como George Balandier hicieron de los problemas de etnocentrismo en la teoría antropológica.
La antropología y lo político
En los años finales de la década de los sesentas del siglo XX fueron estimulantes para la reflexión antropológica sobre el poder y la vida política. Desde unas perspectivas críticas de la antropología tradicional, influenciada por los paradigmas del estructural-funcionalismo y de la evolución política, algunos antropólogos propusieron nuevos modos de ver la vida política con relación a las prácticas socioculturales.
La pluralidad teórica y temática de las propuestas contemporáneas hace difícil hablar de una “antropología política”, aunque sí permite hablar de géneros y formas de etnografía política experimental y de etnografías de lo político. Esto podría verse como parte de una antropología de lo político.
La base de una tendencia antropológica llamada retrospectivamente el “paradigma procesual”, surgió a partir de los estudios experimentales liderados por Marc Swartz, Víctor Turner y Arthur Tuden entorno a la antropología política. El propuesto por George Balandier cuyos argumentos se convirtieron en fundamento crítico para los debates antropológicos sobre la economía política y la evolución política de las llamadas sociedades arcaicas.
El continente africano era el escenario paradigmático de enlace entre teoría y práctica, ya que los estudios clásicos sobre la organización sociopolítica provenían de etnografías de pueblos africanos. Entre ellas cabe resaltar el estudio de Sir Edward Evan Evans-Pritchard sobre los nuer del alto Nilo en el Sudán, publicado en 1940 y la colección de estudios organizada por John Middleton y David Tait, publicada en 1958, sobre seis sociedades segmentarias formadas por grupos de descendencia unilineal y sin autoridad política centralizada. Swartz, Turner y Tuden propusieron reexaminar la teoría a la luz de los fenómenos de cambio sociocultural y modernización político-económica que se venían dando entre los pueblos no occidentales.
Su postura se diferenció del enfoque antropológico previo en las estructuras de gobierno o en las estructuras de descendencia y linajes de parientes asociados a un territorio. La influencia de la Escuela de Manchester fue importante en este giro, liderados por Max Gluckman, sus investigadores estaban interesados en examinar los conflictos de intereses y valores, la sucesión de cargos, los rangos de autoridad y las leyes consuetudinarias, al igual que los mecanismos rituales de resolución de conflictos.
Swartz, Turner y Tuden centraron su atención en los conflictos derivados de la acción de los agentes políticos, en las formas de mediación y resolución de estos conflictos, en la transformación de los códigos, los cargos políticos y las formas de ejercer autoridad, y en la relación entre política y ritual. Desde allí propusieron un acercamiento procesual a la dimensión de lo político, haciendo énfasis en la continuidad espacio-temporal.
En líneas generales, argumentaron que el análisis del campo político no solo debía dar cuenta de la dinámica entre personalidades (jefes) y grupos, sino de la discrepancia entre las metas públicas perseguidas por los agentes de una colectividad y las conductas que estos desarrollaban para alcanzarlas.
Turner insistió en la importancia de estudiar lo que llamó el “drama social” o “drama del vivir”, una estructura o unidad procesual que todo individuo y colectivo que compartiera ideas y lazos basados en una historia común experimentaba a lo largo de la vida.
El drama social era un desafío perpetuo a cualquier aspiración de perfección de una organización política y social, es decir, era un “universal procesual” que demostraba que la vida sociopolítica siempre involucraba competencia por metas y recursos escasos. El drama social promovía una creación o reconfiguración del sentido cultural, aun cuando significara el desmantelamiento de antiguas estructuras de sentido.
John Gledhill (2000) ha planteado que si la antropología
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