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LA NACION ARGENTINA Y SU ECONOMÍA DE LA COLONIA A LA ECONOMÍA PRIMARIA EXPORTADORA

Enviado por   •  6 de Marzo de 2018  •  22.207 Palabras (89 Páginas)  •  395 Visitas

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Un modelo de la concepción unitaria acerca de las provincias lo constituyo la fracasada Constitución nacional de 1826. En la sección VII de la misma, bajo el titulo “De la administración provincial”, se disponía que en cada provincia habría un gobernador, “bajo la inmediata dependencia del Presidente de la República", quien lo nombraba a propuesta en terna de los consejos de administración. Eran éstos cuerpos colegiados, que hacían las veces de las legislaturas locales, aunque con muy escasos poderes, al punto que ni siquiera podían sancionar su propio reglamento interno. Las funciones legislativas quedaban así reservadas a los órganos nacionales, siendo las autoridades provinciales las encargadas de ejecutar en sus territorios las leyes y los decretos expedidos por aquéllos, y de ejercer la administración local bajo el control del gobierno nacional.

Las causas del federalismo.

Durante los siglos XVI y XVII se fundaron sobre el territorio virgen la mayor parte de las principales ciudades argentinas existentes en 1810. Esas fundaciones, como dice Zorraquin Becu, se hicieron con la intención de ocupar el territorio, someter al indígena y utilizarlas como etapas en caminos que unían a las principales ciudades. Así, las rutas Lima-Buenos Aires, Asunción—Buenos Aires y Santiago de Chile-Buenos Aires fueron jalonadas por incipientes núcleos urbanos.

La decisión de fundar ciudades -a veces eran simples fortalezas o reductos- como etapas de largos y peligrosos caminos dio por resultado que aquéllas estuvieran alejadas entre si y carecieran de reciproco contacto. Cada ciudad, pues, revestida del poder psicológico que le daba el cabildo y sus propias autoridades, debía valerse por si misma, ya que era impracticable un pedido de auxilio a los remotos vecinos. De este estado de aislamiento surgió el tan mentado espíritu localista.

Cada ciudad, al desarrollarse, se extendió sobre las tierras inmediatas, llevando también a esa zona rural el nombre de la primitiva ciudad. Con el tiempo, ésta se convirtió en el centro o la capital local, donde afluían los intereses de una zona rural más o menos extensa, de imprecisos limites, pero que conformaron con el tiempo un territorio determinado: la provincia. De esta manera se explica el origen territorial y patronímico de las provincias argentinas, que llevaron casi todas el mismo nombre que la ciudad-madre.

Este localismo es insuficiente para explicar el federalismo. Sobre esa modalidad natural que caracterizaba a las ciudades y zonas del interior influyeron diversos factores que pusieron de relieve un antagonismo regional, producto de diferencias sociales, religiosas, económicas y políticas que conviene esbozar, siguiendo a Zorraquin Becu. Este antagonismo se dio entre el interior y el litoral, especialmente Buenos Aires, y, como se verá, constituyó una oposición permanente que, bajo formas modificadas, llega hasta nuestros días.

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII Buenos Aires, la más joven de las ciudades argentinas, alcanzo en forma vertiginosa una hegemonía que la coloco poco tiempo después como la primera del Rio de la Plata, desplazando a la antigua Asunción, y consagrándose como capital de la nueva estructura virreinal lo que, unido a los otros factores, provoco recelo y prevención, de las demás ciudades.

Las diferencias sociales que separaban a Buenos Aires de las otras ciudades eran notorias. Mientras en estas últimas, especialmente en el centro y norte del territorio, se había formado una aristocracia altiva, cerrada, conservadora, jerarquizada y a veces adinerada, en Buenos Aires, en cambio, la sociedad era mas llana, abierta, igualitaria y a veces con modestos ingresos económicos que no le permitían ninguna clase de lujo. Aunque esta última calidad se modificó desde fines del siglo XVIII, al desarrollarse una pujante burguesía, otro factor se sumo a la apuntada diferencia; la recepción en Buenos Aires de las nuevas ideas sociales y económicas que con gran entusiasmo difundió la burguesía intelectual porteña, contrariando el culto a la tradición que aún mantenían las comunidades del interior.

Ejercieron también marcada gravitación en el proceso que estudiamos los hechos económicos. Mientras el puerto de Buenos Aires estuvo cerrado al comercio legal, las ciudades del interior, gracias a sus pequeñas industrias y al movimiento comercial que tenían las rutas sobre las que se hallaban asentadas, gozaron de una aceptable situación económica. Pero al abrirse el puerto de Buenos Aires al comercio extranjero desaparecieron las barreras protectoras, y con ellas las industrias locales y, el intenso tráfico comercial, pues las mercaderías importadas eran de superior calidad y de precio inferior a las producidas en el interior.

A su vez, Buenos Aires pasó de un discreto nivel económico, mantenido con el contrabando, a una euforia comercial que provocó su enriquecimiento, dando motivo este nuevo desequilibrio a un mayor recelo y antagonismo regional. El sistema económico posterior a 1810 no modifico sustancialmente este estado de cosas, y ello constituyo para el interior un permanente recuerdo del egoísmo porteño.

A las causas enunciadas deben sumárseles los hechos políticos producidos a partir de mayo de 1810, en los cuales se advierte la pretensión por parte de Buenos Aires de asumir la conducción del proceso revolucionario, ejerciendo una suerte de tutela política sobre el interior.

La invitación de la ]unta de Mayo a las ciudades del interior para enviar representantes a un congreso general fue seguida de una expedición militar destinada a difundir las ideas revolucionarias en el interior y de la designación de nuevos gobernantes, que recayó en personas extrañas al medio donde debían desempeñar los cargos. Este procedimiento empleado por Buenos Aires no fue bien recibido en el interior, al que más aún afectó el contenido de esa propaganda liberal, que a veces cayó en lo antirreligioso, hiriendo los sentimientos tradicionales arraigados en las comunidades mediterráneas. Los excesos de autoridad en que incurrieron algunos enviados porteños fueron hábilmente explotados en el interior por los enemigos de la Revolución para crear el descontento con la difusión de afirmaciones exageradas en torno a sus principales figuras. —

Uno de los más vehementes revolucionarios, Bernardo Monteagudo, advirtió al poco tiempo (1812) el error de esa conducción política al expresar que la Revolución "pudo haber sido más feliz en sus designios, si la madurez hubiese equilibrado el ardor de uno de sus principales corifeos, y si en vez de un plan de conquista se hubiese adoptado un sistema

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